Helena despertó con un grito.
Su corazón palpitaba tan fuerte que podía escucharlo en sus orejas y sus ojos estaban tan borrosos que apenas era capaz de ver algo. Tampoco ayudaba la oscuridad del cielo aún nocturno. Sentía que estaba ciega. Que sus pesadillas... Que sus pecados, la habían cegado.
Su cuerpo estaba repleto de sudor y las manos se sacudían en espasmos involuntariamente. Darren se frotó los ojos a su lado, apoyándose en su codo para mirar con el ceño fruncido a Helena, intentando enfocarla con solo la luz de la luna y las estrellas. Su cuerpo estaba erizado, y los labios le temblaban.
Los guardias entraron al momento, al escucharla gritar, pero con un gesto de Darren (y una orden) y al comprobar que todo estaba en orden, salieron sin decir palabra.
—¿Qué pasa? —dijo irguiéndose —¿Una pesadilla? —Darren fue a colocar su mano sobre su hombro y Helena se apartó inconscientemente, rehuyendo de su tacto, que buscaba consolarla, aunque jamás podría.
—No... No es nada —dijo abrazándose —Estoy bien.
Helena ya apenas recordaba de lo que había tratado el sueño, pero sí recordaba sus ojos grises, a los que una vez había considerado como algo hermoso, como un cielo nublado antes de que la lluvia y los relámpagos lo mancillaran. Aunque al final, el mandoble había sido sus relámpagos y sus lágrimas la lluvia.
Habían pasado ya semanas desde la última vez que se había despertado gritando, y no importaba las veces que le hubiesen pasado, nunca podría acostumbrarse a ello. Sin embargo, los sueños en donde volvía a estar en la pradera tumbada sobre una manta y apoyada en el pecho de Connor mientras conversaban y reían, aún se mantenían persistentes. Helena creía que era la única razón por la que aún no había olvidado su rostro, aunque apenas recordaba esos sueños tampoco. Y eso que los recordaba aún menos que los malos. Aquellos en los que le pedía ayuda que Helena no podía darle o en el que moría cientos de veces, y cientos de veces tenía que observar cómo se desangraba.
—¿Entonces por qué lloras? —Helena no podía dejar de sollozar y hasta su nariz moqueaba —¿Has... has soñado con lo qué pasó? —Helena no pudo mirarlo.
—Yo no... No lo sé... Solo lo recuerdo a él —contestó en un hilo de voz. Darren no pudo contestar.
Helena no podía soportar su cuerpo tan cerca del suyo, los remordimientos, la culpa y el odio le apretaban la garganta y conseguían asfixiarla. Porque en vez de clavarle un puñal en el pecho, Helena estaba en su cama.
—Toma una respiración... hondamente —le dijo Darren al verla tener dificultades para respirar —Inhala... y exhala, venga. Otra vez... otra más —La respiración de Helena se fue calmando hasta que pudo respirar con normalidad, y los ojos, rojos e hinchados dejaron de derramar lágrimas, aunque aún se sorbía los mocos. La cabeza le dolía.
—Lo siento —dijo con las manos sobre los ojos. Darren negó, titubeando en acercar sus manos.
—No es tu culpa —Claro que no lo era, pero Helena estaba muy cansada y débil para dejar de pensar en lo tristes que recordaba aquellos ojos. Darren finalmente la rodeó con su brazo, y Helena no se apartó, mientras los ojos se le cerraban. En ese momento deseó más que nunc que fuera Ben el que estuviera a su lado —Ven, túmbate —Darren se acostó, acomodando unos cojines debajo, y guió a Helena hasta su cálido pecho. Helena se apoyó sobre este, y al escuchar el latido de su corazón, quiso clavarle las uñas justo en ese lugar, hasta comprobar lo profundo que con sus manos desnudas podían llegar. El rencor, que volvió a sentir arder dentro de ella, pareció despertarla un poco.
Helena apoyó la mano en el pecho de Darren y dijo muy bajito —Aún así te debo una disculpa —Tal vez era otro momento que sus diosas le habían proporcionado no solo para que recordara por qué estaba haciendo aquello, sino para aprovechar ese momento, en donde Darren parecía tan frágil como ella, acariciándole su cabello de cuervo suavemente, con las manos vacilantes.
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La Profecía (+18)
Storie d'amoreEl evento más esperado del año, un vistazo hacia el futuro por el Oráculo, se convierte en la mayor pesadilla de Helena, hija del duque de Vera. A partir de ese momento, la pobre chica se convierte en una parea gracias a una Profecía. Con 14 años y...