Capítulo 21

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Como era tradición, esperaron un día hasta poder realizar el rito funerario, cuando la noche acechaba con su oscuridad y los monstruos se nutrían de ella.

El día llegaba a su fin, con el sol cayendo hasta desaparecer por completo, y las sirvientas encargadas de atenderla la vistieron. No era un vestido para esa época del año. Era oscuro, negro totalmente, y no tenía ninguna zona descubierta. Las mangas le llegaban hasta la muñecas y la falda iba arrastrando por el suelo, barriendo la miseria que sentía y desechaba para acomodar a la nueva. Llevaba corsé, que no solía llevar en verano, y cuello alto. Abrió la caja y se puso el sombrero, el que su tía le había regalado a su partida, o que más bien había metido en su baúl sin que se diera cuenta. Era muy de su estilo, negro, con rosas también del color del ónice, y elegante, con una cinta oscura de encaje.

Helena se miró al espejo, y se dio cuenta de que parecía una versión joven de su tía. Parecía recta y solemne, pero ella no podía borrar su expresión como ella sí había sabido.

Helena estuvo en la semiinconsciencia en toda la misa, la sacerdotisa le daba sus plegarias, a la vez que le hacía rituales para que supiera encontrar el camino hasta la otra vida. Luego supo que estaba en medio del campo, que tenía a su padre y a su hermano a cada lado. Ella miró alrededor, habrían unas veinte personas allí, familiares lejanos y amigos que casi estaban en la otra vida con ella, rellenando el papeleo para que estuvieran cómodos y servidos. Algunos lloraban, pero ella se sintió seca. Su padre no lloró, había mostrado debilidad sólo frente a ella y no lo haría con nadie más, y su hermano sólo estaba con el ceño fruncido contemplando la pira.

La sacerdotisa, que iba entera con una túnica azul claro que ondeaba con el viento, tomó la antorcha, con el fuego ondeante, y la dejó en la pira. Pronto la madera empezó a arder con violencia. Helena no sabía qué le habrían echado para que ardiera de esa manera tan rápida y con esa magnitud. Su rostro tenía el brillo rojo del fuego y ella entrecerró los ojos por la luz, pronto un río de humo se alzó por el cielo.

El aire se llenó con ese característico olor, atestando sus fosas nasales, y de repente, sentía que no podía respirar. Ella cogió con su temblorosa mano la de su hermano, y éste la miró. Helena había estado intentando que nadie lo notara, pero sentía cada vez más que se asfixiaba. Ben la miró preocupado, y se cambió de lugar con ella.

—Padre —susurró Ben a su lado. Él lo miró con ojos brillantes de tristeza —Voy a llevar a Helena a su cuarto, no debería seguir aquí —Él la miró, pero ella tenía la cabeza hacia abajo.

—Voy con vosotros —afirmó —Así me despido ahora.

—¿Te vas ya? —le preguntó Ben mientras se alejaban los tres de la pira funeraria. Ben agarraba su mano con fuerza, con sus dedos entrelazados.

—Así es, quiero llegar por la mañana a la Corte —explicó, y Ben asintió. Una vez que estaban en las puertas le preguntó a un sirviente —¿Ya está todo preparado para mi partida?

Ellos esperaron junto a él.

—Así es, señor. Su carruaje está listo para marchar —Era el único sirviente que había en la casa, y pronto hasta él se marcharía. Lord Cameron asintió, pero antes de que les dijera nada, Ben ya lo abrazaba. Su padre correspondió al abrazo, recordando lo pequeño que había sido una vez, y lo que le había necesitado. Ahora parecía que ese tiempo no volvería. Se separaron y su padre abrazó a Helena, ella lo correspondió, aunque no muy intensamente, y él le dio un beso en la frente.

—Nos vemos en unos días —Ambos asintieron mientras su padre subía al carruaje y se marchaba.

Helena sintió la necesidad de correr hacia el castillo. Había aguantado, por los dioses, había aguantado hasta que había gritado basta. Todo para que su padre no se preocupara, pero ahora se encontraba subiendo por las escaleras corriendo, con Ben pidiéndole que se detuviera, pero ella sólo quería entrar en su cuarto. Y desplomarse.

La Profecía (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora