Ben llegó horas después, escuchó desde la distancia los aullidos de la batalla y presenció desde la colina una imagen aterradora. Era sangre, acero, miedo, valentía y muerte. Ben había llegado tarde, por lo que había comprobado, lo que lo hizo suponer que Alexander no había tenido más remedio que no esperarlo.
Observó cómo mïrleses peleaban contra mïrleses, vecinos contra vecinos, hermanos contra hermanos. Las armaduras eran distintas, la única manera de diferenciarlos, pero Darren debía de haberlo supuesto, o por lo menos debería haberlo sospechado, pues era la única razón por la que habían vencido en la torre. Con una pequeña tropa desde Lyesi, era imposible que hubieran fallado aquella misión imprescindible en la batalla.
Ben desmontó, ya que un caballo tan agotado como aquel no aguantaría el primer asaltó y lo dejó correr, huir lejos de la lucha. Ben desenvainó su espada y empezó a descender, captando el brillo de una corona. El casco de Alexander había sido diseñado no solo para protegerlo lo mejor posible, ya que también se habían currado su estética. Parecía que llevaba una corona incrustada por encima del casco, lo que lo hizo fácil de reconocer. Alexander blandía su espada a diestro y siniestro, asesinando e hiriendo mientras intentaba que su sangre no fuera derramada. Por el rabillo del ojo, Ben observó que Darren, con el cabello rubio sudado y echado hacia atrás (debía de haber perdido su casco en algún momento), se acercaba a él. Alexander también lo vio.
Darren se abrió paso hasta Alexander y esgrimió su espada con un mandoble, de arriba hacia abajo, Alexander bloqueó su ataque y giró sobre sus pies, alejándose de su alcance. El acero mïrlese era más duro que el astheriano, pero Alexander solo necesitaba esquivar sus ataques lo suficiente para poder buscar una abertura y atacarlo. Alexander hizo que sus espadas chirriasen con el contacto de sus hojas, que éste separó antes de atacar de la misma manera. Darren esquivó su primer ataque y lanzó otro, Alexander hizo una finta y con su cuerpo tras el suyo le dio un patada en la pierna lo más fuerte que pudo y que lo hizo caer estrepitosamente. Antes de que su cuerpo impactara sobre el suelo, Darren clavó la espada sobre la hierba y giró el cuerpo agarrándose de la empuñadura para no perder equilibrio.
Estiró la pierna, y su empeine dio en su objetivo, aferrándose al tobillo de Alexander, que cayó de espaldas. Casi era un milagro que no fuesen pisoteados.
Algo en Darren se encendió, pues pestañeó en confusión, pero esos dos segundos que podrían haber acabado en una desventaja para él se desvanecieron cuando esbozó un pérfida sonrisa. Ben clavó la espada como lo había hecho antes Darren, tomó un arco de un cadáver, se lo colgó para poder seguir abriéndose paso, y buscó flechas mientras acortaba la distancia.
Darren agarró con su mano derecha a Alexander del pie y una gran llamarada roja azotó el aire, como si hubiera salido de la nada. Alexander gritó. Todos parecieron detenerse al ver la gran llamarada que se alzó hasta al cielo, haciendo que se separaran de ellos. Segundos después habían cuerpo ardiendo, la tierra se levantaba y la magia llenaba el aire. Alexander no se dejó llevar por el dolor abrasador, aunque bien sentía que estaba muriéndose mientras su piel era calcinada junto a sus músculos. Blandió la espada, que nunca había llegado a dejar caer, y Darren la esquivó por poco. Una línea de sangre apareció en su mejilla.
Mientras se levantaba, tambaleándose y medio viendo borroso por ese uso excesivo de magia, Darren se limpió la mejilla con la mano, enguantada en cuero. Le dio una mirada de aversión y alzó la espada, que silbó en el aire. Darren sintió su cuerpo arquease cuando la primera flecha le atravesó el hombro por detrás, obligándolo a soltar la espada. Antes de que se girara, o siquiera supiera qué había pasado, otra flecha le traspasó el omoplato, abriendo su armadura. Darren se giró, Ben se había quedado sin flechas, así que volvió a sacar la espada. Éste lo observó mientras un ramalazo de rencor lo azotaba. Cuando se volvió a girar, Alexander era arrastrado a varios metros por dos de sus soldados mientras otros le abrían un camino. Alexander parecía haberse desmayado, y su pie colgaba por un lado, la sangre que manaba era demasiada y muy oscura, casi negra.
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La Profecía (+18)
RomansEl evento más esperado del año, un vistazo hacia el futuro por el Oráculo, se convierte en la mayor pesadilla de Helena, hija del duque de Vera. A partir de ese momento, la pobre chica se convierte en una parea gracias a una Profecía. Con 14 años y...