Helena no podía creerse todo lo que le había pasado en un año. Había conseguido lo que durante años había sido su única meta, que Ben la amara, y aunque había acabado tan perdida en él como él en ella, nadie los había detenido antes de que él la hiciera perder la virginidad entre sus piernas.
Había deseado que esos tiempos durasen para siempre, pero entonces había conocido a un príncipe en cubierto, y lo había cambiado todo, por él, se había escapado de casa, aunque éste no había sido su acompañante. La habían atrapado y se había comprometido. Y por supuesto, el momento más oscuro de su vida había sucedido. Helena nunca habría creído que algo peor que la profecía pudiera pasarle, pero entonces aquello que todavía seguía intentando olvidar con todas sus fuerzas la había hecho caer en un pozo de perdición. Helena había conocido a uno de los amores de su vida, y lo había perdido.
Ya desposada, pronto sería coronada reina. Y si tenía suerte, ella o su rey acabarían muertos, él por sus manos, ella por la profecía. Y si no encontraba una salida, sería ella quien acabaría con su propia vida.
Desde que habían vuelto, Helena se había encargado de que su plan se fuera formando fuera de su cabeza. Lo que no había sido difícil, poniendo como excusa sus deberes de reina. Helena había cancelado sus clases y así había tenido más tiempo. Aunque en ese momento, era en lo último en lo que podía pensar.
Su familia había llegado hacía un par de horas, pero para no mostrarse ansiosa, todavía no había ido a verlos. La coronación se celebraría antes de que anocheciera, y para eso todavía quedaban horas.
—Quitádmelo —ordenó. En la sala habían por lo menos una decena de damas, entre éstas, tres modistas que se estaban asegurando que todo estuviera perfecto para la gran celebración.
Helena ya había hecho una lista, que tenía escondida, con los nombres con los nobles con los que no podría contar por la cercana relación que no solo habían tenido con su predecesor, sino con Darren también. Helena respiró de alivio cuando le desabrocharon el vestido. Parecía que con el largo cortejo fúnebre, las medidas no habían sido debidamente tomadas. Y aunque se lo sentía un poco apretado, no replicó, pero sí que se quejó mentalmente. Había sido su idea usar un vestido de corte astheriense para reflejar la unión simbólica de los dos reinos, y el maldito corsé la estaba matando. Y total, la coronación iba a ser en pocas horas.
Helena salió del vestido y esperó a que deshicieran el corsé.
—Ya desearía tener yo ese tipo —Escuchó Helena comentar a una de las nobles con un suspiro de resignación. Era la duquesa de Port y se había mudado a la corte con su marido tras el cortejo fúnebre, seguramente para intentar sacar tajada del joven rey.
Helena, aunque tenía una buena figura e incluso ahora se le podía sacar algo de grasa, no dudó en que sus halagos eran un instrumento para ganarse su favor. Aún así, no le importó. Esa mujer no sacaría nada de ella y a Helena le gustaban los cumplidos.
—Tú ya estás muy mayor para ese cuerpo —le contestó otra de las nobles tomando el té a su lado, una amiga cercana, que se rio con su propio comentario.
Ambas eran mujeres que le doblaban la edad, pero eso no parecía importar. La trataban con respeto y prácticamente como si fuera una hija a la que mimar.
—No diga eso, por favor —dijo Helena señalando el vestido que quería usar hasta vestirse de nuevo con el de la coronación —Estoy segura de que si yo hiciera esos pastelitos de limón de los que tanto he escuchado hablar, yo también perdería la figura.
Lady Janet, quien había hecho el primer comentario, sonrió halagada —Si quiere puedo organizar una merienda para que los pruebe —Helena exageró su emoción.
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La Profecía (+18)
RomansaEl evento más esperado del año, un vistazo hacia el futuro por el Oráculo, se convierte en la mayor pesadilla de Helena, hija del duque de Vera. A partir de ese momento, la pobre chica se convierte en una parea gracias a una Profecía. Con 14 años y...