Capítulo 7

200 14 0
                                    

Estaban mirándose mutuamente y ninguno se atrevía a hablar. Ben tenía una enorme erección y ella estaba prácticamente desnuda. Con un último brillo, el sol se ocultó y se quedaron casi en la oscuridad. Ella respiró lentamente antes de hablar.

—E-está bien —soltó Helena tras unos minutos de silencio —Sé lo que s-significa.

Ella también estaba sonrojada y lentamente, se cubrió con sus manos, por fín siendo capaz de moverse. Helena no quería, lo que quería hacer realmente era quitarse la tela mojada para que pudiera observarla de verdad, totalmente desnuda. Quería que él se acercara y la tocara, que se desnudara también... Pero no, era demasiado pronto. Él enloquecería si eso pasaba, no la vería igual nunca más, pero tampoco como ella quería. Él ya la amaba, sólo faltaba que la deseara, y eso se estaba cumpliendo, en ese momento y a esa hora. Pero el último paso era que lo aceptara, porque podía haberla visto sin ropa totalmente sin querer, pero meter su pene en su vagina era algo un tanto más voluntario. Y una vez que hubieran consumado su amor, él la protegería con su vida. Porque ya no habrían barreras entre ambos.

—N-no... —dijo él.

—B-ben —lo llamó-—, es tu cuerpo reaccionando. Es algo involuntario...

Ben no podía parar de pensar, más y más, pero su boca no se abría. ¿Cómo sabía ella tanto del tema? ¿O simplemente algo? Ella no era... ella... Vale, ya era una adulta, cumpliría diecinueve dentro de nada, pero... era su hermana. Y en ese momento no le importó, sólo quería saber cuánto sabía, que ella se lo mostrase, pero cada vez que pensaba eso, se deba una bofetada mental. Detente, se decía. Porque jamás habría llegado a pensar que tendría tales pensamientos, tales... deseos. Y lo peor para él en ese momento era no que lo hiciera, sino que ella lo viera, porque estaba mirándolo, sin poder evitarlo. Su erección.

—Lo sé —dijo al cabo de un minuto. Parecía más tranquilo. Volvía a respirar con normalidad. Se quitó la camisa, que sólo estaba mojada levemente por abajo o por gotas y a Helena le brillaron los ojos de un modo diferente que él nunca había visto, Ben pensó que empezaba a delirar, ya que ya le estaba empezando a doler. Pero no hizo nada de lo que pensaba que se arrepentiría después, le ofreció su camisa y ella se acercó. Parecía un corderito, y aunque no quiso admitirlo, a él le encantaba el sabor de éstos. Ella estaba a tres pasos de él cuando se quitó la mano que escondía sus pechos para coger la prenda, y aunque él se juró no mirarla mientras se la ponía, porque ya no tenía sus manos tapando nada, aún así lo hizo.

La tela también se le pegaba por estar mojada, pero no a tal grado y él suspiró.

—Volvamos al castillo —Ella asintió, y ambos se marcharon en silencio. Pero no a habitaciones separadas.

Ben tenía ya la chimenea encendida porque su habitación estaba siempre congelada y así no se tenía que tapar, así que tomándola de la mano la guió.

—¿Por qué me llevas a... ? —preguntó Helena.

—Mi chimenea está encendida y no quiero que nadie se pregunte por qué estás así. O simplemente que te vean de este modo.

Entraron a la alcoba y Helena vió los papeles en la mesa, pero como sabía qué eran no le preguntó.

—Siéntate ahí —Ella estaba congelada, abrazándose lo más fuerte que podía. Así que le hizo caso y se sentó sobre una alfombra, en frente de la chimenea. Estiró las manos y soltó un gemido de alivio al sentir el calor.

Ben abría el armario por detrás, y antes de darse cuenta, una manta le cayó a los hombros. Pensó que Ben se separaría, pero se sentó detrás de ella, abrazándola y sacudiéndole los brazos para que entrara en calor. Helena dejó caer la cabeza en el hombro de su hermano, estaba tan cansada... Extrañamente notó que él ya no estaba erecto. Pero le parecía bien, había obtenido lo que quería. Helena cerró los ojos y en unos cinco minutos, cuando se iba a quedar dormida escuchó a su hermano susurrar —¿Desde cuando te has convertido en una mujer? —Él le acariciaba el cabello con suavidad —¿En una tan hermosa?

Ella no respondió, pero a los pocos minutos ya estaba durmiendo.

...

Un año y un mes para la profecía

Helena sabía que era tarde cuando se despertó. El sol estaba más alto que de costumbre y la temperatura era diferente, como la luz que entraba por la ventana. Se sentó, y se dio cuenta de que estaba en su propia cama, en su alcoba. Llegó a la conclusión de que seguramente habría sido Ben quién la había llevado, y cuando recordó lo que había pasado el día anterior, se levantó de la cama y dió saltos por la habitación. Tenía ganas de gritar de la emoción. Su plan había avanzado, aunque no hubiese sido gracias a ella directamente.

Cuando por fin se tiró en la cama, la puerta sonó, y una sirvienta, Jessie, quien estaba a su cargo entró por ésta.

—Oh, buenos días, milady —dijo en tono alegre y con una gran sonrisa. Sus mejillas estaban sonrosadas. Al parecer, era un buen día para todo el mundo.

—Buenos días —respondió y luego se acordó de la hora que era —Es tarde, ¿por qué no me has despertado?

—Su hermano me ha dicho que la despertara cuando fueran a comer, que estaba muy cansada —Helena sonrió.

—¿De verdad? Y, ¿qué hora es?

—Casi la una y cuarto.

—¿Me vestirías? —preguntó.

—Claro, señorita. Para eso estoy.

El vestido escogido era uno azul verdoso, casi más azul que verde. Lo había elegido porque era el color favorito de Ben, y porque era uno de los más finos y hacía calor. Era en palabra de honor, pero con mucho adorno, lo suficiente para que su tía no se fijara en el escote de corazón.

Cuando fue la hora, bajó a comer con los otros dos comensales. La tía Leonor estaba en la cabeza de la mesa, y conversaba con Ben, que estaba a su derecha. Él fue el primero en verla y Helena lo vio tragar y apartar la mirada. Luego, su tía la vio, pero no dijo nada del vestido.

—Te estábamos esperando, querida —dijo. Se la veía un poco pálida, pero aparte de eso parecía bien.

—Perdón por el retraso —Ella negó.

—Tu hermano dijo que te quedaste hasta tarde leyendo y estarías muy cansada —Era mentira, obviamente, pero ella se la había creído porque apenas los conocía. Igualmente, Helena sonrió asintiendo —Aunque creo que hay horas suficientes en el día, querida. No pierdas horas de sueño por eso.

—Está bien, tienes razón —dijo a la vez que Leonor se tapaba la boca para toser brevemente.

La mesa nunca era extravagante, ni había tantos platos como en casa, pero la comida era deliciosa y la compañia grata.

—¿Cuándo son vuestros cumpleaños? —preguntó Leonor de repente. Ben frunció el ceño.

—El mío el 3 de agosto, y el de mi hermano el 18 de Septiembre —dijo Helena sin dudar.

—¿El mes que viene? —preguntó Leonor sorprendida.

—¿Ah? —Helena pensó sobre ello y dijo con una sonrisa —No me había dado cuenta de que ya estábamos a Julio.

—Pues sí —dijo ella y añadió —Intentaré estar allí el día.

No supo por qué, pero eso la alegró, supuso que porque eso significaba que empezaban a importarle, a cogerles cariño.

—Gracias, tía —Ella negó.

—Al tuyo también, sobrino.

—Gracias.

Esa era su última comida juntos, ya que al día siguiente después de desayunar, ellos volverían a casa.

La Profecía (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora