Capítulo 36

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Por supuesto que Alexander había aceptado.

No sólo porque tuviese una enorme curiosidad por cómo vivía su pueblo, aquellos que no tenían la suerte de nacer con una corona sobre sus cabezas, sino porque sabía que si él no aceptaba, Helena tampoco lo haría, y la veía un tanto ida, como si su cabeza estuviera en otra parte. Además, así podría conocer un poco más a ese chico, Connor, ¿era como se suponía que se tenía que referir a él? ¿Por su nombre solamente? Alexander se encontraba bastante verde en cuanto a los formalismos de aquellas gentes.

Pero no se echó atrás.

Aún así, el duque había sido claro cuando había oído de esa excursión -con unas cuantas mentiras para que no supiera lo que en realidad pasaba-, y les había permitido ir con una condición. E incluso siendo príncipe había tenido que aceptarla. Por su seguridad -una de la que él no se había preocupado cuando se había dirigido totalmente solo hasta allí-, y la de ella, irían resguardados por unos cuantos soldados a caballo rodeando su carruaje. Helena había sido la que más había puesto pegas, pero al final no había podido hacer nada para negarse. Era eso o quedarse en casa.

Ya la idea de ir vestidos con ropas de campesinos fue imposible, puesto que todos serían testigos y su padre se enfadaria, y no tenía ninguna manera de explicarle a su padre por qué no sólo ella se había vestido así, sino que había hecho que el príncipe heredero también lo hiciera. Y además, a quién iba a engañar, los padres de Connor ya la conocían, quedaría como una idiota. Igualmente, se vistió con algo poco llamativo. Un vestido azul turquesa con falda de vuelo sin necesidad de aparatejo para acampanarla. Las mangas mariposa eran blancas y de encaje, como el que sobresalía del escote.

Alexander, sin embargo, no sabía pasar desapercibido, ya fuera por la belleza que había heredado -nadie sabía de quién-, por su comportamiento en ocasiones excéntrico, o por sus atuendos coloridos. A diferencia de la gente del pueblo, que llevaban colores pálidos y desgastados, él siempre parecía que elegía aquellos con los que mejor pudiesen encontrarlo. Un faro en la oscuridad.

A su padre, Helena le había dicho que comería con el príncipe en el pueblo, ya que éste quería verlo. Después, si es que llegase a enterarse de las compañías a las que lo había llevado, se inventaría algo. Pero realmente esperaba pasar un buen rato, comer algo rico y divertirse, sin pensar ni un segundo en quién era.

Y ahí estaba el carruaje, con el príncipe apoyado en éste, en una cómoda pose. Observando con los ojos entrecerrados al cielo. Al miralo, al realmente mirarlo, Helena sabía qué había visto Connor en él, qué lo había dejado sin respiración. Unas oscuras pestañas sobre unos hermosos iris miel, una piel de porcelana y unos rizos azabache creando sombras que le proporcionaban un aspecto apuesto y misterioso. Estaba con los brazos cruzados sobre un traje verde esmeralda, brillante como si con escamas estuviese cosido, y Helena solo quiso desbaratar esa perfecta imagen, agacharse y con sus manos en cuenco, coger el suficiente barro para poder arruinar su impecable ropa. Hacerlo un poco más humano.

Alexander bajó la mirada y la vio. Esbozó una amplia sonrisa que le contagió mientras se despegaba del carruaje e iba hacia ella —Querida, ¿lista para conocer a tus suegros?

—Ja, ja —respondió ella ignorando el brazo que él le ofrecía.

—Venga, que sólo bromeaba —Helena entró en el carruaje seguida por él, y en cuanto el cochero apremió a los caballos, su séquito de guardaespaldas ya los seguían.

—Agh —Alexander la vio refunfuñar, quitando ese aspecto risueño que tenía al subir, y para ahorrarle el tener que verlos, cerró las cortinillas.

—Ya sé que es una molestia, pero deberías dejar de pensar en ello —Helena apoyó el rostro en su mano e hizo caso omiso, mirando el paisaje. Parecía enfadada o cansada —¿Que pasa? ¿Estás cabreada conmigo?

La Profecía (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora