Capítulo 23

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Eran las once ya de la mañana cuando volvieron a casa. El viaje había sido el mejor que Helena había recordado de los últimos años. Al haber estado completamente solos, sólo con el conductor sentado fuera dirigiendo a los caballos para que tomaran el camino correcto, Ben se había tirado todo el viaje besándole el cuello, con sus manos entrelazadas y susurros en su oreja.

Lo peor ya estaba hecho, y como no podía dar marcha atrás, ya nada importaba.

El carruaje se detuvo frente a las puertas, y Helena vio a Emilie llegar hasta ellos con una sonrisa, suspirando cuando vio que su amiga estaba bien.

El chófer abrió la puerta y la ayudó a bajar, justo cuando Emilie daba el último paso y la abrazaba. Ella se quedó rígida entre sus brazos, y Emilie lo notó, aunque no le dio mucha importancia. Helena tendría que hablar con ella tarde o temprano. Se separó de ella y preguntó —¿Mi padre ha vuelto? —Ella negó.

—Pensaba que se iba a la Corte después del entierro —dijo ésta, una información que Helena no le había contado y que seguramente su padre sí.

—Eso me dijo, ¿como lo sabes tú? —preguntó. Quería ver qué le contestaba.

—Él mismo me lo dijo —Helena frunció el ceño, queriendo parecer sorprendida.

—¿Y por qué te lo dijo? —Emilie se mordió el labio y jugueteó con la tela de su vestido.

—Y-yo... Él quería que estuviera contigo durante este tiempo de luto —se explicó finalmente, aunque Helena sabía que mentía.

—Ya veo. Voy a mi cuarto —Emilie la miró desorientada.

—He preparado un almuerzo, ¿no lo quieres? —preguntó ésta.

—Estoy cansada.

—Pero Connor parecía entusiasmado —Helena se giró de golpe al escuchar ese nombre, y su corazón empezó a latir más rápido, hasta que lo sintió encogerse en su pecho, al recordar que una vez más lo había traicionado, y que seguramente volvería a hacerlo, y también a Ben. Pero necesitaba pensar. Entonces cruzó miradas con su hermano, y debió ver su expresión de dolor y culpabilidad, porque él frunció el ceño —Discúlpate con él por mí, por favor.

Emilie asintió, y Helena fue a su habitación casi corriendo. Las cosas se habían puesto justo como estaban hacía una semana. Helena volvía a estar arrepentida, contenta, dolorida, triste y hecha un lío.

No pasaron ni diez minutos cuando Ben apareció por su puerta, sin embargo se esperaba que dijera otra cosa.

—No hemos hablado de lo que vamos a hacer ahora —dijo.

—¿A qué te refieres? —preguntó ésta.

—Creo que debería cambiarme de cuarto a uno más cercano al tuyo, para cuando vaya a visitar tu alcoba. No creo que deban verme todos los sirvientes —sugirió, y Helena arqueó una ceja sorprendida. No habían hablado de eso todavía, y el simple hecho de mencionarlo casi hizo que se excitara.

—N-no sé, Ben. Padre preguntaría, y además me he colado en tu cuarto millones de veces y nadie me ha visto. Todos duermen a esa hora.

—¿No quieres?

—No es eso —dijo Helena dulcemente —Pero no quiero que nadie sospeche.

—Está bien, entonces. ¿Iré yo o vendrás tú? —preguntó, y Helena se preguntó si se refería a todos los días.

—Yo, sé como ser sigilosa —Él asintió y se acercó a ella.

—Vale, ¿entonces quieres que nos veamos esta noche? —preguntó con una sonrisa, besándola suavemente en los labios, sin siquiera haber cerrado la puerta antes.

—La verdad es que estoy cansada y seguramente me dormiré temprano.

—Vale, entonces puedes venir antes, si quieres —sugirió Ben.

—Pero alguien podría pillarnos —Él se puso los dedos bajo la barbilla, pensando.

—Tienes razón —y suspiró —, ¿entonces?

—Mañana iré. A las dos o así —Él asintió mientras se alejaba.

—Te estaré esperando —Cuando Ben se fue, ella se lanzó a la cama, había sido un día agotador, y eso que apenas comenzaba.

Helena nunca se había imaginado que su hermano fuera tan fogoso, y sus planes de ir a hablar un día con Connor en el tejado parecieron difuminarse. Ella no iría ese día, no había mentido a Ben, necesitaba algo de descanso, pero no podía fingir que no lo había echado de menos.

Después del funeral, habían pasado otros tres días allí, para terminar lo que hiciera falta, y se habían enterado de que eran sus herederos y de que habían heredado el castillo. Su tía abuela Leonor había decidido no hacer testamento, y todas sus posesiones habían ido a su familiar más cercano, su padre, y por lo tanto, posteriormente a ellos. Así que, mientras Ben acababa el papeleo, se habían hospedado allí, mientras los invitados se iban, y éste decidía qué hacer con los empleados del castillo. Algunos fueron a la mansión del sur, otros a la corte y otro donde ellos estaban en ese momento.

Ben les había dado todas las noches libres a los criados, y la noche siguiente a su primera vez, Helena había vuelto a su cuarto. Ben había parecido sorprendido al principio, pero ella lo desnudó antes de que se diera cuenta, y como el castillo estaba enteramente vacío, él la había hecho gemir hasta que casi se había quedado afónica. Helena ya se había acostumbrado al movimiento de sus cuerpos, y a que no hubieran espacios entre ellos cuando habían vuelto a casa. Sería raro volver a la rutina, más o menos.

De repente, una nota se coló por debajo de su puerta. Era muy escueta, pero con buena caligrafía.

Me alegra que hayas vuelto. Encuéntrate conmigo mañana donde siempre, tenemos que hablar.

-C.

Helena la leyó varias veces la nota, y aunque nunca había visto su letra, la "C" ya le decía a quién le pertenecía. Aunque sin esa pista, habría adivinado que era él igualmente. Helena suspiró, y maldijo, porque había quedado con Ben a las 2:00 al día siguiente. Entonces pensó en ir antes, a la 1:00, y como ellos casi siempre se encontraban entre las 3:00 y las 4:00, le daría tiempo. Helena volvió a dejarse caer como un muerto sobre su cama.

Pero, ¿qué significaba esa nota? Primero decía que se alegraba de su vuelta, y luego que tenían que hablar. Y esa frase no le gustó, parecía como si fuera a romper con ella, cosa poco probable, porque nadie había dado ese paso para ser algo, pero aún así podía pasar, pero no quería que pasase. Era tan complicada su vida es ese momento.

Helena echó de menos el mar, y la tranquilidad que le proporcionaba, y aunque se asomó a la ventana, ni siquiera vio el lago, ya que no daba a éste.

Suspiró y deseó que el día pasara con más rapidez.

La Profecía (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora