Capítulo 63

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Helena no se veía preparada. No tenía los ánimos ni las ganas como para fingir durante horas que no odiaba al hombre con el que se había casado, pero aún así, sabía que tenía que hacerlo. Para no destrozar su cuarto mientras se vestía había empezado a maquinar en su cabeza el plan que llevaría a cabo, cómo se libraría de ese matrimonio que odiaba. No podía envenenarlo, aunque conocía perfectamente los rumores de que él mismo lo había hecho, no podría hacerlo sola, y Darren era tan amado por los nobles que casi le daban ganas de vomitar. Las mujeres lo deseaban, y no iba a fingir estar ciega y no saber por qué, ya que llevaba una corona sobre la cabeza y era sumamente atractivo, y los hombres lo querían como amigo o como familia, lo que fuera para acercarse al poder. No sabía dónde conseguir el veneno ni sabía nada de ellos, aunque esto lo podría investigar en la biblioteca.

Mientras le abrochaban el vestido, Helena pensó que a lo mejor podría ir de caza con ellos algún día, y hacerlo pasar por un accidente. Maldijo que no hubieran batallas en las fronteras, pues en ese momento, los reinos parecían bastante tranquilos, y aunque las hubiera, qué le hacía pensar que dejarían que el príncipe heredero, el que muy pronto se convertiría en rey, fuera a luchar. Helena negó.

Miró a sus doncellas, y aunque le parecían de confianza, aunque se habían convertido en su fortaleza en aquellos meses, jamás serían nada más que simples amigas con las que cotillear y almorzar, no cuando su mejor amiga, con quien había pasado casi toda su vida y sus peores momentos, la había traicionado. No cometería el mismo error de nuevo.

—Estáis preciosa —comentó Erin mientras ella se miraba en el espejo de cuerpo entero. Ell inclinó la cabeza en agradecimiento.

—Gwen, el tónico —La marquesa se acercó a ella con un frasco de cristal tallado con espirales y hermosas líneas curvas. El líquido era de un tono violáceo, y sí tenía que admitirlo, a Helena no le desagradaba el sabor.

Gwen echó no más de dos dedos en una taza, y volvió a esconder el frasco en el mismo lugar, sobre el gran armario robusto con relieves decorativos, necesitando de una silla para alcanzar aquella altura.

Gwen volvió con la taza, que Helena se bebió de un trago, lamiendose los labios posteriormente. Desde que habían vuelto al castillo, Helena le había explicado a Gwen que no estaba preparada para ser madre, y que su salud no estaba lo suficientemente fortalecida como para acarrear con un embarazo. Gwen, al haber estado allí para ella en esos tiempos, viendo como apenas comía o dormía, le había dado la razón. Y junto a Erin, lo habían mantenido en secreto, ya que Helena les había explicado que no creía que la familia real lo viera así.

—Gracias —dijo devolviéndole la taza —Ahora vayamos antes de que cambie de opinión.

Helena salió de la increíble alcoba que gracias a las diosas no había tenido que compartir con Darren. A pesar de que la mayoría de las noches las pasaba ahí y se marchaba antes de que ella se despertara. Debía de irse muy temprano, pues su lado ya estaba frío.

Aunque las pesadillas aún continuaban de vez en cuando, ya apenas las recordaba y habían bajado en número. Ya tampoco se despertaba gritando. Y aunque al principio había rogado por algo que la hiciese dormir de un tirón, Darren nunca había dejado que cumplieran sus órdenes, seguramente porque el efecto era rápido y él la necesitba (por alguna razón) lúcida para cuando la visitara cada noche. Solo había dejado que Gwen le trajera unos tés que la relajaban, pero nada más.

Helena sentía la seda de su vestido en cada movimiento que hacía, en cada pisada que daba, susurrando a su paso. Era de un color naranja rojizo, y hacia juego con su tiara, que llevaba sujeta con su cabello.

Helena siguió las instrucciones de Erin, quien era quien mejor sabía cada sala del castillo, y pronto se hallaron frente a la puerta. Helena se sorprendió de lo separadas que estaban sus alcobas.

La Profecía (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora