Capítulo 34

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Alexander llegaba cansado, aunque estaba realmente feliz. Helena le había dicho que quería que fuese unos días -con suerte, unas semanas- a la mansión de los Vera, la mansión Greenfield del lago Lemich, pero si hubiese pedido permiso a su padre, no se lo habría concedido. Así que, no lo hizo.

Habló con su madre, la reina, para poder ir a un lugar más cálido después de haber estado tanto tiempo en las gélidas tierras de Ankar, y ella, que siempre estaba más pendiente de sus numerosas compras, sus numerosos amantes y sus cachorros -siempre tenía cachorros- no le había prestado la suficiente atención ni le había preguntado demasiado. Así que a pesar de la información escueta que él le había dado, ella le había dicho que hiciera lo que le placiera. Sin saber que su padre no estaría complacido, pero que una vez que llegara allí, no tendría más remedio que aceptar la visita -con suerte, una larga- a la familia del duque.

Había partido a lomos de un caballo, y durante horas había cabalgado, incluso cuando las nubes se habían apropiado del cielo y la lluvia había empezado a caer. Después de todo, estaba entusiasmado.

Como una de las familias más importantes de Ashter, Helena y Ben se habían criado con Alexander, a parte de los demás niños de alta cuna nacidos en la corte. Duques, marqueses, condes... Habían estado incluso prometidos, y él habría sido feliz de que ella fuera la mujer con la que se casara, su mejor amiga, aunque no la amara de esa manera. Habría aprendido a hacerlo. Sabía que no habría sido difícil. Pero tenían 14 años cuando esa maldita profecía fue anunciada, arruinando su vida, y pasarían meses antes de que se volvieran a ver. Alexander sabía, que de no ser por Émilie y Ben, Helena se habría quedado sola. Y se culpaba por ello. Por ser un hijo obediente y haber sido alejado de ella, hasta que había aprendido cómo hacer que las situaciones se volvieran a su favor.

En este momento, Alexander se detenía frente a la puerta de la mansión. Y unos criados salían a recibirlo, sabiendo que pronto estarían todos. Era un príncipe, después de todo.

Dejó su caballo en manos de un criado, que lo llevaría a las cuadras, cuando Helena llegó corriendo hasta donde estaba él, pegando un salto, como hacía prácticamente siempre que se encontraban para abrazarlo. Él la apretó contra sí, devolviendo el abrazo de manera eufórica como ella.

—Tú, idiota —soltó cuando se separaron —Has tardado mil años.

—Ha pasado una semana, exagerada —Con un carraspeo, el duque Cameron llamó la atención de ambos, mientras regañaba con una mirada a Helena por su vocabulario y su comportamiento.

—Su alteza —saludó con una inclinación.

—Oh, milord. Disculpad que no os avisara de mi llegada, pero quería venir cuanto antes.

—Yo lo invité, padre. Cuando visitamos la corte —explicó Helena —Perdón por no decírtelo.

—No me importa, pero tampoco estaría mal que me avisaras —Ofreció su mano y le dijo a Alexander —Es un placer tenerte con nosotros.

Alexander sonrió aceptando su mano.

—¿Cuánto vas a quedarte? —preguntó Helena entrelazando su brazo con el de él.

—Cuanto quieras aguantarme.

—¿Para siempre? —preguntó con una sonrisa haciéndolo reír.

—Ojalá —Alexander suspiró —En realidad, mi padre no tardará más de una semana en inventarse una excusa para que vuelva. Aunque intentaré posponerlo —Helena asintió.

—¿Dónde está Ben, por cierto? —Alexander se dio cuenta de cómo Helena desviaba la mirada. Algo había pasado entre ellos.

Pero Helena dijo —Han venido unos amigos de la corte y se han ido a pasar el día al lago.

—¿Y no estás con ellos? —Ahora fue su turno de suspirar.

—Es complicado —Helena no podía aguantar a Serena más de una hora, y Ben parecía evitarla todavía, lo que era mejor que lo que solía hacer normalmente, que era huir. Entre la corte y las casas que tenían repartidas por el reino, era casi un milagro que siguiera ahí. Y un milagro que Helena agradecía.

—¿Y Emilie? —preguntó.

—Con ellos —contestó ella mientras paseaban por el campo y rodeaban la mansión —Su hermano le ha pedido que los acompañe, y no ha podido negarse.

—¿Entonces estás tú sola? —Helena negó con una sonrisa. Lo tenía a él. Y aunque Alexander no sabía por qué sonreía así, sabía que esa sonrisa significaba algo.

Aunque Connor trabajaba casi todo el día y ella no podía tomarse el lujo de secuestrarlo, el tiempo que estaban juntos era lo más preciado para Helena. Y sabía que él sentía lo mismo. Noches enteras hablando... o lo que no era hablando, haciendo que a Connor le costase mil infiernos levantarse por las mañanas. Domingos con picnis con Kate, Ian, Emilie y Carl como era costumbre, aunque Émilie había tenido que empezar ya con los preparativos de boda y con sus estudios, no tenía mucho tiempo libre. Y tampoco quedaba bien que quedara con jóvenes del pueblo llano. Pero era algo que no iba a parar de hacer.

—N-no... No te lo he contado, pero hay alguien —Alexander arqueó las cejas, curioso, y esbozó una sonrisa juguetona. Se alegraba de que por fin tuviera una relación de ese tipo, pues había creído notar cosas extrañas. Imaginaciones suyas.

—¿Lo conozco? Bueno, claro que sí —dijo riendo para sí. Él conocía a todos los nobles de más o menos su edad, pero él no sabía que no era ningún noble.

—En realidad no —Él pareció sorprendido.

—¿Un nuevo rico? —preguntó. Ella negó —¿Un noble extranjero? —Ella volvió a negar, aunque estuvo de tener un escalofrío al recordar a Ren.

—No, Alex —dijo lentamente, dejando que él lo adivinara.

—¿El... el hijo de un general, o capitán? —Ella suspiró.

—Por los dioses, Alex, eres un elitista.

—¡Ey! —se quejó antes de caer en lo que el comentario significaba —¿Te has enamorado de un campesino? ¿Un granjero? ¿Un artesano? ¿Un panadero?

—¿Qué? No, para —Mientras se sentaban en un banco pintado de blanco, en el jardín, Helena dijo —Es el hijo de unos trabajadores del palacete.

—Supongo que no será de ninguno de tus tutores —Ella arqueó una ceja, notando el tono de broma en su voz y viendo su sonrisa ladeada.

—Su madre trabaja en la cocina y su padre en las cuadras —Alexander casi pareció horrorizado. No es que tuviera nada en contra de aquellos con un status bajo, pero no estaba acostumbrado a ese tipo de relaciones. Aunque él no podía juzgar ningún tipo de relación, ya que como a muchas familias reales les pasaba, sus padres eran primos, primos segundos, pero aún así familia, y cada uno de sus padres tenía sus propios amantes —Él era un guardia de una de las entradas a la ciudad. Ahora trabaja como guardia y en la cocina los fines de semana con su madre.

—Menudo cambio. Y bueno... es algo...

—¿Efímero? —A Alexander no pareció sorprenderle que leyera sus pensamientos. Había sido algo natural durante mucho tiempo —No lo sé, pero no quiero que lo sea. Pero, ya sabes... yo soy efímera.

—No seas idiota, por favor —Escuchó a Helena reír mientras apoyaba su cabeza en su hombro —Eres deprimente, ¿sabías?

—Lo sé. Gracias por aguantarme —Él suspiró.

—No puedo evitarlo —Por fin parecía que todo volvía a su sitio. Él estaba en casa, con su familia, intentando elegir una buena pretendienta que no le importara que no tuviera un mejor amigo, sino una mejor amiga y que no se sintiera celosa por ello, o que no le importara lo que estaba profecitado. Y aunque todavía no la había encontrado, no estaba dispuesto a rendirse.

Además, se había reencontrado con su mejor amiga, que extrañamente parecía feliz, algo que no sucedía todos los días. Con un estado de ánimo magnifico, tomó a Helena del brazo, y disculpándose con el duque, la arrastró casi corriendo hacia las entrañas del palacio.

El día parecía sonreírle.

La Profecía (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora