Apenas habían pasado unos días desde que lo había visto, y desde entonces, Helena se había visto obligada a sentarse a cenar con su familia como si todo fuese normal, sin embargo, nada lo era. Ella no hablaba, no con la mirada con la que su padre le cernía cuando Darren le preguntaba algo, y ella daba escuetas y bordes respuestas, que hacían a su padre hervir de enfado. Sin embargo, por fin podía volver a ver a su hermano, aunque no hablara con éste. Su tía Sonya parecía no querer ni mirarla, lo que la extrañó demasiado, ya que debería ser ella la que estuviera enfadada y no al revés, pero lo dejó pasar. Y contando la ausencia de Emilie, que ella agradecía, ya que no la quería ver ni en pintura, la conversación era escasa y los silencios reinaban, menos cuando hablaban Darren y su padre, que solía ser el 90% de las veces. Luego, por supuesto, volvían a encerrarla en su alcoba, con solo la compañía de Delilah.
Ese día, Delilah había parecido algo entraña, como si tuviese la cabeza en otro lado. En varios lados. Cuando había preguntado, simplemente había negado, diciendo que estaban construyendo algo en el jardín trasero o que no entendía a los nobles. Tal vez su padre estuviese construyendo una sauna, o... quién sabía. Delilah se marchó y aunque Helena miró por la ventana, ésta no daba con esa parte del palacio, así que tuvo que dejárselo a la imaginación.
Helena estaba a medias con el desayuno, cuando Delilah volvió a entrar. Urgó en uno de sus baúles y sacó de éste un largo vestido negro. Helena puso mala cara al verlo, le recordaba al que había llevado en el funeral de su tía abuela.
—¿Qué haces? —preguntó, dejando a un lado la tostada.
—Me han ordenado que os vista con un vestido oscuro —le explicó Delilah.
—¿Tiene que ser tan oscuro? —preguntó.
—Yo qué sé. No me dijeron 70% negro, 30% blanco. Solo dijeron oscuro —Helena dejó salir una exhalación.
—Está bien —dijo —Total, ya he terminado de desayunar.
Se levantó y se quitó el camisón, quedándose en cueros. Delilah tomó una enagua y le ayudó a ponérsela, tomando sucesivamente un corsé que Helena miró con mala cara, ya que seguían sin gustarle. Se puso las medias de seda, y Delilah le puso el maldito instrumento de tortura para sus pulmones y costillas. Luego, el vestido de una pieza largo con un poquito de cola. Helena se sentó en la silla de su tocador, y Delilah trenzó su cabello en dos y lo mezcló, haciéndole una corona de trenzas.
—Ya está —dijo ésta.
—¿No vas a ponerme algo de maquillaje? —preguntó, pensando en ponerse algo de color en las mejillas, ya que tenía el rostro pálido. Eran las consecuencias de que las pesadillas aún no la dejasen recuperar todas las horas de sueño, algunas se trataban de ella y Darren, otras a Ben, pero las que más la mantenían despierta después eran las de Connor, ya que era el único que no estaba a salvo.
—Me indicaron que nada de maquillaje —respondió, haciendo que Helena frunciera el ceño.
—Está bien.
Delilah dio dos golpes a la puerta, y Helena escuchó el mecanismo de la cerradura girando por la llave. La puerta se abrió, y Delilah guió a la chica, siendo custodiadas por el guardia apostado anteriormente en su puerta. Recorrieron los pasillos, y por un segundo, Helena tuvo la tentación de escabullirse e intentar liberar a Connor, pero con una mirada disimulada a su guardián, supo que no tenía ninguna posibilidad. Siguió a Delilah hasta abajo y allí se encontró a Ben, que parecía esperarla bajo el umbral de las puertas.
—¿Qué está pasando? —le preguntó a su hermano, llegando a él, y poniendo sus manos en su cintura. Él negó.
—No tengo la menor idea —respondió. La tomó de la mano, y se dirigieron hacia donde un guardia los guió amablemente.
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La Profecía (+18)
RomanceEl evento más esperado del año, un vistazo hacia el futuro por el Oráculo, se convierte en la mayor pesadilla de Helena, hija del duque de Vera. A partir de ese momento, la pobre chica se convierte en una parea gracias a una Profecía. Con 14 años y...