Helena se encontraba con una mujer muy experta en su trabajo. Estaban ambas en un gran salón del palacio, donde las paredes estaban pintadas de oro y el suelo relucía tanto que casi podían verse reflejadas en él. Emilie entró recolocándose el cabello con una mirada de disculpa hacia su amiga por llegar tarde. Helena había ido a su cuarto esa mañana, pero al parecer, había salido antes, porque lo había encontrado vacío y ni siquiera la había visto por el castillo en toda la mañana. O estaba escondida, o quizá... había salido al pueblo, tal vez a encontrarse con alguien.
Su padre, como todos los años, había hecho llamar a la señorita Mary, una talentosa organizadora de eventos y fiestas. Incluso, encargada de las bodas reales. El duque, Cameron, se quedaría como siempre en el palacio hasta su cumpleaños, para pasar tiempo con ella y asegurarse de que todo iba bien. Las invitaciones ya habían sido enviadas, y de la mayoría habían recibido respuesta. Como sabía, asistirían, ya fuera por compromiso, por interés, o por la diversión.
La señorita Mary tenía casi treinta y cinco años, y estaba sin casar. Había decidido, cuando el momento llegó, despachar a sus pretendientes para perseguir sus sueños, los que había conseguido se mirase por donde se mirase, y al ser la hija menor de un marqués -con 2 hermanos y 2 hermanas- no había recibido tantos problemas como cabría de esperar.
Emilie llegó a su lado y Helena dijo —Estaba pensando en colocar el escenario allí, con suficiente espacio para la orquesta.
—No lo se, milady —contestó la organizadora —Desde ese otro lado llega más luz, necesaria para los músicos y aquellos que bailen. Y la acústica es mejor.
—Ay, también quería hablarte de eso, necesitamos más lámparas y candelabros.
—Está bien... —dijo apuntándolo en una libreta —¿Cómo los queréis?
—Pues como había pensado que fuera una fiesta de disfraces... Si tuvieran alguna forma mejor. Ya sabéis, duendes, animales o lo que sea.
—Lo anoto. ¿Y no queréis bufones o bailarines? —Helena negó.
—Aunque quiero que los músicos lleven máscaras.
—¿Será una mascarda? —preguntó Emilie, quien había permanecido callada.
—No, que va —le contestó —Pero quiero que sólo los invitados lleven disfraces. Los trabajadores llevarán máscaras para distinguirlos fácilmente y que no desentonen con el ambiente.
—Comprendo, es buena idea —la felicitó Emilie haciéndola sonreír.
Entonces el duque entró por la puerta. Parecía que acababa de levantarse, puesto que llevaba la ropa arrugada y no impoluta como siempre, y el cabello desordenado. Helena notó que de esa forma, su padre parecía más joven. Ni siquiera llegaba a los cuarenta años, y las arrugas que tenía eran pequeñas y poco notables, a los lados de sus ojos cuando sonreía. En definitiva, así, parecía tener treinta recién cumplidos. Sin embargo, suspiró igualmente, no le extrañaba que se hubiese despertado tan tarde, ya que en sus cortas vacaciones debía descansar lo que no había podido mientras estaba en la Corte. Emilie y la señorita Mary se inclinaron, y el duque se colocó al lado de su hija, entre ésta y la organizadora.
—¿Va todo bien? —preguntó, apoyando una mano en la espalda de Helena, queriendo que lo informaran.
—Claro, padre —Le respondió ésta —Ya tenemos elegidos los músicos, los adornos, y estábamos concluyendo un par de cosas.
—Me alegro, y ¿todavía no has cambiado de idea sobre los disfraces? —Helena negó sonriendo —Ya sabes lo poco que me gustan esas cosas, mi vida.
—Lo sé, pero harás esto por mí —El duque suspiró, sabiendo que no mentía.
—Lord Cameron, no os preocupéis, la celebración al final le gustará —comentó Emilie —La organizan la mejor organizadora del reino y la propia Helena.
—Ya, y eso último me asusta —Émilie rió.
—Si eso era todo, me despido. Tengo que pedir lo que falta y encargarme de que nada se estropee —dijo la señorita Mary, y Helena asintió.
—Deje que le compañe hasta el carruaje, entonces —Ella asintió y ambos salieron.
—¿Crees que puedo conseguir que lady Mary sea la acompañante de mi padre en mi fiesta? —le preguntó sinceramente a Emilie con ojos decididos. Ésta frunció el ceño —Eran amigos en su juventud.
—¿Qué? ¿Para qué? —preguntó.
—¿Tú que crees? Ya va siendo hora de que mi padre avance.
—Lo sé, Helena —dijo contraria a su idea —Pero es él quien debería elegir. Si te descubre, se cabreará.
—Bueno, si él mismo se hiciera cargo no tendría que hacer de celestina, Emilie —Ella suspiró, pero Helena no dijo nada más.
...
Ben estaba recorriendo los pasillos del castillo, después de escribir un par de cartas a sus amigos y algo de poesía en un cuaderno. Él no se creía muy bueno en ello, pero como disfrutaba de hacerlo, le daba igual.
Su destino era una amplia sala, espejos en todos lados y una tarima en el medio redonda, donde la modelo, su hermanita, se quedaría allí durante lo que parecían horas para hallar sus medidas por si habían cambiado. O probarse el vestido. Casi faltaba una semana para su cumpleaños, y todavía no le había preguntado. Había supuesto que lo haría eventualmente, que se le habría olvidado por todo lo que tenía que organizar, pero cuando una semana pasó y ella no le preguntó nada, él se inquietó.
Las puertas estaban abiertas, y como se imaginaba, allí estaba ella, en el medio. Habían un par de sirvientas sentadas sobre sus rodillas con cestos de costura, telas y demás, y antes de poder saber por qué, se encontraba escuchándolas. Algo había llamado su atención.
—Así es, Irene —le dijo una de las sirvientas a la otra —He escuchado que este año el color no lo ha escogido el señorito Ben —La sirvienta a la que le pertenecía el nombre de Irene abrió la boca sorprendida.
—¿De verdad? ¿Entonces quién, su padre? —La otra negó.
—Ella mencionó a un muchacho —frunció el ceño y añadió —Aunque no recuerdo cómo lo llamó.
Ben se sintió... traicionado, herido. Era una tradición para ellos, que él eligiera el color de su vestido, igual que el primer baile fuese con su padre, aunque al parecer ambas cosas habían cambiado. A él no le habría importado si el color lo hubiera escogido el duque, ya que simplemente significaría que no quería enfadarlo cuando él mismo se revelase ese día. Pero no. Un chico, lo había cambiado por un muchacho al que seguramente apenas conocía, no como ellos dos se conocían. Él sabía lo que ella pensaba, quería, amaba y anhelaba, o por lo menos casi todo, ¿qué sabría él? ¿Qué tenía ese chico que él no? Ella había dicho en su lecho que nunca se alejaría, pero a Ben le pareció en ese momento que lo hacía.
Y no le gustó.
Y no iba a permitirlo.
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La Profecía (+18)
RomanceEl evento más esperado del año, un vistazo hacia el futuro por el Oráculo, se convierte en la mayor pesadilla de Helena, hija del duque de Vera. A partir de ese momento, la pobre chica se convierte en una parea gracias a una Profecía. Con 14 años y...