Capítulo 18

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Sí, había sido ella la que había huido al ver la duda en sus ojos. Pero no, después de eso había sido él quien la había evitado. Volver al baile había sido... malo, difícil. Se había lavado la cara y una criada había ido hasta su habitación por órden su padre para que volviera a la fiesta cuando se dieron cuenta de que no estaba durante mucho tiempo. Esa misma sirvienta se encargó de ocultar los estragos de las lágrimas y volverla a maquillar. Sin embargo, no se esmeró mucho, ya que podían tardar una hora para perfeccionarlo, y no tenían una hora. Ella había evitado a su padre y a Emilie, y se había quedado con los chicos. El recuerdo de Connor le dolió.

Habían pasado dos días, Ben se había ido a la Corte, y ella se sentía la peor persona del mundo. El beso que habían compartido la había llevado hasta al cielo, y luego había caído de nuevo a la tierra. Y luego, cuando pensaba en Connor, que era tan a menudo como sus pensamientos por Ben, se sentía bajar hasta las llamas del infierno. No quería enfrentarse a él, porque no quería mentirle.

La puerta sonó, pero su voz al otro lado la destrozó —¿Helena? ¿Estás ahí? —Era Connor, de nuevo. Ella no contestó y lo sintió apoyarse en la puerta —Si estás, necesito hablar contigo. Hoy por la noche, donde siempre. Tengo que irme... —Pareció que iba a decir algo más, pero segundos después escuchó sus pasos.

...

La sirvienta entró en su cuarto, y la vio todavía tumbada en la cama, con una expresión cansada.

La bandeja de la comida estaba llena sobre su mesita. Su padre había decidido que comiera en su cuarto al estar enfadado con ella, sin saber realmente, que era justo lo que ella quería. Justo cuando quería comentarle que deseaba iniciar sus estudios como diplomática, él le hacía eso. Helena era buena en esos temas, había sido educada para eso, pero al no ver una vida más allá de los veinte, no decidió nada, no hizo nada. Sólo una educación de señorita como las otras jóvenes de la Corte.

Era ya por la tarde y se sintió exhausta antes de que incluso la sirvienta se llevara la comida. Luego no la recordó volver, aunque por la noche había una nueva bandeja sobre su mesita.

Se volvió a dormir, que era lo único que hacía últimamente, y se olvidó completamente de su reunión con el muchacho.

Igualmente, no tenía pensado ir. Ver su cara dolería demasiado.

...

Helena estaba acostada en la cama todavía, a pesar de que ya era tarde para estarlo, pero como no iba a salir, decidió hacer lo único que podía. Por fin se dignó a abrir los regalos que se habían acumulado en su habitación y que nadie había quitado, no tenía nada más que hacer, y desde luego, no iba a salir. Sentía que con un poco de aire o de luz solar moriría, así que sentada en su cama, fue viendo uno a uno lo que había. Vestidos, joyas, libros... Vio una caja y al leer la etiqueta sonrió, no mucho, ya que parecía alérgica a ello, pero un poco. Era de su tía Sonya, quien debía de haberlo enviado de dónde quisiera que estuviera.

La abrió lentamente y esbozó una sonrisa amplia al contemplar un bonito carrusel. Era su tradición, regalarle uno en cada nuevo lugar al que iba, y hacía mucho que no tenía uno nuevo. De repente, sintió que la echaba mucho de menos.

Con un sentimiento de tristeza, decidió que sólo abriría uno más y volvería a dormir. Leyó los nombres en los regalos, "Darren Nosequé", "Matthias Nosecuánto", pero ella cogió uno al azar. Una especie de libro, se dio cuenta que era al desenvolverlo. Uno ilustrado... ni que fuera una niña.

En la portada había el dibujo de una joven de cabellos oscuros y se titulaba "La batalla prometida". Helena frunció el ceño y empezó a leer la historia contada en páginas de dibujos y un par de párrafos escritos en cada.

La Profecía (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora