El carruaje llegó justo a la hora en la que el duque había anticipado, pues apenas quedaban escasos minutos para las 9. El cielo estaba oscuro, y la brisa era fría. Helena había bajado junto a Ben y Émilie para recibirlo en cuanto los criados habían anunciado que su carruaje se acercaba a la mansión. Los dientes de Émilie castañeaban del frío, pero no era que no la hubiesen avisado. Sin embargo, había estado tan contenta con el regreso del duque, que no había escuchado y no se había abrigado, y por eso ahora se abrazaba a sí misma, intentando retener algo de calor.
El carruaje se detuvo y un sirviente abrió la puerta, dejando a su padre salir. Dio un beso en la mano a Émilie, diciéndole que la había echado de menos -cosa que prefería no haber escuchado Helena, ya que no le gustaba sus muestras de cariño- y luego le dio un beso en la frente a ésta.
—¿Vamos? —preguntó Ben a su padre dando un paso hacia dentro. Éste asintió.
—Sí, vayamos a mi despacho —indicó mientras se quitaba el pesado abrigo y se lo dejaba a los criados. Helena y Ben lo imitaron, y Émilie se excusó volviendo con los demás invitados, ya que era un tema que quería discutir solo con ellos.
—¿Qué pasa, padre? —preguntó intentando seguir los largos pasos, casi zancadas, de su padre. Él nunca parecía acordarse de que sus piernas no eran tan largas o de que su vestido era bastante engorroso.
—Ahora lo discutiremos, Helena, no seas impaciente —Ben la miró con una ceja alzada. Su padre parecía tener un tono contento incluso regañándola, como si algo bueno hubiese pasado. Helena sonrió, eso significaban buenas noticias.
—Perdón —dijo ella sin sentirlo demasiado. Cruzaron los pasillos y subieron las escaleras hasta el último piso. Su padre abrió la puerta de su despacho, que siempre estaba cerrada con llave, pues tenía documentos importantes, y una sirvienta no tardó ni dos minutos en encender el fuego de la chimenea.
Se levantó y antes de marcharse, el duque dijo —Cierra la puerta.
—Sí, señor —respondió ella obedeciendo a sus órdenes.
El duque se sentó en su silla acolchada, emitiendo un suspiro de alivio cuando se recostó en esta, y Helena se sentó en una de las de enfrente. Ben se mantuvo de pie detrás de la silla de ella, apoyando una mano en el respaldo, y Helena cruzó las piernas esperando la tan esperada noticia. Se había perdido los planes con Connor por su culpa, así que ya podía ser bueno. El duque se quitó los guantes dejándolos sobre la mesa, y acercó las manos al fuego antes de hablar, las tenía heladas.
—¿Recuerdas al enviado de Mïrle? —Helena tragó, no le gustaba su recuerdo ni que su padre lo mencionara, pero aún así, asintió. Jamás podría olvidarlo —Recuerdas que estaba buscando llegar a un acuerdo, ¿cierto?
—Sí, barcos o algo así —Su padre asintió.
—¿Han dado frutos? —preguntó Ben. Helena se sorprendió de que estuviera tan perdido como ella, pues al ser el hijo y heredero, siempre solía ser incluido en esos asuntos.
—Así es.
—Bueno, era de esperar —siguió Ben —Son los barcos más rápidos que se han construido hasta el momento, tienen un peso perfecto, un diseño increíble, y son fuertes. Lo cierto es que no es la gran sorpresa —acabó Ben encogiéndose de hombros sin darle importancia. Helena lo miró, al parecer algo informado sí que estaba.
—Así es, a lord Ren le gustaron en cuanto vio los planos y la maqueta a escala, casi no hizo falta ni ver el modelo construido.
—¿Eso era todo? —preguntó Helena —Me alegro, padre. Aunque confiaba en ti, sé que eres un buen negociante, seguro que les has sacado todo el dinero de sus arcas.
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La Profecía (+18)
RomantizmEl evento más esperado del año, un vistazo hacia el futuro por el Oráculo, se convierte en la mayor pesadilla de Helena, hija del duque de Vera. A partir de ese momento, la pobre chica se convierte en una parea gracias a una Profecía. Con 14 años y...