Capítulo 48

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Todos los días eran exactamente iguales para ella, o por lo menos, los habían sido durante un tiempo. Luego, algo pequeño, que para muchos habría sido insignificante, pero que la llenó de consuelo, había llegado a ella como un regalo. Esa había sido Delilah, y por fin había podido tener una conversación que involucrara a más de una persona, es decir, que ya dejara de ser un maldito monólogo. Eso además también le había dado algo de paz, al saber de primera mano que no le había pasado nada, y también esperanza, al pensar que a lo mejor todavía estuvieran luchando por ella. A pesar de que todavía no hubiese visto a Ben, que por lo que le había contado, lo tenía totalmente prohibido, y un guardia en su puerta las 24h del día hacía cumplir los deseos de su padre. Ninguno de los dos que intercambiaban turnos se había dejado vender, y no le extrañaba.

Helena recordó el dolor de cabeza tras la deshidratación por todas las lágrimas derramadas. Delilah le había contado, de manera reacia, que su padre había despedido a los señores Tennant, a los padres de Connor. Aunque no tuviesen nada que hacer, su padre no miró hacia otro lado al saber que sus progenitores trabajaban para él, acabando con esa relación laboral, obligándolos a volver al pueblo. Y Connor seguía encerrado en una celda.

Delilah, con su uniforme de ayudante de cámara, un vestido grisáceo hasta sus tobillos de manga larga, y con el cabello rubio recogido como normalmente, en trenzas atadas en su cabeza por detrás, entró más tarde de lo habitual. Con ella traía una bandeja con la cena.

—Buenas noches, señorita —dijo mientras la puerta se cerraba a su espalda por el guardia. Helena soltó un suspiro al ver por un segundo el pasillo entre la puerta abierta, anhelaba tanto la libertad...

—Buenas noches —dijo soñolienta. Estaba cansada, cansada de no hacer nada, de tener que leer para poder entretenerse, y a pesar de que era una de las únicas actividades que había hecho en las últimas semanas, ésta no le había producido ningún placer. Las historias de pillos intentando hacerse un lugar para sí mismos en el mundo no era de su agrado, o por lo menos, no en ese momento que tenía tanto en la cabeza. Además de que nunca se había interesado demasiado en los libros.

Helena se levantó de la cama, y se puso su bata cuando sintió una brisa gélida rozar su piel, mientras, Delilah preparaba la cena en su mesa, frente a la chimenea. Helena se sentó en la silla de madera bostezando. A eso de las cinco de la tarde, se había intensificado el dolor de cabeza que la estaba incordiando, así que se había metido a la cama, rogando que se le pasara, y al final, se había quedado dormida antes de eso, aunque había despertado refortalecida minutos antes de que Delilah entrara por la puerta. Los dolores de cabeza habían empezado desde hacía unos días, pero Helena no tuvo ningún problema en reconocer que se debía a lo poco que dormía y comía. Y aún así, todavía se forzaba a comer por lo menos la mitad del plato, a pesar de su poco apetito.

—Hoy llegas tarde —dijo —¿Ha pasado algo? —preguntó. No es que le molestara, pero era perfecto para empezar una conversación y saber qué pasaba fuera de esas paredes.

—Lord Boir me ha detenido —dijo con un tono quejumbroso —, y al final solo me ha hecho perder el tiempo.

—¿Gray? —preguntó. No sabía que seguía ahí —¿Y qué ha pasado?

—Quería que le llevase el té de la tarde —explicó —, y cuando lo he hecho, me ha dicho que sabía extraño. Me ha hecho incluso probarlo, ¡probarlo! Y hasta que no me he bebido toda la taza para demostrar que sabía normal, decía que no iba a dejarme marchar, y Helena, ¿cómo demonios voy a saber yo como sabe su té usual? No es que lo beba. Menos mal que no había nadie más —Delilah parecía mortificada, y Helena rió.

—¡No es gracioso!

—Sí lo es —dijo risueña.

—¡Oh! Tenéis correo, por cierto —comentó sacando de su bolsillo dos cartas que se le había olvidado darle por la mañana, cuando habían llegado. La cara se le iluminó al ver una de ellas, y la otra la tiró al sofá al leer su remitente con mosqueo —Leedlas mientras cambio las sábanas —sugirió al verlas deshechas, imaginando que como en los últimos días, estarían sudadas. Helena asintió, abriendo la que quería. Era de Alexander.

La Profecía (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora