Desde ese extraño encuentro en el tejado, Helena no había podido evitar mirar en cada rostro buscando uno en específico, sin embargo, todavía no había tenido suerte. Y tal como llegó, se fue como una nube de humo, sin dejar rastro. Sin embargo, Ben había vuelto, y al parecer, cansado, así que cuando la noche en la que llegó -hace dos días- ella se metió en su cama afirmando que lo había echado de menos hasta que su corazón se había estrujado en su puño, él no pudo echarla, aunque no se había vuelto a repetir. "Quizá mañana" pensó con buen humor.
Llevaba un vestido de seda finísima para soportar ese calor, ya que aunque sólo estuvieran a mediados de Junio, la temperatura se había adelantado ese año, y casi parecía que era Julio. Era un vestido rosa pastel en la parte de arriba con un escote en V como eran muchos de sus vestidos veraniegos, Helena tenía buenos pechos y le gustaba como éstos se asomaban por el canalillo. La falda era blanca, y le bajaba hasta los tobillos sin una arruga. Y su parte favorita, la espalda descubierta que rozaban sus cabellos, que ese día lo llevaba en ondulaciones.
Se recogió la falda y empezó a correr, ya que llegaba tarde. Ese día había tenido lecciones de lengua, cosa que apreciaba poco, y aunque no lo había dicho todavía en voz alta, no entendía por qué tener innumerables clases larguísimas si se suponía que iba a morir en poco más de un año. Helena sabía que si decía eso, su padre se vendría abajo y ella lo quería lo suficiente para no permitirlo.
Llegó hasta el lago, que cubría unos 3km de terreno y miró hacia las grandes rocas que se sublevaban. Allí vio a una figura sentada. Las rocas tenían una superficie plana, lo que les había permitido en numerosas ocasiones pasar tardes sentadas y acostadas, tal vez mojándose los pies con el agua.
Llegó hasta allí a paso normal, intentando recuperar el aire de haber estado corriendo y se acercó a su mejor y única amiga por detrás, colocando las manos en sus hombros asustándola.
—¡Helena! —soltó Emilie exaltada —Por los dioses, ¿quieres matarme? —Con la mano en el pecho, suspiró, haciéndola reír.
Emilie era una joven pelirroja, aunque más bien el color era anaranjado. Era alta, más de lo que era normal en las chicas, midiendo 1'75, 8 cm más que ella, y lo que hacía que sólo quisiera parejas que tuviesen como mínimo la altura de Ben. Llevaba un vestido de color azul cielo con volantes y lazos en la falda, y un lazo rojo coronaba su peinado de tirabuzones. Emilie era dos años mayor, y de hecho no cumpliría los veinte hasta diciembre, así que durante unos meses se llevarían sólo un año, lo que siempre se le había hecho extraño a Helena. Se habían conocido poco después de morir la madre de Helena, cuando ésta tenía 6 años y fue quién la ayudó a superarlo en gran parte. Emilie era la hermana melliza de Gray, uno de los mejores amigos de su hermano, así que había sido natural que se hicieran amigas. De niña había pasado tanto tiempo en esa casa, que cuando lo de la profecía fue descubierto, ella fue la única que le dio su apoyo incondicional. Siempre lo había apreciado, y eso que sólo tenían 14 y 15 años en ese entonces.
—Emilie, ¿cómo iba a querer matarte? ¿Si lo hiciera quién me aguantaría? —Emilie le dio un golpe amistoso en el brazo y luego se tumbo con su largo cuerpo en la roca.
—Pues menos mal que soy tu única amiga, ¿no?
—Así es, tu suerte será tu salvación. Recuérdalo —Ella rió.
—Hace tiempo que no te veo, ¿que te ha pasado últimamente?
Era cierto. Usualmente, habrían ido a la casa palaciega de verano a finales de Junio, o en Julio, pero ahora ese se había convertido en su auténtico hogar, y en la Corte sólo estaba cortos periodos de tiempo, así que ya no se podían ver tanto. Ella se encogió de hombros.
—T-tengo una pregunta para ti —dijo con un leve sonrojo en sus mejillas.
—¿Hmph? ¿Qué es?
—Por favor, no se lo digas a nadie —Ella asintió cada vez más curiosa.
—Venga, dime.
—Puede que esté interesada en alguien —Emilie se puso las manos en la boca emocionada. Helena nunca le había contado sus planes con Ben, pero ahora necesitaba su consejo porque pensaba que no estaba avanzando nada, y finalmente, se había desesperado.
—¿Quién es? ¿quién es? —Helena negó.
—Sabes que no me siento cómoda hablando de estas cosas —Ella suspiró —Así que nada de nombres.
—Vale —dijo con cara larga, cruzada de brazos fingiendo estar enfadada —Bueno, ¿y qué pasa?
—Nada, ese es el problema.
—Comprendo —Se llevó las manos a su barbilla y dijo —Quieres consejo para hacerlo salir de la burbuja de la amistad.
—Casi es peor, me considera prácticamente como a una hermana pequeña.
Helena se preguntó si Emilie no estaría pensando en cuándo se había vuelto tan cercana con un chico.
—Uhhh —Soltó.
—Lo sé.
—¿Habéis pasado tiempo a solas? —preguntó, y Helena asintió —Vale y, ¿como se ha mostrado?
—Pues... No sé, normal.
—Pero, ¿diferente a cuando estáis con más gente? —Ella lo pensó.
—Bueno, hablamos de cosas más profundas cuando estamos solos —Emilie sonrió.
—Eso es bueno, significa que puede hablar de cosas contigo que con los demás no. ¿Y le has preguntado sobre sus miedos, su familia, no sé, lo que quiere? ¿O de tus propios miedos?
—Yo... no.
—Cuando lo hagas, avanzarás. Lo sé.
—¿Por qué? —Ella sonrió.
—Pues porque cuando dos presonas hablan de cosas tan íntimas se vuelven más cercanas, y es lo que necesitas. Estoy segura.
—Está bien, gracias. Seguiré tu consejo.
—Eso espero —dijo ella —Es mano de Santo.
—Oh, y... —comenzó recordando que la hizo sonreír divertida —Hace unos días conocí a un chico.
—¿Qué? No es el mismo del que estamos hablando, ¿no? —Helena negó —¿Qué demonios pasa cuando estoy lejos?
Helena rió.
—De verdad, nos conocimos en la situación más inverosímil. No lo adivinarías ni en mil años —Eso encendió de nuevo la curiosidad de Emilie —Pero eso no importa, la verdad es que lo único que sé de él es su aspecto.
—¿No sabes cómo se llama? ¡Entonces dame detalles, amiga! —Helena rió.
—Tiene el pelo castaño, ojos grises, y es alto y delgado.
—Nada mal —Y preguntó —¿Y es un noble?
—Yo... no lo sé —Había estado muy oscuro y no se había fijado en si su ropa era de noble o plebeyo. Tenía en mente otras cosas, como que fuera un idiota y un cobarde. Al pensarlo, se dio cuenta de que ni siquiera le había preguntado qué le había llevado a hacer eso, o a planteárselo.
Aunque igualmente, no creía que fuera un noble, ya que no recordaba a ninguno hospedado en ese momento en su casa.
—Vaya, no te enteras de nada —dijo Emilie riendo.
—¡Oye! Ni siquiera lo he vuelto a ver.
—¿De verdad? Qué mal, aunque tú ya estás interesada por otro, ¿no? ¿O es que ahora tienes dudas? —Ella negó varias veces.
—Ni siquiera lo conozco.
Pero no podía negar que quería llegar a hacerlo.
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La Profecía (+18)
RomanceEl evento más esperado del año, un vistazo hacia el futuro por el Oráculo, se convierte en la mayor pesadilla de Helena, hija del duque de Vera. A partir de ese momento, la pobre chica se convierte en una parea gracias a una Profecía. Con 14 años y...