Capítulo 78

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Roisin había quedado para comer con Helena y Ailin, sin Cara, ya que ésta se había ido con sus padres para pasar todo el tiempo que pudieran en familia antes de que la guerra empezaran y su padre fuera a batalla con sus soldados. Roisin estaba nerviosa con aquella guerra, aunque estaría muy lejos del peligro, aún así, ni siquiera quería pensar en ello.

Roisin caminaba por los pasillos hacia el comedor preguntándose si Helena habría invitado a Darren, con quien últimamente se llevaba de maravilla, y algo dentro de ella se sintió oscuro y reconoció los celos al segundo. Ella habría dado lo que fuera por que su amor fuera así, por que estuviera permitido, al menos. Roisin levantó la mirada y observó a una sirvienta salir de los aposentos de su hermano y su cuñada. Roisin frunció el ceño, ya la conocía.

Helena salió justo después y esbozó una gran sonrisa, llegando hasta ella y entrelazando sus brazos.

—No sabía que ibas a venir a por mí —comentó Helena mientras ambas se dirigían hacia el comedor.

—He salido antes de cuenta y como tampoco me desviaba mucho, he decidido recogerte.

—Entiendo.

Ambas caminaron por los pasillos, y Roisin, al ver que tenía la mirada perdida, preguntó —¿Pasa algo? —Luego pareció darse cuenta —Perdón, soy una idiota, la guerra te da más de lleno que a cualquiera de nosotros. Sabes que si necesitas una compañía para despejar un poco la mente, me tienes aquí, ¿verdad? —Helena asintió, sonriendo suavemente.

—Claro, Roisin, aunque solo estoy preocupada por Darren —mintió —Si mi padre y mi hermano no son tontos, se intentarán mantener al margen, aunque también me ha prometido mantenerlos a salvo.

—Oh, entiendo —Roisin parecía sorprendida —Aunque siempre es mejor ponerte en lo peor.

—Puede que tengas razón.

—Majestad —Una sirvienta se inclinó antes de entregarle un mensaje a Helena.

Roisin se había dado cuenta de que últimamente Helena recibía mucha correspondencia, aunque no sabía de quién. Había escuchado que había estado iniciando su papel de reina invitando a los nobles que desconocía a comidas y cenas, y Roisin se había sentido orgullosa, ya que parecía estar empezando a encajar en Mïrle, y su hermano estaba más contento que nunca. Sin embargo, aún había algo extraño, aunque no sabría decir el qué.

Helena le dio la carta a Erin sin abrirla, y Roisin llegó observar el sello que cerraba la carta. Agrandó los ojos al reconocerlo. Era de Espen. Erin se guardó la carta y tras una reverencia, se alejó de ellas.

Roisin cerró los puños. Le estaban ocultando algo.

...

El caballo de Roisin se detuvo frente a las puertas, y un mozo, un tanto nervioso, balbuceó algo mientras tomaba las riendas. Roisin se adentró en el palacio sin escucharlo, a pasos firmes.

Hacía ya unos días, Espen le había pedido que mantuviera las distancias durante un tiempo, hasta que él la avisara. Le había dicho que necesitaba estar solo. Roisin había creído que caía en una de esas épocas tristes en las que apenas era capaz de salir de la cama, y aunque le había rogado que no la alejara, al final había cedido. Habría cedido a todo lo que Espen le pidiera, y eso a veces le daba miedo.

Pero si en realidad toda esa relación entre Darren y Helena era una farsa y ésta estaba teniendo un amorío con Espen... No, Roisin no se dejó pensar aquello. Le dolía más de lo que podía reconocer.

Sin embargo, pronto empezó a notar que algo estaba diferente, muy diferente. Todo estaba reluciente, habían más sirvientes de los que jamás había visto y Roisin, frunciendo el ceño, siguió a una criada que llevaba dos teteras. Normalmente, solo habían cuatro personas en el palacio, su madre, su tío, Espen y ella, y muchas veces no habían coincidido. No había manera de que llevara dos teteras para tres personas, era demasiado.

La Profecía (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora