Capítulo 20

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El vestido había ido directo a la basura, y Helena había tardado lo suyo en quitar toda la pintura de su cabello, por supuesto, con ayuda de sus sirvientas.

Después de haber visto a Connor se sentía mejor, como si su sola presencia le mejorara el día. Se habían despedido en las cuadras donde se habían tomado un segundo, solo apoyados en el otro antes de que ella entrara por las puertas principales del palacio y él por las puestas dirigidas a la servidumbre. No se habían despedido con un beso, pero casi había sido mejor.

Helena estaba desayunando en la cama, vestida con otro de sus camisones, y con las piernas cruzadas. Recordó lo que le había dicho «Te quiero», y ella quiso responderle esas mismas palabras, sin embargo, casi había roto a llorar. Porque cómo iba a corresponderle de tal modo si no se lo contaba todo. No podía decirle "Yo también te quiero" y no decirle que también amaba a otro. Así que no había dicho nada.

Cogió una porción de tarta de manzana justo cuando su padre abría la puerta. Ella lo ignoró, de hecho, ni siquiera lo miraba —No sé por qué te comportas así, pero no he venido por eso.

Ella entonces lo miró, casi a regañadientes.

—Se... S-se trata de tu tía abuela Leonor —No hicieron falta más palabras. No con la expresión en el rostro de su padre. Era de sufrimiento puro.

Antes de darse cuenta, sus mejillas ya estaban húmedas.

9 de Agosto, la fecha se le quedaría grabada.

Porque ella estaba muerta.

Su padre se acercó y le quitó la mesita portable del regazo, y la abrazó con fuerza. Ella se entregó a la sensación de que su padre lo arreglaría, como cuando era pequeña, aunque no tenía arreglo, no eso. En algún momento su padre también lloró, en silencio, era su tía después de todo, su familia, y se sumieron en la tristeza juntos.

El cielo era claro contra la ventana, los pájaros cantaban sus canciones como si estuvieran alegres, y Helena no podía parar de llorar. Su padre la consoló como lo haría con una niña pequeña, como lo había hecho con ella y con su hermano cuando su madre había muerto, incluso cuando él estaba destrozado. Siempre los había antepuesto. Ella se aferró a su camisa mientras él la sostenía, y se dormía en su pecho, cansada y sin más lágrimas por derramar.

La habían despertado tarde para comer, pero aunque habían comido ella, su padre y Emilie juntos, había sido en un silencio sepulcral. Eran casi las 4 de la tarde cuando se marchaban en un carruaje. Estaban en las puertas, listos para irse hasta el castillo de la tía en Costa Azul cuando Emilie le puso su mano sobre la de ella, que la tenía en la ventanilla.

—Nos veremos cuando vuelvas —Helena estaba demasiado cansada para hacerle ascos, así que sólo asintió. Se dio cuenta de que ella y su padre compartían una mirada antes de irse, y se preguntó cuantas veces había pasado sin que se diera cuenta.

Helena quería dormirse en el trayecto, pero la mirada preocupada de su padre sobre ella no la dejaba, y se le formó una pregunta en su cabeza que no pudo resistir a preguntar —¿Ben lo sabe? —Su padre pareció sorprendido cuando habló.

—Sí, le mandé una carta en cuanto me enteré.

—¿Y vendrá? —Esta vez lo miró, y él asintió.

—Su majestad le habrá dado el día libre para el entierro, aunque ocuparé su lugar en la Corte cuando éste acabe —añadió su padre —Iba a hacerlo de todas formas.

—Está bien —contestó ella y desvió la mirada, apoyando su cabeza en el carruaje para dormir.

Aún así, no pudo.

La viaje se había hecho largo en silencio, normalmente, habría estado hablando animadamente, pero no en esa situación ni como estaban las cosas entre ella y su padre.

Llegaron allí sobre las siete, y el mayordomo que había sido la mano derecha de su tía, los recibió. Otros cuantos familiares y amigos habían llegado, pero Helena preguntó por uno es específico —¿Ha llegado Ben?

—Sí, señorita. Está en la misma alcoba en la que se hospedó la última vez —Ella asintió —Y siento su pérdida.

—Casi ha sido más tuya que mía. Tú la conocías más —Él negó, pero formó una pequeña sonrisa que no le despojó del semblante demacrado —Padre, voy a-

—Lo sé, dile que luego iré yo —Helena asintió.

Subió las escaleras despacio, recordando cómo la había visto bajar por esas mismas, y cómo ya jamás podría. La pena era un sentimiento desolador y exhaustivo, no sabía como su propia tía lo había aguantado durante tanto tiempo sin desmoronarse. Quizás, por dentro, aunque nadie lo sabía, ella también había estado rota, hasta que se había adaptado a ello para sobrevivir. En ese momento, Helena creyó que por fin entendía realmente la frase de "El tiempo lo cura todo". En realidad, no lo hacía, sólo nos acostumbraba al dolor.

Llamó a la puerta de Ben, y éste dijo —No quiero que se me moleste.

Helena sintió que hacía siglos que no escuchaba su voz, que no lo sentía tan cerca de ella, aunque estaba al otro lado de la puerta, quizás sentado en la silla escribiendo algo en el escritorio, o tal vez en la cama, tan agotado como ella. El cielo todavía no había oscurecido, y aún así, sabía que se iría temprano a la cama.

—Soy yo —dijo Helena, que casi había tenido que reunir toda su valentía para decir esas dos palabras. Hubo un silencio, y creyó que lo había dicho demasiado flojo para que la escuchara cuando habló.

—Entra —Puso la mano en el pomo y abrió.

Él estaba sentado en la cama, la chimenea estaba apagada y la única luz que había, entraba por el cristal de su ventana. Ben la miró y se levantó, puso sus manos sobre sus brazos, y el toque les ardió a ambos, sólo por el recuerdo de cómo lo habían hecho la última vez que se habían visto.

—¿Estás bien? —Le preguntó con preocupación, aunque probablemente era una estupidez de pregunta.

—Sí —dijo ella, que no se atrevía a mirarlo a los ojos —¿Y tú?

—Seguro que mejor —dijo —Tú te hiciste más cercana a ella.

Se encogió de hombros y dijo —Padre va a venir luego.

—Está bien, lo esperaré —Helena dio un paso atrás, no creía que fuera el momento oportuno para iniciar la conversión en la que ambos estaban pensando.

—Voy a mi alcoba, estoy cansada —Ben asintió, y ella se marchó.

Lo había visto, y había estado bien. Se había embriagado con suficiente presencia suya para sobrevivir esos días grises.

La Profecía (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora