Helena vio cómo se acercaban al castillo desde la ventanilla. Le sudaban las manos y su corazón palpitaba exigente, aunque no supiese qué le exigía éste. Solo sabía que quería hacerlo parar. Quizás para siempre.
Como él le había dicho una vez, el castillo estaba en la costa, y Helena inclinaba la mirada hacia arriba por sus numerosas y espléndidas torres. De color marfil y con un toque de azul en sus tejados, la chica se sintió maravillada por la visión, por mucho que no lo quisiera. Las agujas de sus torres, puntiagudas como dagas, le recordaban a heladas estalagmitas.
El carruaje cruzó las puertas de la segunda muralla, hacía bastante que habían pasado la primera, y Helena vio a cada una de las personas inclinarse o colocar una mano en el pecho, recibiendo al príncipe de buen grado. Nobles y sirvientes aguardaban a su heredero. Los primeros lo hacían afuera del castillo, con, Helena supuso, los reyes de Mïrle en el medio.
El carruaje se detuvo, y Darren salió primero, tendiéndole la mano a Helena. Ella estaba tan desconcertada al ver la increíble bienvenida, que la aceptó sin pensarlo. En cuanto ambos estuvieron fuera de aquel insufrible medio de transporte, del que ambos estaban agotados, todos hicieron una reverencia, todos menos los reyes.
El rey era un hombre alto y de cabello rubio, con algo de barriga y cara redonda. Parecía mayor que su padre. Sin embargo, todas esas capas de ropa, pudieron hacerla malinterpretar su peso, que con aquellas pieles animales y elegantes vestiduras, lo hacían parecer más voluminoso de lo que en realidad era. La reina sin embargo, era visiblemente más joven que él. Debía de haber dado a luz a su primogénito antes de los dieciséis, o a lo mejor era que usaba mágicos ungüentos para permanecer tan joven y bella, con el mismo cabello rubio que los de su hijo y marido, unos atractivos ojos oscuros y una sonrisa dulce, se mantenía regia a su lado. Helena vio a los lados de los reyes, a un paso detrás de ellos, visiblemente más cerca que cualquier noble, a dos damas, supuso que serían las hermanas de Darren.
De edades dispares, aunque ambas menores que Helena misma, las hermanas eran parecidas físicamente, por su cabello dorado y figuras delgadas, aunque tenían los ojos de distintos colores. La mayor, una adolescente con cara ovalada y carnosos labios rosados, los tenía azules, lo que la hacía una versión femenina de Darren, y la pequeña, apenas una niña, los tenía verdes como el rey. Éste esbozó una amplia sonrisa de oreja a oreja y se adelantó a encontrarse con su hijo, quien iba en camino. Darren se inclinó ante su padre, mostrándole el respeto debido que merecía al ser rey, y el otro extendió los brazos y lo abrazó. Darren correspondió al abrazo. No parecían tener la relación que Helena había escuchado de su hermano, que según rumores, Darren estaría envenenando a su padre para acceder antes al trono.
Se separaron del abrazo mientras conversaban alegremente, luego Darren volvió a inclinarse ante la reina y se dieron un seco abrazo. Helena observó apartada cómo la familia se reunía de nuevo y cómo las hermanas de Darren iban a abrazarlo. Ella tuvo ganas de vomitar. Teniendo a tanta gente que lo quería, había decidido elegirla a ella y así arruinarle la vida.
El príncipe se giró hacia Helena y ella tuvo que recomponerse del hastío rápidamente. Ante Darren era una cosa, pero no podía insultar a los reyes. Se acercó a Darren e hizo una reverencia pronunciada.
—Padre, madre, hermanas —dijo el príncipe poniendo una mano en su espalda. Su cuerpo se tensó —, os presento a Helena de Vera, mi prometida.
Su padre lo miró un segundo, y en un completo parpadeo, pareció disgustado, luego, por arte de magia, todo su desacuerdo desapareció. El rey extendió los brazos hacia ella y la abrazó. Helena correspondió de manera incómoda.
—Bienvenida a Mïrle, querida.
—Gracias, majestad —respondió ella.
El rey se dirigió a su hija mayor cuando dijo —Mostradle sus aposentos, cariño, vuestro hermano y yo tenemos que ponernos al día.
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La Profecía (+18)
RomanceEl evento más esperado del año, un vistazo hacia el futuro por el Oráculo, se convierte en la mayor pesadilla de Helena, hija del duque de Vera. A partir de ese momento, la pobre chica se convierte en una parea gracias a una Profecía. Con 14 años y...