CAPITULO 16. ENCERRADA

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Arielle llegó a las caballerizas, fue hasta donde estaba Enmanuell y lo enfrentó.
—¿Me quieres explicar, por qué carajos quitaste la línea telefónica. ¿Acaso te volviste loco? ¿Sabías que el secuestro se paga con la cárcel?  Me sacaste a fuerzas del convento. —casi gritaba furiosa mientras Enmanuell la miraba como si nada.
—¡Responde!
—¿Acaso no te das cuenta de que estamos trabajando? Si ya terminaste de parlotear sal de aquí por favor. Habló indiferente Enmanuell.
Arielle lo fulminó con la mirada y salió de ahí. Mientras caminaba a la salida, fua a la puerta del corral  las abrió y empezó a sacar las vacas
—Salgan, salgan todas de aquí, seguro las tienen secuestrada a ustedes también.
Cuando Enmanuell se percató, casi la mitad estaban fuera de los corrales y muy alejadas, no pudo hacer que las vacas volvieran al corral. Arielle reía a carcajadas viendo cómo Enmanuell intentaba hacer volver las vacas sin tener resultados.
La miró  furioso caminó y se paró  frente a ella y la tomó de los brazos, para luego alzarla y caminar con ella y llegar hasta la bodega donde estaban los bultos de los follajes para el ganado.
—¡Suéltame! ¿Que haces idiota! —gritaba y pataleaba mientras Enmanuell caminaba con ella a arrastras.
La tiró sobre los bultos y la miró.
—Ahí te quedarás hasta que regrese la última res al corral, de lo contrario no saldrás de aquí. —dijo Enmanuell saliendo de ahí y cerrando con llave.
—Espera, no me puedes dejar aquí idiota. Sácame de aquí voy a enfermar. ¡Abre la maldita puerta!¡Sácame de aquí! !Enmanuell! Abre la puerta, ¡Enmanuell! —gritaba golpeando sin que lograra ser escuchada.
Arielle sentada sobre los bultos, esperó, a qué Enmanuell la sacara de ahí, empezó a tener congestión nasal y ardor y sequedad en la garganta, sus ojos ardían y su garganta cada vez se cerraba más.
—Saquen Me de aquí, por favor, el polvo me hace daño, soy alérgica. —decía con voz muy baja y ronca. Sentía que no podía respirar, no tenía idea de cuanto tiempo estuvo ahí y terminó desvaneciéndose.

Enmanuell después de dejar encerrada a Arielle, ayudó a reunir nuevamente las vacas, tardaron mucho y terminó olvidando lo que había hecho con Arielle, se concentró en el trabajo junto a los demás vaqueros que no recordó el altercado con ella.
—Muy bien muchachos, todo por hoy, mañana continuaremos con las que faltan, me retiro. —se despidió Enmanuell, subió al caballo y llegó a la hacienda. Entregó el caballo a  Juan el capataz y subió directo a la habitación, fue al baño, se duchó salió envuelto en una toalla y se dejó vencer por el cansancio. Sin recordar a Arielle se acostó y se durmió.
Eran muy entrada la madrugada, la lluvia caía torrencialmente, los truenos y tormentas eléctricas acompañaban esa noche oscura.
Enmanuell bajó a la cocina sirvió un vaso con agua, y un destello del recuerdo de lo sucedido en la tarde pasó por su mente.
—¡Joder! Dejé a esa monja  loca encerrada allá. —se dijo, corrió escaleras arriba a cambiarse, asi mismo bajó corriendo, subio a la camioneta y salió como alma que lleva el diablo.
Diez minutos después llegó, bajó de prisa y abrió la puerta.
—¡Arielle! —la llamó sin tener respuestas, encendió las luces y la vio tirada al piso inconsciente, y orrió hasta ella.
—¡Arielle! Arielle reacciona por favor. Reacciona mujer. —dijo tomándola en sus brazos y llevándola a la camioneta.
—Estás ardiendo. ¡Carajo! Creo que se me pasó la mano. —se reprochó así mismo, subió al vehículo y salió tan de prisa al hospital del pueblo.
Manejó como si cientos de demonios lo siguieran, Arielle estaba tirada en el asiento tracero y de vez en cuando se volteaba a mirarla.
Llegó a urgencias y bajó, corrió a sacar a Arielle y pidió un doctor.
—¡Un médico, por favor! —gritó desesperado. Los médicos corrieron y la pasaron de inmediato al verla tan enrojecida, con los ojos y labios hinchados.
Dos horas después.
Enmanuell caminaba de un lado a otro, el Galeno salió de la sala de urgencias y lo llamó.
—Esposo de la señora Giordano.
—Soy yo, ¿dígame cómo sigue doctor?
—Está con oxígeno, un poco más y ocurre una tragedia, las alergias son muy peligrosas, por que así como se hinchan por fuera, también ese es el mismo efecto en los órganos internos, por eso ella sentía que se asfixiaba, pero lo bueno es  que la trajo a tiempo y pudimos estabilizarla.
—¿Puedo verla doctor?
—Claro que sí, venga conmigo.
El Galeno guió a Enmanuell a la habitación de Arielle, y verla ahí inconsciente, y conectada a un  oxígeno le dió un estrujón  en su corazón, se acercó y tomó su mano.
—Perdóname pequeña, no era mi intensión lastimarte así, no sabía que eras alérgica, no fue ni intención lastimarte. —habló dejando un beso en su mano, la acarició y pudo sentir lo suaves que eran.
—Eres una niña delicada, y prometo que durante el año que estés a mi lado te cuidaré y protegeré. Te lo prometo.
Enmanuell sentado a su lado en una silla recostó su cabeza sobre su vientre, y ahí se quedó dormido.
El amanecer llegó, Arielle abrió los ojos muy despacio, aún los tenía regordetes de lo hinchados que los tenía, sintió una pesadez sobre su vientre y levantó la cabeza para mirarlo. Levantó su mano e intentó tocar su cabello.
—¡Mmmm! —se escuchó un gemido en el, que ella quitó su mano y cerró nuevamente los ojos.
Enmanuell levantó la cabeza y la miró dormida, acarició su mejilla y pasó su dedo pulgar por sus labios, y pudo ver lo hermosa que era.
—Arielle, mi pequeña, despierta para que puedas decir que me perdonas y para que me escuches pedirte perdon.
Arielle escuchó lo que el dijo  sin inmutarse, sentía haber cerrado su corazón, y lo que menos quería era escuchar ese tipo de palabras.
El Galeno entró a la revisión y pudo constatar su mejoría. Enmanuell salió y esperó las noticias afuera de la habitación. Marcó su celular y llamó a Camilo.
—Continúen con el trabajo ustedes, mi esposa está en el hospital y no puedo volver.
Pidió que le enviaran ropa y solicitó una habitación para el durante el tiempo que Arielle estuviera ingresada.
Entró nuevamente a la habitación y la vio mirando a la nada.
—Buenos días. ¿Cómo te sientes hoy?
Arielle lo miró y blanqueó los ojos.
—Sal de aquí, no quiero verte. —habló sin mirarlo.
—Perdóname por favor. No sabía que eras alérgica, de verlo sabido no hago esa estupidez.
—Hubieras hecho otra cosa aún peor.
—No, no lo volveré hacer. De verdad.
—Sal de aquí, no voy a perdonarte, ni ahora ni nunca.
Enmanuell salió de la habitación, fue al consultorio del galeno y pidió unos exámenes para estar seguro de que no volvería a cometer otro error con algo que a ella la pusiera en peligro.
Una semana pasó,  ya Arielle estaba recuperada completamente, y ya Enmanuell sabía lo que a ella le provocaba alergias.
—Muy bien señorita, es hora de irnos. —dijo Enmanuell ayudándola a bajar de la cama
—Yo puedo sola, gracias, Pero no necesito de tu ayuda.
—Ya te pedí perdón, y creo ya me perdonaste, eres una monjita y las monjitas no son rencorosas. —dijo Enmanuell entre risas y haciendo muecas de seriedad.
Arielle quiso reírse Pero prefirió mirar a otro lado.
—Arielle, de verdad, de verdad estoy muy arrepentido por lo que pasó. Perdón.
Arielle lo miró y vio sinceridad en su mirada. Suspiró profundo y respondió.
—¿No sé si quiera perdonarte aún, me encanta escucharte decir "perdón" "estoy arrepentido "
—Pues lo diré hasta escuchar las palabras mágicas de tu boquita. —dijo Enmanuell bajando la mirada a sus labios.
Arielle tragó grueso y parpadeó, no esperó esas palabras y mucho menos una caricia con el dedo pulgar de Enmanuell sobre sus labios, nuevamente.
Sus miradas se cruzaron y por un momento se perdieron en ellas.
—Vamos. —dijo Arielle rompiendo la magia de sus miradas.
Enmanuell se adelantó, abrió la puerta de la camioneta para que ella suba.
—Señora Giordano por favor. —expresó con tono burlesco y sonriendo.
Arielle lo miró haciendo un gesto de negación y subió al vehículo.
El trayecto fue en completo silencio, llegaron a la hacienda y Enmanuell se apresuró a salir.
Juan salió a recibirlo y ayudar con las maletas de Arielle.
—Señor, el señor Doménico está en los corrales.
—Que bueno que por fin pudo venir, ¿Trajo todo lo que le pedí?
—Si, todos los paquetes están en la habitación señor.
—Bien, ve y dile que ya llegamos.
Juan llevó y dejó las maletas dentro de la hacienda y fue por Doménico.
Arielle fue a su habitación y Enmanuell fue a la oficina a esperar a Doménico.
Veinte minutos después Doménico llegó y entró a la oficina.
Saludó efucivamente a Enmanuell, tenía ya un mes sin saber de su amigo.
—Hermano, que bueno que llegaste. — saludó Enmanuell a su amigo.
—Manu, ¿como estás pasando? Ahí está todo lo que pediste para Arielle. ¿Cómo sigue ella.? —preguntó Doménico creyendo que era la Arielle que el conocía.
—Está bien, Pero tienes que verla, no se que sucedió ese día.
—No comprendo Enmanuell, explícate.
—La verás en la hora de la cena.
Enmanuell salió de la oficina y fue a la habitación de Arielle.
—Esta noche cenarás con nosotros, te presentaré a mi mejor amigo, mejor dicho, mi hermano.
—No tengo ropa adecuada y lo sabes.
Enmanuell tomó de la mano a Arielle y la llevó a su habitación.
—Espera. ¿A dónde me llevas?
—Ven, esto lo mandé traer para ti, mucho antes de estar en urgencias. Espero sea de tu medida y te gusten. Si no son de tu estilo lo mandamos a cambiar.
Arielle y Enmanuell entraron en la habitación y vio muchas cajas, Arielle miró las cajas y luego a Enmanuell.
—¿Tantas?
—Si, muchas, hay ropa zapatos bolsas, todo eso, que se yo. No sé de esas cosas diarias de mujeres.
Arielle sonrió y abrió las cajas, vio todo lo que habían enviado y miró a Enmanuell.
—Todo está muy lindo, gracias. Lo puedes ir a dejar a mi habitación por favor.
—Claro, se equivocaron, ellos creen que compartimos habitación.
Enmanuell llevó todas las cajas a la habitación de Arielle y salió sin antes recordar la hora de la cena.
Dos horas después.
Arielle se había puesto un vestido color salmón, amplio strapless y de largo hasta las rodillas, marcaba muy bien su cintura, unos tacones y su cabello suelto.
El sonar de los tacones se escuchaban a cada  paso que iba avanzando.
Enmanuell y Doménico estaban sentados y esperando cuando Arielle se presentó.
—Buenas noches.
Doménico se giró y miró a una rubia muy hermosa. Miró a Enmanuell sin entender quien era esa mujer. Se puso de pie al igual que Enmanuell y se acercó a ella.
—Doménico, te presento a Arielle, mi esposa, la mujer que sacaron del convento aquel día.
Doménico estaba con la boca abierta.
—¿Y se llama Arielle? —preguntó sorprendido.
—Si, Arielle Brigth Kartson.
—¿Y donde está la otra?
—No tengo idea de dónde se metió.
El rostro de Doménico era todo un poema de confusión y gracia. No sabía si reír o estar serio.
—De verdad que si pasan cosas raras en tu vida, una Arielle escapó y en su lugar trajeron a otra Arielle.
Enmanuell abrió la silla para que Arielle se sentara y todos degustaron la cena entre miradas interrogativas de parte de Doménico, no salía de la impresión de ver a una mujer muy diferente a la Arielle que el conocía.

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