CAPÍTULO 12 - POR: Isabella Johnson

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No pasó mucho tiempo antes de que eso ocurriera, el siguiente fin de semana de nuestro viaje, Rose tuvo que ir a donde sus padres, porque su prima se graduaba de la universidad y harían una fiesta, me insistió para que fuera con ella, pero me dio temor de que entre los graduados hubiese algún conocido de Alexander.

Así que nos fuimos con Patrick para el hotel de los Alpes a verificar como iban los avances, regresamos ya muy tarde y él se ofreció a quedarse conmigo por si surgía algo, con el solo hecho de saber que dormiríamos cerca, yo estaba toda nerviosa y excitada.

Cuando intenté levantarme para irme a mi habitación, Patrick me ayudó a conseguirlo con más facilidad, ya que con la barriga que me manejo, prácticamente necesito una grúa para hacerlo, él se despidió primero de las niñas y luego de mí.

Las ternuritas como cada noche, le hicieron un baile, y por los movimientos juraría que estaban cantando la vaca lola, no pude resistirme al ver lo cariñoso que él es con ellas, y me puse a llorar, ¡cuánto hubiese deseado que el que besaba y acariciaba a mis bebés, fuera su verdadero padre!

Patrick de inmediato desvió su atención a mí y comenzó a consolarme, a continuación me besó y le correspondí con tanta intensidad, como un sediento tomaría un vaso con agua, el beso poco a poco fue subiendo de tono, y mi cuerpo exigía atención en ciertas zonas, que él no tardó mucho en atender.

Sin embargo, fue cauteloso porque no se dejó llevar de una vez, fue midiendo mi temperatura, sin bajar para nada el fuego que me transmitían sus caricias y sus besos, mi cuerpo se sentía feliz, porque por fin tenía esa atención que tanto había deseado en estos meses de sequía, me escuché gemir.

Cuando sentí la camisa subir y quedó mi vientre al descubierto, él no se detuvo y continúo sus caricias, hasta llegar a mis pechos, los sostuvo entre sus manos, como si estuviera pesándolos y luego los apretó, suavemente acariciándolos de una vez con sus dedos.

—Voy a hacerte mía —dijo, no sé si pidiéndome permiso o informándome.

—¡Ajá! —fue todo lo que le respondí.

Tomó mi mano y me llevó a la habitación, estando ahí me quitó la camisa de una vez por todas y sentí vergüenza de mi cuerpo enorme, e intenté cubrirme con el cuerpo de él, pero él se percató de que no era contacto, lo que buscaba, sino esconderme y me dijo.

—Eres hermosa, no te escondas, esto —dijo acariciando mi vientre—. Te hace más hermosa aún, siente como me tienes —dijo llevando mis manos a su erección.

Lo toqué por encima del pantalón, lo acaricié y moría de ganas de sacarlo de su encierro, pero me detuve para no parecer tan necesitada, ¡aunque lo estaba en realidad!, por suerte él me ayudó y se desabrochó el cinturón, y yo le ayudé con el broche del pantalón.

Lo capturé por fin entre mis manos y me encantó su textura, firme, suave y caliente, justo al tiempo que lo apreté, él se llevó mi pezón a los labios y lo mordisqueó, esa simple acción y sus manos que se conducían directamente hacia el sur de mi cuerpo, me hicieron casi tener un orgasmo.

Pero el muy ingrato no continúo su camino, sino que se regresó y me quitó por completo el short que andaba, me dejó prácticamente en braga, y recordé que no me miraba para nada sexy, con una pelota de baloncesto en medio del cuerpo.

Él se sentó sobre la cama y me observó, sin decir nada, besó mi enorme barriga, y luego subió hasta mis pechos nuevamente, los acarició con la lengua mientras sus manos se adentraban en mi braga de blonda negra, no dejó que tuviera mi primer orgasmo de pie, sino que me ayudó a acostarme en la cama.

Luego continúo con el recorrido de su boca, conociendo y conquistando cada parte de mi piel, no tardé en tener mi primer orgasmo, que sentí exageradamente intenso, tanto así que me dejó flojita del cuerpo, fue como si con él se hubiese llevado todos esos meses de soledad y de deseo reprimido.

Con sus besos y caricias, logró que volviera a la vida y participara nuevamente en lo que estábamos haciendo, perdí cualquier sentimiento de culpa por sentirme así con alguien que no fuera Alexander.

Y al tocar su erección, tan dura como una roca, también perdí la vergüenza por estar tan redonda, si era capaz de tenerlo así de duro, significaba que no le era para nada indiferente, y eso me impulsó a aventurarme a explorarlo.

No se había quitado la camisa aún, solo tenía el pantalón desabrochado y su erección de fuera, así que le ayudé a desabotonarse la camisa, le cedí mi puesto en la cama y me quedé sentada a un lado suyo.

—¿Estás bien? —me preguntó, cediéndome el control.

—¡Sí!, pero me parece injusto que yo esté en cueros, y tú totalmente vestido —le respondí, yendo por sus botones.

En respuesta me sonrió y me ayudó a quitarse la camisa, mostrándome sus esculturales y definidos bíceps, expectórales y brazos, que aunque se le marcan muy bien con las camisetas, ¡no había tenido la oportunidad de apreciar sin ropa!

A continuación se quitó el pantalón y lo que dejó al descubierto, no desentonaba en nada a la parte de arriba de su cuerpo, ¡qué suerte la mía!, la vida me había dado la oportunidad de cambiar un delicioso bombón por otro, y ninguno tenía punto de comparación, ¡ambos exquisitos!

Pensando en eso me acosté de lado, quedando a la altura de su bien dotada y firme erección, e hice magia con mi boca, dejándolo que se corriera adentro de ella.

Después de que se había vaciado adentro de mí, me ayudó a acostarme a la par suya y me abrazó, teníamos un desastre en la cama y estábamos sudados, él quiso inspeccionar con sus dedos, como estaba mi centro.

Y al parecer le gustó lo que encontró, porque sonrió y bajo con su boca, dejando un regadero de besos en el camino, gemí cuando llegó a ese botoncito tan delicado, al que trató con sumo cuidado y diestras caricias.

No tardé en dejarme ir en un nuevo orgasmo, me agarré de las almohadas, como si ellas fuesen a ayudarme a mantenerme sobre la tierra, ¡pero fue imposible!, volé, volé y volé tan alto que el regreso fue lento, y con tremenda sonrisa en mi rostro.

Después de eso nos dimos una ducha rápida, solo para quitarnos el sudor, cambiamos la sábana de la cama y nos acostamos dispuestos a dormir, ningún sentido tenía ya, que se quedara en la sala o en la habitación de invitados.

Me dormí de inmediato, con una gran sonrisa en el rostro y su cuerpo pegado al mío, las nenas estaban tan tranquilas, que no se levantaron a jugar a media noche, no desperté ni para ir al baño, hasta que la luz del sol comenzó a filtrarse por la ventana.

Ya estaba sola en la cama, toqué adonde Patrick había estado acostado y el espacio estaba frío, vi el reloj y eran más de las ocho de la mañana, «¡tan tarde!», me dije sorprendida, por lo general a las seis y media ya estoy levantada porque las nenas no dejan de moverse.

Me desperecé y sonriendo abracé una almohada, la culpa quiso apoderarse de mí, por haber traicionado a Alexander, «¡no lo has traicionado!», me corregí, él es un hombre casado ahora, y dudo que viva su matrimonio en celibato, así que, ¿por qué?, tendría que tener culpa o remordimientos de conciencia.

—¡Despertaste! —me dice Patrick desde la puerta de la habitación.

Ya se ha bañado y se ha cambiado de ropa, va con un jeans desgastado y una camiseta de esas que le tallan tan bien.

—Ajá —le respondo.

Recordando lo que me hizo sentir esa boca, que acaricia la orilla de una taza, «seguramente ya está tomando café», pensé.

—Si me miras así, vas a provocar que no te deje salir de esa cama en todo el día —me advirtió acercándose a mí—. ¿Te sientes bien?

—¡Excelentemente! —le respondo, acomodándome en las almohadas.

El DESTINO Y SUS JUEGOS - JUGADA INESPERADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora