CAPÍTULO 35 - POR: Isabella Johnson.

12 1 1
                                    

—No es necesario, puede irse con la niña, solo queremos que este jovencito alcance un mejor peso, para que pueda llevárselo también —me responde.

—Nos vamos los tres, o nos quedamos los tres —vuelvo a decirle.

—En casa estarán más cómodas —interviene mamá.

—No lo puedo dejar aquí solito, e irme con Valentina —le respondo

—¿Podemos quedarnos nosotros también? —le pregunta Patrick a la doctora.

—De poder pueden, pero no es necesario —concluye ella.

—Entonces nos quedamos —le respondo.

Ella sonríe amablemente, pero estoy segura de que en sus adentros debe de haber dicho, ¡mujer más cabezota!

Al siguiente día por la tarde, Patrick está en una reunión virtual con su gente de Vancouver, por lo que le pido a Margaret, la enfermera, que me lleve a dar una vuelta, al estar prácticamente de alta ya no tengo que utilizar la ropa de hospital, sino que estoy utilizando mi ropa normal.

Sin embargo, tengo que hacer uso de la silla de ruedas para recorrer tramos largos, y en eso me ayuda Margaret, ella es un poco mayor que yo y tiene una niña de cinco años; me he enterado de esto y más, en los momentos que nos quedamos solas y me hace plática para entretenerme, es muy meticulosa con el cuido de los niños y eso me agrada de ella.

Desde anoche ha estado nevando y ya todo ha comenzado a volverse blanco, así que no logramos salir, pero al menos apreciamos el panorama desde el ventanal, recuerdo como nos gustaba jugar con la nieve a Erick y a mí, después nos tocaba tomar un baño con agua tibia para no resfriarnos.

Cuándo vamos de regreso a la habitación, por inercia vuelvo a ver hacia el pasillo de abajo, y me encuentro con que Alexander lleva en brazos a su bebé.

Y una enfermera empuja la silla de ruedas en que va Eliana, él se ve muy feliz, y ella lleva su mano en el brazo de él, van hablando de algo y sonríen a la vez, él se agacha y le dice algo al oído, ¡se nota complicidad y felicidad en la pareja!, desde dónde estamos con Margaret no nos ven.

—Espera —le pido a Margaret, y observo minuciosamente la escena, quiero grabarla en mi mente, para no sentir culpa por no decirle a Alexander de los bebés.

—¿Sucede algo? —me pregunta ella deteniéndose.

—No, solo dame un momento —le pido.

Su mirada se dirige hacia dónde estoy viendo, pero no dice nada, cuándo mira que estoy llorando dice—. Deberíamos volver a su habitación.

—Aún no —es todo lo que digo.

Más lágrimas caen por mis mejillas y no las limpio, quiero que caigan todas las que sean necesario, voy a recordar este momento, a grabar en mi mente su rostro de felicidad, mientras mi corazón llora de tristeza por Angie, «él no sabe de su existencia», dice mi sub consiente.

Para haber sido una trampa, como se supone que fue, se le ve demasiado dispuesto y feliz, esa complicidad que comparten no ha nacido de la noche a la mañana, y tampoco es la de un par de amigos que comparten un chiste.

A una parte de mí se le antoja ir a ponérmele enfrente, y decirle que acabo de enterrar a una de nuestras hijas, y que los otros dos no lo van a extrañar, porque los está cuidando un hombre que los quiere más que si fuera su verdadero padre. Y la otra parte me dice, qué para qué dañarle su idilio, ¡que lo deje!, que ya se enterara algún día, pero que por hoy no mate su felicidad.

Entran en el ascensor quedando de frente a mí, ¡se ve tan tierno cargando a la bebé!, ¡nada que ver con el sofisticado hombre de negocios que tiene siempre una presencia seria y formal!, lo único malo es que a quien lleva en sus brazos no es a ninguno de mis bebés, ¡nuestros bebés!

El DESTINO Y SUS JUEGOS - JUGADA INESPERADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora