6 INSEGURIDAD
Marta de la Reina.
Sabía que podría suceder, y sucedió.
El temblor que habia tratado de camuflar con fragilidad, no era otra cosa más que una incipiente crisis de ansiedad. Otra más. Y ya había perdido la cuenta de todas las que había sufrido en las últimas 24 horas.
Llegar al apartamento no iba a aliviarme en nada, eso ya lo sabía, pero lo que no pensaba nunca era que pudiese llegar a sentirme tan desconsolada, como me sentí. Fue casi en cuestión de minutos. Fue poner un pie en el lugar, y notar como la tristeza más absoluta se apoderaba de mi ser.
Me derrumbé en el sofá, incapaz de contener las lágrimas que se arremolinaban con intensidad. Fue un llanto incontenible, tan ajeno a mí que casi me asustaba. Nunca antes había sido una mujer tan vulnerable, ni tan expresiva en mis emociones. Yo era Marta de la Reina, una mujer que había aprendido desde muy joven a dominar sus sentimientos, a mantener el temple y el orgullo. Pero ahora, en ese instante de desesperación, todos esos años de autocontrol parecían no significar nada.
Incluso cuando Carmen y Fina trajeron algo de cenar, mis lágrimas seguían fluyendo. Traté de comer, de ocultar mi desasosiego, pero era imposible. Mi voz se quebraba, y apenas podía probar bocado. Me sentía una extraña, incapaz de entender la razón de mi propia sensibilidad. Había pasado mi vida siendo firme, calculadora y poco dada a este tipo de desbordes emocionales. ¿En qué momento había cambiado tanto? ¿Qué era eso que me ocurría y que me hacía sentir tan perdida, tan frágil?
Al mirarlas, sentí un nuevo tipo de culpabilidad. Ahí estaban las dos, tratando de hacerme sentir mejor, incluso recurriendo al humor en sus comentarios para aligerar la tensión. Y apenas hacia unas horas que las conocía. Veía en sus gestos una mezcla de preocupación y ternura, y sentí que, de alguna forma, estaba arrastrándolas conmigo a ese abismo que me había envuelto. No quería ser una carga. Me dolía profundamente verlas confusas, ver cómo se esforzaban por comprenderme y brindarme apoyo, cuando ni yo misma podía entender lo que me sucedía. Pero, a pesar de todo, su calidez y su comprensión lograban tocar algo en mi interior. Había una especie de alivio en sus risas, en sus bromas, aunque me recordaban todo lo que había perdido en mi vida: la estabilidad, la certeza, ese control que siempre había considerado fundamental.
Así que, mientras luchaba con mis emociones desbordadas, también luchaba contra esa sensación de gratitud y afecto hacia ellas. Era extraño para mí sentirme cuidada de una forma tan genuina y desinteresada.
A medida que pasaban las horas, la sensación de irrealidad se intensificaba, envolviéndome aún más en la confusión. Sabía que mi situación era extraña, por decir lo menos. Casi como si hubiera cruzado un umbral invisible que me conducía a otro mundo, y en él, la vida era la misma, pero con detalles tan incongruentes, tan fuera de lugar, que cada objeto, cada conversación y cada persona parecían apenas versiones distorsionadas de lo que recordaba. Lo peor de todo es que no podía volver atrás; que lo que fuera que me habia llevado hasta allí, parecía que se había roto.
Desde el primer momento en que Fina se ofreció a acogerme, sentí algo que no había experimentado en años: la paz de ser cuidada. Algo en ella, en su manera de hablarme y de mirarme, parecía transmitir una seguridad que me hacía bajar la guardia, y eso era una rareza para mí. Aquel instinto de control y de desconfianza que había cultivado durante años, que me había acompañado en cada paso profesional, en cada decisión familiar, parecía desvanecerse frente a su dulzura. No quería analizarlo demasiado, pero en el fondo, sentía que necesitaba esa conexión.
Cuando Fina me ofreció su cama, al principio quise rechazarla. Era una propuesta absurda, y no por incomodidad, sino por lo ajeno de compartir algo tan íntimo con una persona a la que apenas conocía. Pero ella insistió con tanta delicadeza, con una determinación que me sorprendió, que acabé cediendo. Quizás era el cansancio, o tal vez el deseo inconsciente de que alguien más tomara decisiones por mí, pero acepté, a regañadientes, y me puse el pijama que Carmen me había traído. Un pijama con un dinosaurio y letras llamativas. En cualquier otro momento, me habría resultado una humillación, una especie de burla que me haría enrojecer, pero en ese instante... sólo me pareció algo tierno. Ridículo, sí, pero tierno. Había algo casi infantil en ese pijama, y me sorprendí sintiendo cierta nostalgia de mi infancia, cuando no debía preocuparme por las apariencias.
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CRU2SH
Science FictionMarta, una mujer de 1958, y Fina, una chica de 2024, se encuentran inesperadamente en el presente debido a un inexplicable viaje en el tiempo. A pesar de venir de épocas tan diferentes, sus caminos se cruzan en un mundo contemporáneo que les resulta...