Capítulo 20

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20 VUELOS

Marta de la Reina.

La pantalla parpadeaba suavemente mientras intentaba contener las lágrimas. La escena de Cooper y su hija Murphy me estaba estrujando el corazón. No podía evitarlo, el nudo en mi garganta iba creciendo cada vez más, y sentía como si estuviera a punto de romperme en mil pedazos. ¿Por qué Fina insistía en hacerme ver estas películas, tan llenas de emociones que no lograba contener? Ella debía saberlo, debía entender lo delicada que estaba mi situación, o al menos tener una pequeña idea de lo que me hacía pasar viendo una historia tan llena de separaciones, reencuentros imposibles y esa inevitable soledad que parecía estar en cada rincón de esta cinta. Cada mirada, cada gesto entre Cooper y su hija parecía tener una punzada oculta para mí, como si en esas escenas pudiera ver reflejados mis propios miedos y mis propias pérdidas.

Lo más curioso es que yo sabía que no lo hacía a conciencia. Que su intención no era la de provocarme esa sensación, si no la de mostrarme la que, según me dijo, era una de sus películas favoritas. Que su vida tuvo un antes y un después tras haberla visto en el cine. ¡Qué ironía!, pensé. Ella, admiraba hasta la devoción una historia que hablaba de viajes temporales más allá de galaxias y dimensiones, y, sin embargo, su mente no era capaz de concebir lo que me habia sucedido a mí.

Apenas hacía unas horas nos habíamos despedido de Carmen después del almuerzo. Fue un adiós que sentí cargado de cariño, aunque, a decir verdad, también fue un alivio. Con Carmen fuera, las cosas entre Fina y yo tomaron un tono más íntimo y menos complejo, donde los gestos y los silencios parecían tener su propio lenguaje. Sin Carmen de intermediaria, descubrimos que podíamos funcionar de otra manera, y yo me sentía extrañamente liberada. Nos sumergimos en otra sesión de búsqueda en el ordenador, aun deseando encontrar algo que nos diera más respuestas sobre lo que me había sucedido, sobre cómo podía volver, o al menos entender el porqué de este extraño salto en el tiempo. Y fue entonces cuando Fina, con la paciencia que empezaba a reconocerle, me mostró que no solo podíamos buscar personas en aquella página, sino que desde su ordenador era posible ver mapas de cualquier lugar del mundo, de una forma impensable para mí.

Cuando abrió el mapa, casi me quedé sin palabras. Allí, en esa pantalla, pude ver las calles, los edificios y los recovecos de Toledo, pero desde un ángulo completamente diferente, como si estuviera volando sobre la ciudad, a merced del viento. Me temblaban las manos de la emoción. Recorrimos juntas calles que reconocí, puntos que me pertenecían, aunque ya no estuvieran realmente a mi alcance. Fina, quien me observaba con ternura y una pizca de orgullo, supo perfectamente cómo interpretar ese instante para mí. Al final, con una promesa sincera, me dijo que podríamos ir a visitar algunas de esas viejas propiedades familiares de las que solo me quedaban recuerdos, como si de algún modo, en el ir y venir entre esas memorias y este extraño presente, pudiera encontrar el rumbo.

Y, a decir verdad, esa tarde y la calma que vino con ella hicieron que las cosas parecieran casi como antes, casi como siempre, sin dejar espacio para las incomodidades o las preguntas sin respuesta. Fina parecía haber aceptado con naturalidad mi declaración de amistad, y yo, en un intento de sobrevivir a este cúmulo de sentimientos que me oprimía cada día más, me convencí de que esa debía ser la verdad. Amigas. Aunque, en el fondo, algo de esa palabra resonaba con un eco diferente al que había tenido siempre.

La película dejó una marca en mí, una mezcla de emociones que se arrastraban hasta el último respiro de la noche. Fina tenía razón: era una historia preciosa, y ese final, con el doctor Cooper reencontrándose con su hija ya de anciana, con el amor rompiendo cualquier barrera del tiempo y el espacio, era un recordatorio de que algunas cosas son más fuertes que la lógica. Me lo repetí varias veces para consolarme, pero no había manera de domar el barullo de emociones que se arremolinaban en mi pecho, haciéndome sentir que el sueño se me escaparía por una buena parte de la noche.

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