Capítulo 36

1.7K 167 10
                                    

36 DIOSA GRIEGA.

Fina Valero.

El día había comenzado con una ansiedad aplastante, pero, para mi sorpresa, fue transformándose poco a poco en algo más llevadero gracias a Marta.

Después del caos de la mañana, con toda mi desesperación buscando esa maldita carta, ella supo manejarme de una manera que pocas personas podrían. Con su calma y sus palabras, me ayudó a aceptar que no tenía sentido seguir culpándome por algo que no podía controlar. Me hizo prometer que dejaría de martirizarme y que, si la carta no aparecía, ella escribiría tantas como fueran necesarias. No sé cómo lo hacía, pero tenía esa capacidad para desmontar mis preocupaciones y transformarlas en algo insignificante.

El resto del día lo pasé mayormente en la habitación. No por imposición, sino porque, después de todo lo sucedido, me resultaba reconfortante estar allí. Salí solo para el almuerzo y la cena, ambas comidas compartidas en la cocina con Marta y Digna. Fueron momentos agradables, simples, donde por un rato pude olvidarme del barullo de pensamientos en mi cabeza. Marta, como siempre, tenía una forma de hacerme sentir incluida, de convertir lo cotidiano en algo especial. Incluso Digna, con su humor discreto, aportaba una calidez que me ayudó a reconectar con esa calma que había perdido por completo en la mañana.

Pero cuando la noche cayó, y el silencio de la casa me envolvió, solo encontré una forma de olvidarme de la dichosa carta, y que la angustia por la situación no me quitara el sueño. Pensar en ella, fue mi antídoto contra el insomnio. Los recuerdos de la noche anterior regresaron a mi tan vívidos que sentí que podía tocarlos. Recordé a Marta sobre mí como una jodida diosa griega, moviéndose con una naturalidad que me dejó completamente desarmada. Recordé como sus labios me buscaron con un deseo desesperado, y yo, incapaz de resistirme, me rendí por completo a su ritmo, a su intensidad, a ella. Recordé como su piel contra la mía fue un incendio suave, un calor que me envolvió y del que no quise escapar. Como sus manos, al fin seguras, recorrieron mi cuerpo con una atención casi obsesiva, como si quisieran memorizar cada curva, cada rincón.

Recordé cómo se inclinó sobre mí, clavándome una mirada llena de una intensidad que nunca había visto antes, arrasando con cualquier miedo o duda que tuviese. Como no hubo nada más que el presente, su boca deslizándose por mi cuello, sus manos firmes en mi cintura, su cuerpo apretándose contra el mío, y su respiración, entrecortada, haciéndome temblar de una manera como nunca antes había experimentado.

Esa noche me quedé esperando, aunque sabía que no debía hacerlo. Me convencí a mí misma de que Marta repetiría lo que había hecho la noche anterior, que aparecería en mi habitación con cualquier excusa, dejándose caer en mi cama y enredándose entre mis brazos. Pero las horas pasaron, y la puerta no se abrió.

No voy a mentir, sentí una pequeña punzada de decepción, como si esa ausencia fuera un recordatorio de que no podía pedirle más de lo que ya me estaba dando. Porque, por mucho que quisiera que estuviera allí conmigo, sabía que su mundo no cabía entre esas cuatro paredes. Marta tenía cosas que enfrentar, cosas que yo ni siquiera podía imaginar, y mientras yo pasaba los días encerrada en esta habitación, ella lidiaba con una familia, con una empresa que parecía devorarla, y con una vida que seguía avanzando sin detenerse.

Era consciente de que yo tenía todo el tiempo del mundo ahí dentro. Podía quedarme tumbada, mirando el techo, esperando que el día siguiente trajera algo nuevo. Pero Marta no tenía ese lujo. Ella seguía siendo la mujer fuerte y funcional que siempre había sido, con todo el peso de su responsabilidad sobre los hombros. No podía reclamarle nada. No cuando ya hacía tanto por mí, cuando se tomaba el tiempo de estar conmigo, de hacer que mi día fuera más soportable, más cálido, incluso entre sus mil ocupaciones.

CRU2SHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora