Capítulo 26

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26 DORMIR

Fina Valero.

Una luz intensa me dio de lleno en los ojos, arrancándome de golpe de esa nube espesa en la que estaba metida. Intenté parpadear, pero los párpados me pesaban como si fueran de plomo. Todo me parecía confuso y borroso, y la cabeza me latía con un dolor sordo que no dejaba espacio para pensar con claridad.

A medida que mis ojos se iban acostumbrando a la luz, distinguí una figura a un palmo de mi cara. Una mujer desconocida que me miraba... no, más bien, me escrutaba. Quise echarme para atrás, poner algo de distancia entre nosotras, pero al moverme sentí que mi cabeza se topaba con algo. Fue ahí cuando me di cuenta de que estaba recostada. Y en ese mismo instante, noté una mano agarrada a la mía. Era Marta. Ni siquiera me había percatado de que estaba a mi lado, intentando poner una expresión tranquila, aunque el nerviosismo se le notaba, como si estuviera luchando por no perder la compostura.

—Estás en el dispensario —me susurró Marta con suavidad, como si esas palabras fueran a bastar para calmarme.

Miré alrededor, tratando de situarme, de entender dónde estaba, pero la imagen seguía siendo borrosa y extraña. Intenté moverme, solo un poco, y entonces el dolor en la cabeza y el pie me golpeó con fuerza, como si alguien me estuviera apretando con saña.

—Mi cabeza... y mi pie —murmuré, con las palabras saliendo a duras penas. Quería concentrarme, poner orden en lo que sentía, pero el dolor no me dejaba. Era como si cada latido se encargara de recordarme que no tenía ni idea de qué estaba pasando.

La mujer que me había sacado de ese sueño profundo, usando una pequeña linterna que apuntaba directo a mis pupilas, volvió a pedirme que la mirara. Algo en mi mente empezó a aclararse un poco. Notaba el dolor detrás de la cabeza, la visión seguía algo borrosa, pero de repente las palabras me salieron solas, como si estuviera diciendo algo obvio.

—Debo tener un traumatismo craneoencefálico leve —solté, sorprendida hasta yo misma. La mujer frunció el ceño, aturdida por mi autodiagnóstico. Marta también me miraba, algo sorprendida por la repentina lucidez en medio del caos. Toqué mi ceja y noté el roce de un pequeño corte—. Creo que tengo un corte aquí, porque apenas me duele.

La mujer murmuraba algo cerca de mí mientras yo intentaba ordenar los pensamientos, aunque la confusión seguía instalada en mi cabeza. Había una mezcla de sensaciones que no lograba aclarar, y aunque esta mujer parecía la doctora, revisando mis signos vitales con cierto aire profesional, algunas de sus preguntas y la manera en que me examinaba me hacían dudar de que realmente tuviera idea de lo que hacía.

Entonces escuché a Marta explicarle que yo también era doctora, como si eso aclarara todo y le diera algún sentido a mi autodiagnóstico. Al escucharla, algo en mí empezó a recordar... no exactamente qué había pasado, pero sí la sensación de enfado que había tenido hacia Marta antes de todo esto. Su mirada preocupada debería haberme dado tranquilidad, pero, al contrario, solo logró avivar la irritación que sentía. Algo en mí le echaba la culpa, como si de alguna manera ella tuviera mucho que ver con lo que me había sucedido, y no podía evitar que ese sentimiento creciera, aunque no recordara bien por qué.

La doctora me pidió que intentara incorporarme, y Marta, sin dudarlo, se acercó para ayudarme. Quise apartarla, decirle que podía sola, pero el mareo me ganó, y terminé dejándome sostener del brazo. Mientras intentaba centrar la vista y ubicarme, la doctora revisaba con detalle la parte trasera de mi cabeza, observándome con una seriedad que parecía dudar de todo lo que yo acababa de decir sobre el golpe. Notaba sus dudas, pero intenté calmarme y solté una excusa sobre una posible bajada de tensión por el calor. Al menos eso sonaba razonable y podría evitar preguntas incómodas.

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