55 RAINBOW
Marta de la Reina.
Había pasado un año desde mi llegada a 2024. Un año que, mirándolo con distancia, había sido como una montaña rusa emocional. Había días en los que me sentía más fuerte, capaz de enfrentar cualquier reto que este tiempo me arrojara, y otros en los que la nostalgia me aplastaba el pecho y me hacía preguntarme si había tomado la decisión correcta. Había vivido momentos inexplicables, instantes de profunda alegría y de descubrimiento, pero también noches de lágrimas contenidas, de frustraciones y de sentirme como una extraña en mi propia piel.
Ser "prácticamente una ciudadana más" en este tiempo era un logro enorme, pero a menudo no me sentía así. La regularización de mi documentación había sido uno de los procesos más largos y extraños que jamás había vivido. Agradecía a Jesús, incluso más allá de su muerte, el haberlo facilitado para mí, aunque aún no comprendía cómo pudo prever cada detalle. Ahora, tener una identidad oficial, un certificado de nacimiento que me ubicaba en 1984, no me hacía sentir menos fuera de lugar. Había aprendido a manejar dispositivos electrónicos, aunque seguía luchando con algunos de ellos. Las aplicaciones, las redes sociales, las constantes notificaciones; todo ese ruido digital me parecía innecesario y abrumador. Muchas veces, cuando no podía con ello, dejaba el móvil a un lado y me refugiaba en un libro o en una conversación con Fina, quien había sido mi guía en cada paso de este proceso.
Fina... Si alguien había sostenido mi mundo durante este año, había sido ella. Su amor, su paciencia infinita y su habilidad para explicarme todo con ternura, desde cómo funcionaba el televisor hasta las complejidades de la sociedad moderna, habían sido mi ancla. Sin embargo, verla desgastarse día a día en el hospital me partía el alma. Las largas jornadas, los recortes en el sistema de salud, y las interminables demandas de un trabajo que nunca parecía terminar la estaban consumiendo. Intentaba estar allí para ella, hacer lo que pudiera para aliviar su carga, pero muchas veces me sentía impotente. Era difícil aceptar que no podía solucionar sus problemas, especialmente cuando ella había resuelto tantos de los míos.
La casa de Los Olmos era nuestra vía de escape. Aunque no estaba lista para vivir, porque tuvimos que afrontar algunas reformas que nos llevaron algo más de tiempo que pasar los domingos limpiando el jardín, había algo reconfortante en pasar los fines de semana allí. Fina decía que aquella casa me conectaba con mi esencia, con mis raíces, y tenía razón. Había algo casi terapéutico en esas jornadas de trabajo físico, en ese esfuerzo compartido por reconstruir un hogar que llevaba décadas esperando mi regreso. La piscina, al menos, era un pequeño triunfo. Nos había costado semanas dejarla en condiciones, pero ahora estaba limpia, reluciente, siendo un refugio contra el calor abrasador del verano en Toledo, y cumpliendo con uno de los mayores deseos de Fina.
Nada de invitados ni fiestas de inauguración. Esa piscina que llevaba 66 años cubierta de maleza, la estrenamos ella y yo el 1 de julio, justo un año después de conocernos por accidente, o, mejor dicho, gracias al destino, en el hospital. Y la inauguramos con una cena para dos en el jardín, bajo la luz de una luna llena que volvía a acompañarnos y, por supuesto, con un baño que nos supo a gloria.
Sin embargo, aquel sábado 5 de julio rompía con todo lo que conocía. Ese día, no había planes de jardinería, ni chapuzones en la piscina. Ese día, Fina había insistido en llevarme a mi primer desfile del Orgullo LGTBI+.
Mi primer orgullo.
Solo pensar en ello me provocaba un nudo en el estómago. Había pasado todo el año intentando adaptarme a esta nueva vida, pero la idea de asistir a un evento tan abierto, tan público, me desafiaba de una manera que no sabía si estaba lista para enfrentar.
Esa misma mañana supe, desde el primer momento, que el día iba a ser único. Fue evidente por el pequeño drama que armamos Fina, Carmen y yo antes de salir de casa, todo por algo tan simple como elegir mi vestimenta, y que me hizo recordar a esos primeros días en los que tuve que aceptar sus ropas. Parecía una misión imposible para ellas aceptar que yo no iba a ceder ante sus extravagantes sugerencias. Se turnaban para intentar convencerme con argumentos tan variados como absurdos: que si "el Orgullo es para destacar", que si "los colores te quedan estupendos", que si "esto te va a hacer sentir más en sintonía con la gente".
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CRU2SH
Science FictionMarta, una mujer de 1958, y Fina, una chica de 2024, se encuentran inesperadamente en el presente debido a un inexplicable viaje en el tiempo. A pesar de venir de épocas tan diferentes, sus caminos se cruzan en un mundo contemporáneo que les resulta...