39 ESTALLIDO
Fina Valero.
Las cosas tienen esa extraña capacidad de transformarse en un suspiro, de girar sobre sí mismas cuando menos lo esperas. La calma, tan seductora como engañosa, puede volverse peligrosa. Te envuelve, te acaricia, y te hace creer que el tiempo ha decidido detenerse solo para ti. Pero la calma también es traicionera. Relaja tus sentidos, baja tus defensas y te deja expuesta justo cuando deberías estar más alerta.
Ese pensamiento me rondaba mientras recordaba el paseo del domingo con Marta. Había algo mágico en cómo todo parecía encajar entre nosotras: el desayuno con los churros, la conversación sincera y sin barreras en el banco de la placita, y, sobre todo, el momento en que finalmente le confesé lo que sentía por ella. Que la quería. Que estaba enamorada. Fue como abrir una puerta que llevaba demasiado tiempo cerrada. Marta lo supo, y yo, al decírselo, sentí un peso menos en mi pecho.
Ese día se convirtió, sin duda, en el más especial desde que había llegado a 1958. Incluso con la tristeza que empezaba a instalarse poco a poco al asumir que nuestra historia tenía un final inminente, fue un día lleno de calma, de una tranquilidad tan absoluta que parecía casi irreal. Pasamos el resto de la jornada sin prisas, paseando de nuevo por los jardines, hablando de cosas triviales, como si el tiempo nos perteneciera. Marta leía el libro del doctor Ulloa en el porche de la habitación, disfrutando del sol, mientras yo me dejaba envolver por la sensación de estar viviendo unas verdaderas vacaciones de verano. Esa casa, esos días, se estaban convirtiendo en un refugio inesperado.
La rutina se acomodó en nuestras horas sin que lo notáramos. La cena en la cocina, una charla más con Andrés o don Damián, y luego, como si fuera lo más natural del mundo, dormíamos juntas. Era curioso cómo habíamos normalizado esa cercanía, cómo nuestros cuerpos buscaban el consuelo de la otra en las horas más silenciosas de la noche. Y al amanecer, todo se repetía con la misma suavidad: un "buenos días" susurrado, una sonrisa, y la promesa implícita de que ese nuevo día sería tan bueno como el anterior.
Y lo fue. Cada día que siguió mantuvimos ese ritmo pausado, casi idílico. Marta y yo, compartiendo pequeños momentos que acumulábamos como si fueran tesoros. Paseos, lecturas, desayunos en el porche, y la certeza de que el tiempo estaba contado, pero no importaba. Era fácil creer que esa calma sería eterna, que ninguna tormenta podría alcanzarnos en nuestra burbuja.
Pero el problema con la calma es que, a veces, adormece los sentidos. Nos hace olvidar que el mundo sigue girando, que fuera de nuestro pequeño universo, la vida avanza con su propio caos. Esa tranquilidad fue lo que nos cegó, lo que nos hizo bajar la guardia, y lo que permitió que no viéramos venir lo que estaba a punto de estallar frente a nosotras. Porque, en cuestión de minutos, o tal vez segundos, todo puede cambiar. Y para Marta y para mí, lo cambió.
Sucedió en la noche del lunes, cuando Marta rompió sin querer esa rutina que habíamos construido, nuestro encuentro nocturno que nos aseguraba un refugio lejos de las miradas y las reglas de su mundo. Esa noche no apareció por la habitación. Y algo tan sencillo como eso bastó para inquietarme. Al principio, traté de convencerme de que no era nada, que tal vez se había quedado dormida o que alguna conversación con su padre o sus hermanos había alargado el día más de lo esperado. Pero, a medida que pasaban los minutos y la casa caía en el silencio absoluto de la madrugada, mi preocupación creció.
Intenté leer, o al menos fingir que lo hacía. Miré el reloj de la mesilla unas veinte veces, cada vez con más impaciencia, y me pregunté si tal vez estaba exagerando. Pero la inquietud seguía ahí, constante, y al final cedí. No podía quedarme quieta, no esa noche. Lo que eché de menos tener un teléfono móvil con el que poder enviarle un mensaje, y preguntarle directamente, no lo sabe nadie. Pero, curiosamente, ya incluso me habia acostumbrado a ese sencillo estilo de vida, en el que las cosas se solucionan cara a cara. Así que tomé la decisión que llevaba días rondando mi cabeza: ser yo quien iba a salir a buscarla.
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CRU2SH
Science FictionMarta, una mujer de 1958, y Fina, una chica de 2024, se encuentran inesperadamente en el presente debido a un inexplicable viaje en el tiempo. A pesar de venir de épocas tan diferentes, sus caminos se cruzan en un mundo contemporáneo que les resulta...