Capítulo 43

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43 TE QUIERO

Fina Valero.

Sentada a los pies de la cama, en la penumbra de la habitación, con las manos entrelazadas sobre mis rodillas, mientras mis ojos iban de un lado a otro, casi perdidos en los detalles de aquel espacio que había llegado a sentir como mi refugio durante las últimas semanas. Afuera, la noche había caído con la misma certeza con la que se acercaba mi partida, y aunque intentaba mantenerme entera, sabía que esa espera, la de Marta regresando de cenar con su familia, sería probablemente la última.

La mañana en Madrid había sido como un paréntesis dentro de todo lo que estábamos viviendo. Despertamos entre risas, con caricias suaves y palabras susurradas que parecían querer retrasar lo inevitable. La magia del hotel, los paseos por la ciudad, incluso la manera en que regresamos a Toledo, tratando de ignorar la pequeña discusión que yo misma había provocado, y hablando de banalidades para no tener que pensar en la realidad, me había dado una falsa sensación de que todo estaba bien. Pero ahora, con el silencio de la habitación envolviéndome, sentía el peso de lo que significaba regresar a esa rutina.

El día había transcurrido como cualquier otro desde que llegué a 1958: comimos juntas, paseamos por los jardines y leímos en el porche, buscando la normalidad en pequeños rituales que nos daban algo a lo que aferrarnos. Pero algo era diferente. Había una sombra en los gestos de Marta, en sus silencios, en la forma en que su mirada se perdía cuando creía que yo no la veía. Y yo también estaba luchando por mantenerme a flote, intentando fingir que todo estaba bien cuando por dentro sentía un puto torbellino que me arrancaba el aliento.

Ahora, sola en la habitación, todo lo que había intentado mantener a raya durante el día me golpeó con fuerza. Pensé en todo lo que tenía, en mi familia, mis amigas, mi vida en 2024. Quería volver a casa, recuperar esa normalidad que me había perdido al cruzar el puente, volver a abrazar a mis padres, a reír con Claudia, a sentir que estaba en mi mundo. Pero al mismo tiempo, sabía que una parte de mí estaba dispuesta a renunciar a todo eso, a quedarme un poco más en 1958, solo por ella, por Marta.

No era solo por lo que sentía hacia ella, aunque eso por sí solo ya era inmenso, abrumador. Era también porque sabía lo que le esperaba. Los próximos meses para Marta serían un campo minado de emociones, pérdidas, y decisiones que cambiarían su vida para siempre. Y me aterraba la idea de dejarla sola enfrentándolo todo. Saber que no estaría ahí para sujetarle la mano cuando las cosas se pusieran realmente difíciles me desgarraba.

Suspiré, dejando caer los hombros, mientras mi mente se llenaba de recuerdos de las últimas semanas. Pensé en cómo me había sentido desde que la conocí, desde que nuestras vidas se cruzaron de una manera tan imposible. Nunca en mi vida imaginé llegar a sentir algo tan profundo, tan visceral, por una persona a la que apenas llevaba conociendo un mes. Todo lo que había creído sobre el amor, sobre lo que significaba conectar con alguien, se había derrumbado por completo desde que la conocí. Y aunque intentaba quedarme con todo lo hermoso que me hacía sentir, no podía evitar lamentarme. ¿Así era el amor de verdad? ¿Este nudo constante en el estómago, esta mezcla de felicidad y dolor, este deseo irrefrenable de protegerla incluso a costa de mí misma?

Miré hacia la ventana, donde la luz del jardin bañaba la habitación con su tenue brillo, y cerré los ojos, tratando de calmar mi mente. Me dije que debía ser fuerte, que esto no era un adiós definitivo, que tal vez, de alguna manera, nuestras vidas se cruzarían de nuevo. Pero en el fondo, una pequeña voz me susurraba que esto era un punto de inflexión, que lo que estaba a punto de suceder cambiaría todo para siempre.

Escuché pasos en el pasillo, y mi corazón se aceleró. Marta estaba de vuelta. Me enderecé, intentando recuperar la compostura, mientras me preparaba para enfrentar esa noche que ambas sabíamos sería diferente a todas las demás. La última noche juntas.

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