Capítulo 33

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33 PIEZAS

Fina Valera.

Si había algo que había aprendido en esos días —porque, claro, viajar en el tiempo también tenía sus lecciones— era que las aventuras espacio-temporales venían con un efecto secundario inesperado: un insomnio del demonio. O eso pensaba, porque el universo parecía empeñado en que no cerrara los ojos más de un par de horas seguidas, como si disfrutara viéndome luchar contra mi propia cabeza.

Aquella noche, después de que Marta me dejara sola y sus pasos se apagasen en el pasillo, volví a encontrarme con el mismo enemigo: el techo de la habitación. Ahí estaba, esperándome, listo para recibir mis miradas mientras mi cerebro corría una maratón interminable. Me preguntaba si sería el viaje en el tiempo el que me había destrozado el sueño o si, simplemente, era todo lo demás.

Claro, también podía admitir —aunque con algo de reticencia— que quizá el problema no era tanto el viaje en el tiempo como el hecho de que me había pasado el día entero tirada en la cama. O en la silla del porche. O en el baño, metida en la bañera, dándome otro baño que, a decir verdad, no había servido de mucho. La verdad era que no había hecho nada productivo. Solo había mirado el jardín como si nunca antes hubiera visto plantas, y perdido el tiempo entre mis propios pensamientos.

Había convertido mi día en un desfile de momentos intrascendentes: contar las hojas del árbol que se veía desde la ventana, pasear con las muletas de un lado a otro del cuarto como si eso fuera a cambiar algo, y levantarme al baño solo por tener una excusa para moverme. No había ni una pizca de cansancio físico en mi cuerpo.

Suspiré, revolviéndome entre las sábanas. Cerré los ojos con fuerza, como si eso pudiera apagar el caos que tenía dentro. Pero no había caso. Cuando no estaba físicamente cansada, las emociones se encargaban de todo, y yo tenía una montaña rusa entera funcionando dentro de mí. El insomnio, en el fondo, no era más que la guinda del pastel en este desastre que era mi vida desde que crucé el maldito puente.

Era lógico, claro. Con tanto tiempo libre en la oscuridad, mi mente no tardó en volver a centrarse en ella. Marta. Verla como la vi, escuchándola como la escuché y, su manera de mirarme con esa mezcla de vulnerabilidad y fuerza, hizo que, de nuevo, la necesidad por pasar más tiempo a su lado regresara a mí. Era increíble. Esa vez necesitó algo más que un abrazo para cambiar mi mal humor, y el rencor que creí haberle llegado a tener, cuando en realidad lo que sentía era decepción y pena. Estuve cuatro días completos tratando de renegar de ella, de convencerme que alguien que habia intentado hacerme tanto daño abandonándome, no merecía la pena. Pero me fue imposible. Porque ella no era una más, como lo fueron mis ex. Porque ella y las circunstancias que nos rodeaban, eran especiales, y no existía una excusa razonable para enfadarse con ella viviendo lo que estábamos viviendo. Y, por qué no, porque jamás en mi vida me habia enamorado de la forma en la que me había enamorado de ella. Porque me tenía frita, completamente perdida, y habría sido capaz de asentirle y responderle un "todo suyo, doña Marta", si hubiera decidido arrancarme el corazón con sus propias manos. A ese punto de rendición habia llegado con ella.

Me pregunté, una y otra vez, qué estaría haciendo. Si habría tenido más suerte que yo y estaría profundamente dormida o, por el contrario, también estaría despierta, dándole vueltas al día nefasto que había tenido que soportar.

En algún momento, me vino una idea que al principio me pareció brillante: salir de la habitación y buscar la suya en el piso superior. Quizá podríamos compartir el insomnio, hablar de cosas intrascendentes, o simplemente quedarnos en silencio juntas. Pero enseguida descarté la idea. El solo pensar en arrastrarme por las escaleras con el pie hecho un desastre ya me daba pereza.

Llegué incluso a preguntarme si el techo sería lo suficientemente fino como para que ella pudiera escucharme si golpeaba un par de veces. ¿Cómo podría avisarle de mi estado de vigilia sin parecer una completa lunática? Me dediqué a observar la habitación, buscando objetos que pudieran servir para alcanzar el techo. Un bastón, la muleta, incluso pensé en usar una de las patas de la silla. Cada idea era más ridícula que la anterior, pero no podía evitarlo. Me encontraba en un estado tan desesperado que cualquier cosa me parecía viable.

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