Capítulo 50

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50 TODO HECHO.

Marta de la Reina.

El día siguiente amaneció con una luz pálida, carente de toda calidez, como si el sol se hubiese cansado de pelear contra las nubes del verano. Acababa de salir del despacho de mi padre en la casa, arrastrando los pies por el pasillo, deshecha. El enfrentamiento había sido más duro de lo que había imaginado, y lo cierto es que apenas había logrado mantener una compostura decente mientras hablaba.

Había tomado la decisión de decírselo ya: no pensaba ser la presidenta de la empresa. No se trataba de un arrebato ni de un capricho temporal, sino de una determinación nacida de las circunstancias y del peso insoportable de los secretos y las amenazas que me rodeaban. Pero mi padre, a pesar de hacerme creer que lo aceptaba, me transmitió una inseguridad que yo no esperaba. Su rostro, al escuchar mis palabras, se endureció hasta parecer tallado en piedra, dejando en evidencia que no lograba comprender por qué yo, su hija, estaba declinando esa oportunidad que él consideraba el culmen de mi carrera y el legado más preciado de nuestra familia.

Intentó sonsacarme, indagar en los motivos. Yo me aferré a la media verdad: le dije que quería estar con Jaime en Nápoles, que necesitaba priorizar mi vida personal antes que la empresa. Él se negó a creer que aquello fuera todo. Fue entonces cuando, con un tono casi despectivo, sacó a relucir el tema de Fina. Me preguntó sin rodeos si esa mujer tenía algo que ver con mi cambio de mentalidad, con el abandono de mis ambiciones. Su insinuación me hirió como un latigazo, no solo por la intromisión en mi vida privada, sino por la forma en que cuestionaba mis méritos. Según él, antes yo era ambiciosa, "como una De la Reina más", y llegar a la presidencia siendo mujer era algo que jamás habría imaginado posible sin su ayuda. Esas palabras me hicieron sentir como si todo mi esfuerzo, mi dedicación y mi talento hubieran sido invisibles para él. Como si, para mi padre, la única forma de alcanzar las metas se midiera por la sangre, el género y el apellido, y no por la valía individual.

La referencia a Fina, "esa mujer" como él nombraba con un matiz de sospecha, me encendió todas las alarmas. ¿Qué tanto sabía de mí, de ella? ¿Hasta qué punto era consciente de las implicaciones que su nombre tenía en mi vida? Esa sola mención bastaba para sumirme en un pánico interior, porque si mi padre vinculaba mis decisiones con Fina, si sospechaba algo de ese lazo que apenas yo misma entendía, entonces el peligro aumentaba. No sabía si aquello podía volverse en mi contra en el futuro, pero la simple idea me revolvía el estómago.

Al final, mi padre no se conformó con la excusa de Jaime ni con su desconfianza hacia Fina. Señaló la inminente partida de Andrés, la certeza de que él, sin mí al frente, solo podría contar con Jesús, y eso no le gustaba. Pensaba que Jesús hundiría la empresa. Fue en ese punto cuando supe que no había nada que yo pudiera decir para mitigar su decepción. Él me estaba usando para poder sacar a Jesús de la ecuación, y yo no lo iba a permitir. Sus planes se resquebrajaban, su control sobre el futuro de la familia se deshilachaba, y yo era la culpable a sus ojos.

Salí del despacho con la sensación de haber abierto una grieta más en el muro que nos separaba. Me sentía cansada, herida y furiosa. Cansada de ser una pieza en su partida de ajedrez, herida por ver lo poco que valoraba mis logros, y furiosa de que se atreviera a mencionar a Fina, arrancándola de un lugar íntimo para convertirla en un argumento sospechoso. Cada paso que daba por el pasillo se sentía pesado, cada pensamiento era un nudo apretándose en mi garganta.

Saber que mi padre me veía así —como una mujer cuyos méritos no importaban, cuyo éxito solo era posible con su beneplácito, y que, además, se dejaba influenciar por "esa mujer"— resultaba insoportable. Lo peor era que no podía enfrentar sus palabras con la verdad, ni gritarle a la cara la magnitud del infierno en el que él mismo habia convertido nuestra familia. No. Estaba atrapada, obligada a vivir bajo su mirada escrutadora.

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