Capítulo 7

1.2K 154 22
                                    

7 INCREDULIDAD

Marta de la Reina.

Si alguien me hubiera advertido que mi primer desayuno en el supuesto año 2024 consistiría en un café de cápsula, sí, de cápsula, y unos churros congelados, habría respondido con una sonrisa escéptica o, mejor dicho, me habría echado a llorar.

Sentada frente a Fina, intentaba mantener una serenidad que apenas sentía. Me propuse demostrar que, a pesar de la confusión que me envolvía, podría adaptarme y no ser una carga innecesaria. Estaba en su hogar, un espacio tan extraño como fascinante, y percibía en ella una amabilidad genuina, una disposición a ayudarme que hacía mucho no encontraba. Fina se esforzaba por facilitarme las cosas, y Carmen también, aunque en esta última se notaban ciertos recelos y dudas. Ambas parecían dispuestas a tenderme una mano, y yo, por supuesto, quería hacer lo propio, y evitar convertirme en una visita incómoda o problemática.

Sabía que debía adaptarme a la situación y no hacer preguntas cada vez que algo desafiaba mi lógica. Sin embargo, cada detalle nuevo, cada manifestación de ese mundo desconocido, me complicaba el disimulo. Tan empeñada estaba en parecer natural, que incluso el sencillo acto de remover el azúcar en mi café me exigía un esfuerzo considerable. Sobre todo, porque deseaba proyectar un aire despreocupado. No quería preocupar a Fina más de lo necesario; al contrario, deseaba que me viera serena, capaz de manejar esta extraña situación.

No puedo negar que me sorprendí al saber que en el desayuno habría churros, pero mi asombro fue aún mayor al descubrir que eran congelados. Churros congelados. Jamás imaginé que algo así pudiera existir. Y, aunque parezca trivial, la curiosidad que aquello me provocó logró disipar momentáneamente el desasosiego que llevaba dentro. Me sentí un tanto ridícula por mi escepticismo, pues comprendí que Fina solo intentaba que me sintiera bienvenida y a gusto, y lo mínimo que podía hacer era recibir sus atenciones sin reservas. Así que aparté cualquier malestar y esbocé una sonrisa agradecida, asintiendo con cortesía mientras ella explicaba la diferencia entre esos churros y los tradicionales.

Me esforcé en centrarme en nuestra conversación y no en la incomodidad latente. Quería parecer relajada, como si estuviera disfrutando de una mañana común, y creo que lo logré. Fina no pareció notar el ligero temblor en mis manos al tomar la taza, o al menos me convencí de ello. "¿Has dormido bien? ¿Has pasado calor?" me preguntó con una sonrisa. Respondí afirmativamente, aun sabiendo que mentía, pues no había conciliado el sueño del todo y me pasé media noche intentando disimular mi inquietud para que ella no se preocupara por mí. Le agradecí sinceramente el ventilador de techo, recordando que, a pesar de la calidez abrumadora de la habitación, aquel pequeño alivio había sido un consuelo inestimable.

Seguimos hablando mientras ella freía los churros y me contaba sobre Carmen, quien había salido a trabajar a pesar de estar de vacaciones. De pronto, la conversación se volvió un juego en el que intentaba responder sin delatarme, sin mostrar cuánto de esta vida y de esta época escapaba a mi comprensión. A cada frase que intercambiábamos, notaba que mis dudas iban creciendo, pero me prometí a mí misma no hacer preguntas innecesarias, ni mencionar lo que no entendía. "Es una plataforma, luego te muestro," dijo cuando quiso explicarme donde podría ver el maravilloso trabajo que Carmen hacía con su cámara de fotos. Instagram, lo llamó, y me mordí el labio, incapaz de evitar la confusión. ¿Una galería digital de fotografías? ¿Un teléfono que funcionaba como una especie de álbum visual? Traté de ocultar mi desconcierto, sabiendo que cada pregunta haría crecer la preocupación de Fina, así que le sonreí con un leve asentimiento y dejé el tema a un lado.

Cuando me trajo los churros, intenté tomar uno y actuar natural, aunque sentía que nada de lo que hacía estaba cerca de ser normal para mí. Tomé un bocado, y no pude resistir la tentación de comparar aquellos churros con los que solía disfrutar en mi vida normal, con los del obrador de Santo Tomé. Y con el escrutinio divertido de Fina frente a mí, esperando ansiosa una respuesta al que debía ser un manjar. No lo era, ni por asomo. Pero mi educación estaba por encima. Supe ser consciente de ver el esfuerzo que Fina había puesto en el desayuno, y me concentré en eso, en el hecho de que estaba intentando que me sintiera bien. Lo valoré como algo positivo, y sé que no me creyó, pero se lo tomó bien, llegando incluso a regalarme un par de sonrisas que me desarmaron. Me propuse seguir su ejemplo y, aunque lo hacía a regañadientes, empecé a bromear un poco, hablando de cómo solía intentar hacer bollos suizos en casa. Mi familia siempre los había recibido con elogios, y aquello me pareció una manera de conectar, de mostrarle a Fina un lado de mí que no estuviera perdido o desesperado.

CRU2SHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora