34 NO PERDAMOS EL TIEMPO.
Fina Valero.
Que, si no llega a ser por la alerta de su secretaria, avisándonos por teléfono de la llegada de su hermano Jesús al despacho, yo, como loca y desquiciada, habría terminado con Marta en cualquier rincón del enorme despacho, y, no de cháchara. Desde luego.
Lo vi, lo sentí, lo probé. A Marta, el beso que le regalé, o casi le robé, la dejó igual o peor que a mí, y no precisamente hablo de malestar, de remordimiento de conciencia o culpa. No. Me bastó sentir como se aferró a mi cuello para que ni se me pasara por la mente separarme de sus labios, o como dejó escapar un delirante suspiro al escuchar el teléfono sonar, para ser consciente de que habia encendido la mechita en sus ganas. Y el subidón de adrenalina y serotonina en mi cuerpo, hizo el resto.
La vi tratar de recuperar la compostura al recibir la visita de su hermano. Vi cómo, nerviosa, sus manos se movían inquietas sobre los papeles y documentos que tenía en el escritorio, y como su voz salía con apenas un hilo, y ronca, cuando trataba de explicarle algo a su hermano. Vi cómo me esquivaba la mirada continuamente, tanto dentro del despacho, como cuando me propuso volver a comer en la cantina. Yo, por supuesto, accedí encantada, buscando más indicios en su cuerpo y en su expresión corporal, de que no estaba enloqueciendo o creyendo algo que no era.
Solo hubo un momento en el que se atrevió a cuestionarme por qué la había besado, y yo, devolviéndole de su propia medicina, le dije que simplemente, me había apetecido hacerlo. Supuse que recordó que ella me dijo exactamente lo mismo cuando decidió desarmarme por completo al besarme en nuestra escapada a Madrid, con mi ex estando presente, porque desde ese instante, no volvió a cuestionarme más. Es más, por no hacer, es que apenas me habló. Y a diferencia de otras veces, en las que yo me habría sentido mal, o la tensión entre nosotras hubiese sido insoportable, lo disfruté.
Disfruté de su silencio, de su incapacidad por no saber, o, mejor dicho, confesarme que ella también deseaba besarme. Porque era eso lo que sucedía. No se atrevía, o bien por temor, o tal vez por precaución, no lo sé. Pero no se atrevía a decirme que ella también quería besarme, a pesar de confesarme que se había enamorado de mí.
Y yo, del mismo modo que me pasó en Madrid, me sentí en una jodida nube. En una nube de la que no bajé en todo el día, de hecho. Ni siquiera me importó encontrarme con algunos miembros de su familia cuando regresamos a la casa. Saludé a Andrés, a Begoña y a la pequeña Julia, y hasta hablamos un rato con Digna en la cocina, mientras cenábamos allí las dos. Siempre antes de que lo hiciera su familia al completo en el comedor. Yo sabía que Marta lo hacía por evitarme alguna situación incómoda, pero ese día, justo ese día, supe que lo hacía por ser ella quien se librase de alguna mirada o pregunta incomoda, por cómo se mostraba.
Juro por Dios que nunca quise disfrutar de su incomodidad, pero, es que realmente me provocaba incluso ternura verla así, nerviosa, torpe, esquivándome la mirada continuamente, e incluso, dejando escapar algún que otro suspiro con resignación, como una adolescente que no es capaz de disimular que está conociendo a alguien especial. Y no, no era intuición mía, no era imaginación. Era convencimiento absoluto de saber que la culpa de su estado, no era otra cosa más que las ganas que le habia dejado mi beso.
Y estaba tan convencida de no estar equivocada, que esa noche me fui a la habitación sola. Marta se despidió de mí en la propia cocina, dándome las buenas noches y deseándome un descanso profundo. Y yo caminé hacia la habitación sin poder contener la sonrisa, preguntándome a qué hora y con qué excusa rompería esa barrera que ella misma se estaba poniendo entre nosotras.
Se hizo de rogar, sí. Pero me dio la razón.
Confieso que estuve a punto de proclamar que mis pronósticos no se iban a cumplir, porque creo que llegué a esperar unas dos o tres horas, no estoy segura. Solo sé que cuando percibí que ya la casa permanecía en absoluto silencio, y toda la familia parecía haberse ido a dormir, creí que sí, que Marta no se atrevería a dar el paso y mi intuición se quedaba en un simple deseo por mi parte. Y estaba a punto de darme por vencida y entregarme al sueño, cuando un crujido casi imperceptible me hizo abrir los ojos como platos. Me levanté de la cama con tanto sigilo que me sorprendí a mí misma, y sin pensarlo y de puntillas, evitando que mi pie me hiciera perder el equilibrio, me pegué a la puerta tratando de detectar de nuevo ese leve ruido.
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CRU2SH
Science FictionMarta, una mujer de 1958, y Fina, una chica de 2024, se encuentran inesperadamente en el presente debido a un inexplicable viaje en el tiempo. A pesar de venir de épocas tan diferentes, sus caminos se cruzan en un mundo contemporáneo que les resulta...