Capítulo 48

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48 CON TODO MI DOLOR.

Marta de la Reina.

El 24 de julio amaneció igual que cualquier otro día de ese verano abrasador. Pero para mí, esos días ya no eran normales, ni siquiera soportables. Habían pasado cuatro días desde que Jesús me confesó el secreto más oscuro de nuestro padre, una verdad tan terrible que había cambiado mi percepción de él para siempre. Aunque en lo profundo de mi ser sabía que Jesús no mentía, no había logrado convencerme del todo. Parte de mí se aferraba a la idea de que debía haber alguna explicación, algún detalle que redimiera, aunque fuera mínimamente, a ese hombre que había sido una figura imponente y protectora durante toda mi vida.

Y, sin embargo, pesar de mi incredulidad, había seguido cada uno de los consejos de Jesús. Mantener las apariencias, fingir que todo volvía a la normalidad, actuar como si los secretos que me habían sido revelados no existieran. Había regresado a la fábrica un par de días, caminando por los pasillos con la misma máscara que llevaba en casa. Sonreía, saludaba, preguntaba por los balances. Todo calculado, cada gesto frío, cada palabra medida. Pero estar cerca de mi padre era insoportable. Sentía que su sola presencia me desnudaba, que sabía lo que yo sabía, que estaba esperando a que cometiera el error que le diera poder sobre mí.

El día anterior, por primera vez en mucho tiempo, había tenido que enfrentarme a él directamente en una reunión junto a Andrés. Nuestro padre nos entregó las escrituras de las casas que recibiríamos. Andrés obtuvo la casa de Olite, con los terrenos de lavanda que tanto le entusiasmaban. Yo, en cambio, recibí la pequeña casita de los Olmos, junto con los invernaderos de la fábrica. Sonreí, agradecí, y me sentí como una actriz recibiendo un premio por una obra en la que no quería estar. Pero ese día me dejó agotada, emocionalmente vacía.

Esa noche, como todas las noches desde que regresé, fui a la habitación de Julia. Era el único momento del día que esperaba con ansias. La pequeña me recibía con su sonrisa tímida, y yo me sentaba a su lado, acariciando su cabello mientras le contaba historias sobre ese lugar mágico que había inventado para ella: el país de la libertad. Era mi forma de hablar de Fina sin sentir que corría peligro. Le encantaba que le hablase de las calles coloridas, las librerías que parecían palacios, y los barcos que iluminaban los ríos por la noche. Sus ojos brillaban mientras imaginaba ese mundo que, para mí, era un reflejo de todo lo que Fina representaba.

La acuné con mis palabras hasta que se quedó dormida, con su pequeña mano aún aferrada a la mía. Permanecí allí unos minutos más, observándola, sintiendo una paz momentánea que me permitía respirar. Cuando finalmente me levanté, ajusté las mantas sobre ella y besé su frente antes de salir en silencio.

Decidí bajar unos minutos al cuarto del servicio. Era mi refugio para leer un poco y perderme en las palabras del libro del profesor Ulloa. Pero cuando llegué a la cocina, a oscuras, no estaba sola. Allí, de pie junto a la encimera, estaba Begoña. Me detuve en seco, sintiendo cómo mi cuerpo se tensaba.

—¿No puedes dormir? —le pregunté con cautela, intentando sonar natural.

Begoña se giró lentamente hacia mí. Durante un instante, no dijo nada. Luego, con un tono que no supe interpretar del todo, respondió:

—No. Y parece que no soy la única. ¿Qué haces aquí a estas horas? —preguntó, cruzando los brazos. Su tono no era acusador, pero había algo en él que me incomodaba.

—Solo... venía a por una infusión, y... bueno, quería leer un poco antes de dormir —respondí, sintiéndome extrañamente expuesta bajo su mirada, como si cada palabra pudiera ser analizada con lupa.

—¿En el cuarto del servicio? —preguntó, arqueando una ceja, con esa mezcla de escepticismo y curiosidad que me hacía sentir aún más incómoda.

No respondí de inmediato. No quería entrar en detalles, ni dar explicaciones que ella pudiera interpretar de maneras que no deseaba. Sin embargo, su mirada permaneció fija en mí, insistente, como si estuviera tratando de atar cabos, buscando algo que yo no estaba dispuesta a ofrecer.

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