Capítulo 44

1.2K 145 8
                                    

44 A MI CASA.

Marta de la Reina.

El aire era tan denso como mi propia incredulidad. Me quedé allí, quieta, incapaz de procesar lo que acababa de ocurrir. Fina... simplemente ya no estaba. No se había marchado; no había corrido. Se había desvanecido frente a mí, como si el mundo la hubiese tragado sin avisar. Mi nombre seguía flotando en el aire, susurrado como un eco lejano que apenas parecía real.

Intenté moverme, pero mi cuerpo no respondía. Sentí mis piernas como si fueran columnas de piedra, inmóviles, y un temblor tenue me recorría desde la base del cuello hasta las manos. El pórtico del puente, con sus paredes de piedra gastadas y ese silencio opresivo, se volvía un marco aún más surrealista para lo que acababa de presenciar.

Mi mente luchaba, pero no lograba comprender, aún habiéndolo vivido en mi propio ser. ¿Cómo podía ser posible? La razón se fragmentaba en mil preguntas que chocaban unas contra otras. Y, sin embargo, en medio de todo aquello, no lloré. Tal vez estaba demasiado asustada, demasiado aturdida para derrumbarme. Lo único que podía hacer era permanecer allí, paralizada, como si me estuviese asegurando de que todo estaba bien, cuando no tenía ni la más remota idea de si lo estaba.

Pasaron minutos, o quizá más, antes de que me atreviera a moverme. Lo primero que hice fue extender una mano temblorosa hacia las paredes del pórtico. Las toqué con la yema de los dedos, esperando sentir algo, cualquier cosa que pudiera explicarme lo que había sucedido. La piedra era fría, sólida, implacablemente real. Pero no había respuesta en ella, solo una indiferencia muda.

Entonces, lo vi. Un hombre caminaba hacia mí desde el otro extremo del puente. Era alto, con una presencia que parecía llenar el espacio con una calma inquietante. Mis sentidos, adormecidos hasta ese momento, se dispararon al verlo. Se acercó con una mezcla de curiosidad y cautela, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, me miró directamente.

—¿Está usted bien? —preguntó, con voz suave, aunque no exenta de una leve sospecha—. ¿Le ha pasado algo?

Por un instante, no supe qué responder. Sus ojos parecían estudiarme, como si tratara de encontrar pistas en mi rostro. ¿Había visto algo? ¿Había presenciado lo que le ocurrió a Fina? La posibilidad me hizo estremecerme, y una ola de temor recorrió mi pecho.

Lo observé de arriba abajo. Su ropa era sencilla, pero impecable. Había algo en él, en su postura y en su mirada, que me resultaba extraño, como si estuviera demasiado atento. Tragué saliva y, finalmente, encontré mi voz.

—No... estoy bien —dije, intentando sonar convincente, aunque mi tono probablemente me traicionó—. Discúlpeme, tengo que irme.

Me giré, pero mis pies no se movieron inmediatamente. Una parte de mí no quería darle la espalda. Solo cuando lo vi dar un pequeño paso hacia atrás, relajándose, me obligué a caminar hacia el otro extremo del puente. Cada paso era como una lucha contra el suelo que parecía querer retenerme.

Cuando llegué al banco donde habíamos estado Fina y yo hacía tan poco tiempo, me dejé caer sobre él. El lugar seguía siendo el mismo, pero ya nada lo era. Miré hacia el pórtico, incapaz de apartar la vista, como si en cualquier momento algo fuera a suceder de nuevo.

El hombre se alejó, dirigiéndose hacia el interior de la ciudad. Lo seguí con la mirada hasta que desapareció entre las calles. Solo entonces, sola de nuevo, dejé que el peso de lo ocurrido me alcanzara. Pero en lugar de hundirme, me aferré a esa sensación de incredulidad, como si fuera un salvavidas. Algo dentro de mí se negaba a aceptar lo imposible sin respuestas. Seguí mirando el pórtico desde lejos, esperando... no sabía qué.

No supe cuánto tiempo estuve allí. Los minutos, las horas... desaparecieron, como si el tiempo hubiese dejado de existir. Fue el calor del sol, golpeándome con dureza sobre la cabeza, lo que me sacó de mi trance. Parpadeé varias veces, sintiendo cómo las sombras habían cambiado de lugar, alargándose hacia un lado del puente. Me pasé una mano por la frente, empapada en sudor, y me di cuenta de que no podía quedarme más tiempo allí. Que tenía que volver a mi casa.

CRU2SHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora