4 ATRAPADA EN EL TIEMPO
Marta de la Reina.
Nunca en mi vida viví una situación tan compleja como la que estaba viviendo en aquel instante. El trayecto desde la que debía ser mi casa hasta el pequeño apartamento donde Fina vivía, había sido una especie de neblina confusa, donde el cansancio y la angustia me envolvían de tal manera que apenas lograba distinguir la realidad de lo que mi mente me hacía ver. Al llegar a su casa, una parte de mí se sintió ajena, completamente desconectada de lo que estaba ocurriendo.
El edificio donde me llevó era muy diferente a cualquier lugar que hubiera conocido antes. Apenas pude procesar los detalles, pero la frialdad del portal, el ascensor que subía de forma rápida y mecánica, y el pequeño pasillo que nos llevó a su piso me resultaban casi irreales. Todo era extraño, y, sin embargo, no podía reaccionar como debía. Estaba demasiado agotada, demasiado confundida.
Desde el momento en que crucé el umbral de su hogar, una sensación extraña y abrumadora se apoderó de mí. Aquella no era una casa normal, no como las que yo conocía, al menos. Las paredes eran extrañamente lisas, sin molduras ni ornamentos, y el suelo parecía de un material que nunca había visto antes, brillante y resbaladizo como una especie de madera pulida, pero no como la que yo conocía.
Todo a mi alrededor gritaba rareza. Los muebles eran simples, y la forma en que el salón estaba dispuesto carecía de la calidez a la que estaba acostumbrada. Había una caja negra enorme en una de las paredes. La televisión. Así la había llamado Fina, pero yo no veía ninguna antena, ningún dial que así me lo hiciera indicar. Solo esa pantalla negra y plana, muerta, colgada en la pared como si fuera un cuadro. Caminé hacia ella, temerosa de tocarla, como si pudiera romperse con solo rozarla. Pero no fue solo eso lo que me inquietaba.
Los estantes, aunque escasos, no estaban vacíos. Entre los pocos objetos que reposaban en ellos, había pequeñas figuras modernas, quizás recuerdos de algún viaje, y una pequeña colección de fotografías en blanco y negro, cuidadosamente enmarcadas. La mayoría eran retratos artísticos de personas desconocidas para mí. Sin embargo, lo que sí me sorprendió fue la aparente frialdad del espacio, a pesar de los pequeños intentos por personalizarlo.
A un lado del salón, junto al gran ventanal que daba a una pequeña terraza, había una librería, pero no rebosaba de libros como las que yo estaba acostumbrada a ver. Apenas había unos pocos volúmenes, todos con cubiertas que no reconocía, dispuestos junto a velas perfumadas que desprendían un suave olor a vainilla. El sofá de líneas rectas, de un gris neutro, estaba perfectamente alineado con una mesa de centro de madera. No tenía cojines mullidos ni mantas bordadas como los de mi casa. A su lado, una mesa de comedor pequeña, apenas con sitio para cuatro personas, y una lámpara colgante que proyectaba una luz fría y artificial.
La pequeña terraza daba al patio interior del edificio, lo que ofrecía una vista más bien sombría, con las fachadas de otros apartamentos cercanos reflejando la misma frialdad del entorno. Era como si todo en ese lugar se hubiera diseñado para ser funcional, eficiente, pero sin el calor o el cariño de un hogar.
No hablé. Desde que nos subimos al taxi hasta el momento en que Fina me sugirió que me tomara una ducha, no dije una palabra. Mi voz estaba tan atrapada dentro de mí como lo estaba el caos en mi mente. Quizá si hubiera hablado, si hubiera intentado explicar lo que me estaba ocurriendo, me habría sentido más cuerda, más presente. Pero el nudo en mi garganta era más fuerte que cualquier intento de expresión, y lo único que me salía eran suspiros entrecortados y un llanto silencioso que me acompañaba desde hacía horas.
Me sorprendió también ver cómo Fina se desenvolvía con naturalidad en aquel entorno. Cuando me ofreció tomar la ducha, acepté sin hablar, como una autómata. Me llevó hasta un cuarto pequeño que no se parecía en nada a los baños que conocía. Todo me parecía ajeno: los azulejos lisos, fríos, perfectamente pulidos; la mampara opaca que ofrecía poca privacidad, y el cabezal de la ducha, que no se parecía en nada a las alcachofas de metal que conocía. Era una estructura fija que dejaba caer el agua desde arriba como si de una tormenta controlada se tratara. Y cuando me metí bajo el agua, no pude evitar maravillarme de que no saliera vapor de la ducha, aunque el agua era cálida. Tampoco entendía cómo podía regularse con tanta precisión con una sola palanca, en lugar de las llaves que yo estaba acostumbrada a usar.
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CRU2SH
Научная фантастикаMarta, una mujer de 1958, y Fina, una chica de 2024, se encuentran inesperadamente en el presente debido a un inexplicable viaje en el tiempo. A pesar de venir de épocas tan diferentes, sus caminos se cruzan en un mundo contemporáneo que les resulta...