11 EL CUADERNO
Marta de la Reina.
Según el reloj que marcaba la pantalla del mapa anclada al salpicadero del coche, y que nos habia estado guiando en todo el trayecto, eran casi las tres de la tarde cuando llegamos a nuestro destino final; Barbate, en la provincia de Cádiz. Un pequeñito pueblo costero de pescadores que yo no habia tenido oportunidad de conocer en mi vida, y que, en ese instante, nos recibía con los brazos abiertos, y con un intenso calor que iba a pasarnos factura. Al menos a mí.
Me bastó bajar del coche para entenderlo. Era un calor distinto al de Toledo, un calor pegajoso y húmedo que parecía decirme: "Aquí no te va a quedar otra que acostumbrarte a mi abrazo." Y el cielo... Vaya cielo. Azul como una pintura, como algo que se ve solo en sueños o en películas. Hasta las nubes parecían haber decidido no aparecer para que la escena se mantuviera limpia y perfecta. Por un momento, me sentí abrumada por la intensidad de la luz, una claridad que contrastaba tanto con las calles viejas y retorcidas de mi Toledo que por dentro me preguntaba si aquello podía ser real. Ahí estaba, de pie, asimilando todo como si acabara de aterrizar en otro planeta.
Mientras tanto, Carmen no perdía el tiempo. Se lanzó con una interpretación digna de un teatro de verdad, narrándole a Claudia lo "desastroso" de que mi maleta, "esa maldita maleta," como ella decía, se hubiera quedado olvidada en el apartamento por culpa de Fina. ¡Y vaya si lo hizo bien! Se lamentaba con tal destreza que, por un momento, me pregunté si no estaría también empezando a creérselo ella misma. De hecho, juraría que incluso Fina llegó a sentirse mal, creyendo que de verdad habia sido su culpa el que no yo llevase maleta alguna. Claudia, con una compasión que la hizo sonreírme de una forma que me ablandó el corazón, enseguida se ofreció a prestarme todo lo que necesitara: su ropa, sus peines, y hasta "las cosas de maquillaje" para que "no me sintiera mal."
Agradecí el gesto, aunque por dentro sentía una mezcla de vergüenza y alivio. Qué poder de improvisación tenía Carmen... aunque, ¿hasta dónde sería capaz de llegar si alguien decidía indagar más allá de esa historia de maleta perdida? La situación era ya tan absurda que yo misma estaba a medio camino entre sentirme cómplice y querer reírme por lo surrealista que era todo aquello.
Cuando entramos al piso, una nueva sensación se apoderó de mí. Era pequeño y sencillo, pero acogedor. Un par de muebles de mimbre y cojines desgastados, adornos marineros por aquí y por allá, y una luz que se filtraba desde las ventanas como si nos quisiera recordar constantemente que el sol era el protagonista de aquella costa. Y entonces Fina, con una sonrisa llena de complicidad, me condujo hasta la terraza. Desde el momento en que puse un pie fuera, el mar me dejó sin palabras.
Ahí estaba, inmenso y eterno, llenando el horizonte de un azul profundo que me hizo sentir tan pequeña como insignificante... y tan viva como hacía mucho no me sentía. Me quedé mirando el agua, viendo cómo las olas se acercaban una y otra vez a la orilla en un baile interminable. El olor salado me llenaba el pecho y, de alguna forma, era como si el aire mismo me acariciara el alma. Casi podía sentir que el mar me hablaba, aunque su voz fuera solo el murmullo constante de las olas al romper.
Había pasado tanto tiempo sin ver el mar que no sabía si aquel sentimiento era nostalgia o pura felicidad, pero por primera vez desde que todo aquello comenzó, me sentí en paz. Por un instante, no importaban el cómo ni el porqué de mi presencia en ese lugar. Allí estaba, respirando aire salado, con la mente en calma y el cuerpo asimilando la simple emoción de ver el océano otra vez.
Sonreí, y en ese momento me sentí verdaderamente libre, incluso en medio del caos más grande de mi vida. Fina lo supo. Pude ver cómo se contagiaba de mi emoción, quedándose a mi lado en silencio, respetando ese instante como si fuera un tesoro compartido. Sentí una gratitud tan inmensa que, por un segundo, pensé en hacer algo que normalmente no hacía: abrazarla. De verdad, estuve a punto de estirar los brazos y rodearla, de expresarle con un gesto simple todo lo que su compañía estaba empezando a significar para mí.
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CRU2SH
Science FictionMarta, una mujer de 1958, y Fina, una chica de 2024, se encuentran inesperadamente en el presente debido a un inexplicable viaje en el tiempo. A pesar de venir de épocas tan diferentes, sus caminos se cruzan en un mundo contemporáneo que les resulta...