Capítulo 37

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37 FAMILIA

Fina Valero.

La habitación se me hacía más pequeña con cada minuto que pasaba. Estaba inquieta, incapaz de quedarme quieta en un solo lugar. Miraba el reloj de la mesilla una y otra vez, viendo cómo los minutos se arrastraban con una lentitud desesperante. Eran las 23:30, suficientemente tarde, o eso quería creer, como para que toda la familia de Marta estuviera profundamente dormida. Pero no estaba segura.

Me acerqué a la puerta, pegando la oreja al frío de la madera, intentando captar cualquier ruido. Nada. Silencio absoluto. Miré al techo como una idiota, esperando escuchar sus pasos en su habitación, pero tampoco había señales de vida allí arriba. Marta me había prometido que esa noche dormiría conmigo, pero desde la cena no había sabido nada de ella, y la espera estaba a punto de volverme loca.

Caminé por la habitación, dando vueltas como una leona enjaulada, mientras mis pensamientos se peleaban entre la paciencia y el pánico. Me repetía continuamente que vendría, que Marta llegaría en breve y cumpliría su promesa. Y al mismo tiempo, otra voz en mi cabeza comenzaba a susurrarme que igual le había sucedido algún imprevisto, o se le había olvidado. O no me quería molestar, o tal vez no le apetecía dormir conmigo.

Me llevé una mano a la boca, y antes de darme cuenta, estaba mordiéndome las uñas. Algo que no hacía desde mi adolescencia, por lo menos. La ironía me golpeó de lleno, y no pude evitar soltar una risa nerviosa. ¿Pero qué demonios estás haciendo, Fina? ¿Te has visto? Pareces una cría esperando su primera cita. Me miré las manos y suspiré, riéndome de mí misma. Pero la ansiedad seguía ahí, instalada en el pecho, negándose a irse.

Volví a acercarme a la puerta, pegando la oreja otra vez. Nada. Ese silencio ya no me tranquilizaba; me desesperaba. Finalmente, me cansé. Si Marta no bajaba, entonces sería yo quien subiría.

Abrí la puerta con todo el sigilo del que fui capaz, asomando la cabeza para asegurarme de que no había nadie merodeando por el pasillo. La casa estaba oscura, en silencio, y todo parecía dormido. Aun así, mis nervios no me dejaban confiarme del todo. "Paso a paso, Fina. Como un maldito ninja", me dije, intentando mentalizarme. Sabía que la habitación de Marta estaba arriba, que era justo la que coincidía con la mía, pero llegar hasta allí sin hacer ruido era una tarea digna de un gato callejero.

Me deslicé por el pasillo, y con cada crujido del suelo resonando en mis oídos como si fuera un estruendo, refunfuñé en mi mente llamándome idiota por hacer lo que estaba haciendo, mientras trataba de mantenerme pegada a las paredes. Las escaleras eran mi mayor desafío. Me detuve al pie de ellas, mirando hacia la cima como si estuviera a punto de escalar una montaña.

"Venga, Fina, un pie delante del otro. No hagas ruido. No seas idiota." Me dije, y cuando estaba a punto de poner un pie en el escalón, me cagué. No, no en el sentido literal de la palabra, claro. Me asusté, muchísimo, porque escuché un susurro pronunciando mi nombre, que hizo que todos los vellos de mi piel se ponían como escarpias.

Era ella. Marta, por supuesto, pero no lo supe hasta que me giré muerta de miedo, y la vi allí, bajo el umbral de la puerta de la cocina, mirándome como si fuera un fantasma en una casa encantada. Estuve a punto de gritar.

—¡Marta! —logré decir en voz baja, todavía tratando de calmar mi respiración acelerada.

Allí estaba, en silencio, con un camisón blanco que, entre la penumbra de la cocina y la tenue luz que entraba por la ventana, la hacía parecer el fantasma de la mansión encantada. Y todavía tuvo el descaro de preguntarme si me había asustado. Como si mi sobresalto no hubiera sido evidente.

"¿Tú qué crees?" pensé, mientras intentaba calmar mi corazón, que seguía desbocado por la sorpresa. Marta no parecía estar ni remotamente afectada por el momento, y me observaba con esa mezcla de diversión y preocupación que, sinceramente, me daba ganas de abrazarla... o de sacudirla.

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