Cap. 3

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Bueno, en teoría, ese era el plan.
No hice nada de ello. Me quede como muerta viva en la cama por tres días, me bañe al cuarto y volvi a la cama.
Llore. Llore. Llore.
No atendí el teléfono.
Mire novelas sufridas que me hicieron antojar helados y mas chocolate.
Desapareci de entre los seres sociales, cual ermitaño en confinamiento.
Ahora, una semana después, parecía que el pulso volvia, pero me negaba a otra sesión con el psicólogo. Siempre me hacia sentir mas desdichada y miserable, recordando que mi ex me dejo, y que ahora, paseaba a una insulsa veinteañera en alguna playa, con la lancha que había comprado para ir de vacaciones juntos este año.

Salir a la calle fue extraño. Fue como para (supongo) Neil Armstrong dar los pasos lentos sobre la superficie lunar.
Incomodo, observado por todo un planeta, con miedo a cometer un error.
Evite el Walmart (razones sobran), y fui al mercado Chino que tenia a una cuadra.
Me gustaba ese lugar, pero no compraba allí, porque Sergio me había metido la idea de que “Todos eran sucios y deshonestos”, pero ahora que lo pensaba mejor, el único sucio y deshonesto, lo tenia durmiendo a mi lado.
Camine por lo pasillos, cuidándome con los precios. Sergio me iba a dar un pequeño dinero, con el cual abastecería mi comida diaria, pero eso no era la gran cosa.
Sabia que debía trabajar, y no sabia donde.
Tome unos panes de viena y un poco de paleta. Sandwiches: fácil, no ensucia y no era tan caro.
Puse mis compras sobre la caja, hipnotizada por la propaganda de cerveza que adoraba Sergio.
Amaba esa marca, y era religioso todos los viernes, cual cura.
El llegaba del trabajo, y yo tenia preparado una picada enorme de aceitunas, queso, paleta, chorizo, chorizo ahumado, pan, salchicha, mani y palitos… todo, acomodado en una bandeja.
Y las latas de su cerveza predilecta.
-¿Señora?-Pregunto el joven, de quizás unos treinta. No lo se, a mis ojos todos se ven mas jóvenes y apuestos de lo que yo merecía, incluso un chino. (sin menospreciar, pero no era mi tipo de hombre)
A mi me gustaban los fornidos, de mandíbulas cuadradas, de aspecto de hombre leñador.
Este jovencito, era suave, inocente. De cuerpo pequeño y marcado, con ojos rasgados y demasiado expresivos.
-¿Si?
-Seria treinta y cinco.-Señalo-Pan y paleta.
ABri mi monedero y saque el billete de veinte y otro de diez. Ni un rastro de cinco.
Habia olvidado como hacer compras. Era el colmo. Quise pegarme la cabeza con la mano.
No había revisado cuanto dinero traia antes de llevar todo a la caja.
El joven miro que no tenia nada, mientras yo comenzaba a  volverme sobre mis pasos, para devolver el pan a su sitio.
-No importa.-Dijo sonriéndome.-Treinta esta bien
Me dio una mirada dulce mientras ponía las cosas en la bolsa.
Genial, ahora el chino este me tenia lastima.
-No, no… puedo ir hasta casa y traerle lo que falta… espere un segundo.-Iba a salir e ir en búsqueda del billete de cinco que destrozaba mi orgullo.
-Insisto.-Me tomo la mano y puso la bolsa, extendiendo una tierna sonrisa que me parecía angelical.
-P-pero…
-Ya me tocara a mi un mal dia.-Y asi como asi, se retiro de la caja hacia los depósitos.

Muy VIEJA para tanto DRAMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora