Estrellas juntas

¿Cómo empezó?

En lo más profundo de un bosque, en el corazón de tal lugar lleno de vida, aparecieron, sin explicación alguna, doce niños que, a ojos de cualquiera, lucían de unos seis años de edad. Yacían inconscientes sobre la hierba suave y fresca que crecía a sus anchas. Poco a poco, cada uno fue despertando. Estaban confundidos, algunos estaban curiosos y otros solo tenían angustia de lo que estaba ocurriendo. No sabían nada, exceptuando sus nombres.

Se preguntaban en qué lugar estaban, porqué estaban ahí y quién o qué los había mandado a ese sitio. Algunos se quedaron un segundo sentados en sus lugares, mirando el alrededor desde lejos, mientras otros se levantaban e inspeccionaban un poco. Debía haber una explicación.

Una luz cegadora de blanco marfil apareció. En cuanto ésta se esfumó los menores miraron interrogantes a la mujer que les miraba desde el lugar en donde aquella luz había aparecido. La mujer era bellísima; su cabello era largo y parecía estar hecho por hilos de algodón, sus ojos eran de un gris suave y parecían amables, sus facciones eran finas y un tanto angulares, de una piel que lucía tersa y nívea. Flotaba sobre la tierra como si la gravedad no le afectase a ella.

Sonrió hacia los chicos; algunos le miraban fascinados, otros dudosos y algunos no sabían ni cómo reaccionar a todo.

— ¿Quién eres?— comenzó a soltar preguntas un pequeño de cabello azabache—. ¿Qué es este lugar? ¿Por qué estamos aquí?

—Mi nombre no importa— su voz era suave y gentil —. Los Dioses del Olimpo me han pedido que les guíe por estos momentos. Ustedes fueron creados para demostrar que los Dioses no están tan desconectados de los humanos, pues ustedes serán parte de la sociedad.

— ¿Eso tiene sentido?—murmuró un pelirrojo y un chico de cabello rubio se encogió de hombros restándole importancia.

—Pero aquí no parece haber alguien — refutó un castaño.

—Decidieron que lo mejor sería primero comenzar a criarlos lejos de los humanos, por lo menos hasta que alcancen una edad adecuada para integrarse con ellos —explicó la mujer extendiendo sus brazos ante ella, donde aparecieron cuatro luces de diversos colores—. Para su educación, les han asignado un tutor. Este tutor, será para tres chicos que compartan el mismo elemento; agua, fuego, tierra y aire.

Lentamente, las luces comenzaron a materializarse con una forma humana mientras los chiquillos solo miraban expectantes. De la luz que poseía un tono rojizo apareció un hombre alto, pero de figura delgada; su cabello era rojo como el fuego, de un largo que le llegaba a la espalda baja, sujeto en una media cola; sus ojos eran amarillos brillantes y su piel ligeramente bronceada. Lucía joven, quizás un poco difícil de lidiar y hasta algunos pensaron que se veía amenazante.

De la luz amarilla, que residía junto a él, se formó una mujer. Su cabello era rubio casi blanco, de unos ojos grandes y elegantes que poseían el color del cielo; su piel era nívea y era mucho más baja que el primer hombre. Parecía una persona divertida y extrovertida a primera vista. Les sonrió a los niños y meneó su mano en forma de saludo; algunos respondieron, otros se limitaron a inspeccionarla.

Al mismo tiempo, apareció otro hombre. Éste era más bajo que el primero, pero también era más corpulento, musculoso. Sus ojos eran como dos zafiros, brillantes y profundos, parecía que eran dos mares diminutos. Su cabello era negro azabache, pero poseía unos rayos y luces de color coral. Si bien era grande, no lucia como una persona mala, al contrario, tenía una mirada dulce.

Por último, ahí plantada junto a los otros tres, se encontraba una mujer de piel morena, cabello como la tierra, largo y rebelde, aunque tenía muchos mechones de todos los colores posibles; sus ojos eran de un verde que parecía casi irreal, era apenas de mayor altura que la primer mujer y era aún más delgada que ésta. No hizo gesto alguno, pero su mirada les demostraba que era una persona abierta y gentil.