El Aire aviva las brasas del Fuego

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Entra silenciosamente al cuarto del menor de la casa fuego el cual no posee más que una cama, un armario y una pequeña mesa de noche. Esto es gracias a que el azabache casi nunca se encuentra en casa y las pertenencias materiales no las ve necesarias para poder existir en paz. Ubica al chico durmiendo tranquilamente sobre la cama, cubierto por mantas ligeras. Se acerca y, sin más, comienza a hacerle cosquillas en el abdomen. Inmediatamente, risas escapan de los labios del menor, retorciéndose en la cama para liberarse de su atacante y creando un torbellino de mantas. El pelinegro rueda sobre el colchón, cayendo sobre el suelo de costado y soltando un quejido entre dientes acompañado de risillas tontas.

Las mantas beige están enredadas en sus piernas y se extienden sobre la cama hecha un desastre. El menor se acomoda sobre su espalda, tratando de contener las risas que comienzan a apagarse por el enojo y confusión que siente. Se pasa una mano por la cara, apartando su cabello tan negro como el hollín de sus ojos purpuras los cuales se clavan en los azules de su amigo.

— ¿Qué mierdas te pasa?—indaga el chico sobre el piso y, aunque ríe, no está muy contento que digamos.

—Es que me debes dinero—dice el rubio, sonriendo con inocencia y acuclillándose junto a su amigo, a una distancia prudente para evitar que éste lo mate.

— ¡Géminis!

— ¡Llevas tres meses sin pagarme!

—Fueron diez monedas por un puto dulce.

—Pues necesito esas diez monedas de vuelta.

El signo de fuego se levanta irritado; con lo difícil que le es volver a dormir. Camina por la habitación hasta llegar donde ha dejado su enorme mochila de viajes ya desgastada, de un color gris opaco con adornos bronces. Busca entre los bolsillo, los múltiples bolsillos, y poco después, encuentra algunas monedas sueltas danzando en el interior sin compañía alguna. Deja caer la mochila donde antes, causando un sonido sordo, para así poder contar las monedas plateadas y doradas en sus manos.

—Ten —dice el menor, y al mayor le brillan los ojos de satisfacción, viendo que el primero le tiende la manos con las moneditas—. En todo caso. ¿Por qué tanto escándalo por diez monedas?

—He estado ahorrando para comprar pinturas, porque ya no tengo y solo me faltaban estas diez monedas—explica el signo de aire, contando el cambio y luego meneandolo en la palma de su mano.

Los ojos purpuras del sagitariano adquieren un brillo de emoción, mirando a uno de sus mejores amigos.

— ¿Vas a ir a ese lugar?

— ¡¿Quieres ir?!

— ¡Claro que sí!

Y con una velocidad increíble, Sagitario se pone ropa encima, pues al chico, estando en casa, le gusta dormir en ropa interior. Se pone unos zapatos, se asea un poco y finalmente regresa donde Géminis. Una vez ambos listos se retiran de la casa, bajando las escaleras con rapidez y saliendo por la puerta principal como almas que lleva el diablo, o como niños pequeños en un festejo.

—Ojalá no vayan a emborracharse —dice Leo al salir de la cocina y ver a su hermano y al rubio marcharse de la casa.

—Es la una de la tarde—habla Cáncer y, ante esto, el león le dedica una mirada de burla y obviedad—. Tienes razón. Olvídalo.

***

Se mecen con el movimiento del autobús mientras Sagitario mueve frenéticamente los dedos alrededor del tubo metálico que se encuentra sobre las cabezas de los pasajeros, evitando así caer por el viaje. Géminis se limita a sujetarse de los asientos. Una vez el camión se detiene en la parada deseada para ambos bajan con rapidez, golpeándose con las puertas al mecerse por inercia contra éstas. A penas colocan los pies sobre el suelo el transporte público se marcha con velocidad.

Estrellas juntasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora