Magnificar

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Aun le cuesta acostumbrarse a la escuela con su incapacidad. Anteriormente ha pensado que conocía muy bien el recinto, desde los pasillos hasta los salones, pero la verdad es que no. Ni siquiera se sabe de memoria el acomodo de su casa, o el lugar donde se encuentran los muebles y, lo peor es que hay cosas que siempre cambian de sitio, ahora en la escuela es un problema peor.

Lo rescatable es que maestras, maestros y algunos trabajadores le han brindado su ayuda sin dudar, sintiendo compasión por ella. ¿Cómo a una chica tan dulce y pequeña le ha podido pasar algo así? ¿Acaso se lo merecía? Por supuesto, Piscis no piensa esas cosas de sí misma, porque esto no es cuestión de merecer o no, o de si es un castigo divino. Ella lo considera la naturaleza y la vida siendo imprevista como siempre, aunque eso no significa que le guste su situación.

La apoyan para desplazarse de un lugar a otro, para dar con archivos, leer documentos o firmar cosas, pero los demás tienen sus propias labores y no pueden estar todo el tiempo con ella, así que a veces debe encargarse de las cosas sola.

Así que camina por el pasillo con la mano deslizándose en la pared para guiarse hacia la puerta de su oficina. Tantea torpemente, manoteando un poco hasta dar con la manija que gira y produce un "clac" que le hace entender que puede abrir la puerta sin problema alguno. Entra con algo de duda, pasando las manos por el borde de la madera hasta cerrarla detrás suyo. Mueve un poco las manos frente suyo sin dar con algún mueble, por lo que opta por avanzar, cuidadosamente, hacia su escritorio donde se encontraba su bolso, guardado en uno de los cajones bajo llave, sin embargo, escucha la puerta abrirse nuevamente a sus espaldas y el ruido imprevisto de esto le hace dar un brinco en su sitio debido al susto.

—Oh, Emma, lo siento— escucha la voz masculina que se trata de uno de los profesores—. No quería espantarte.

—Está bien, no pasa nada—dice ella, con la mano sobre el pecho como si fuera suficiente para calmarse y girándose levemente en dirección hacia el otro.

—¿Necesitas ayuda con algo? Estoy libre ya.

—No, no. Gracias, Anker— obsequia una sonrisa antes de retomar la lenta y meticulosa marcha hacia el mueble largo de madera caoba frente a un par de sillones color azul índigo—. Ya he terminado por hoy, solo arreglaré mis cosas para poder irme.

El muchacho, de cabello espeso color rubio cenizo, ronda los 29 años, por lo que es uno de los maestros más jóvenes en la preparatoria junto con una maestra de artes que solo le lleva un año de diferencia. Para Piscis no es muy complicado familiarizarse con el resto y hacer amigos, pero es verdad que es más fácil conectar con gente que se aproxima a su edad y no que se la dobla, claro, al menos a su supuesta edad.

La ve andar como si el cuarto estuviera completamente a oscuras; llega a uno de los sillones, rodeándolo y golpeándose un poco el pie al dar un paso equivocado, a lo que Anker, más alto que ella fácilmente por una veintena de centímetros, se le acerca para verificar que está bien.

—Sí, sí. No pasa nada— responde ella, restándole importancia mientras se pasa al borde del escritorio.

—Emma, deja que te ayude.

La menor aprieta los labios, dubitativa e inconforme, pero acepta luego de unos instantes. Siente una mano posarse en su hombro derecho, rodeándole, mientras que otra la sujeta de la zurda que es alzada a la altura de su codo, alejándola del mueble para, posteriormente, ser guiada lentamente por el recinto.

Tras unos pasos, se detienen por completo y las manos de su amigo la pasan a soltar un instante, oyendo las ruedas de su silla rodando por el suelo.

—Te voy a sentar— dice el rubio, recibiendo un ruidito de parte de ella en afirmación—. La silla está justo detrás de ti, ¿bien? No te vas a caer.

Estrellas juntasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora