Sentimientos confusos y contundentes

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Cáncer peina el cabello largo y oscuro de Piscis que permanece quieta, sentada sobre el borde de la cama mientras juguetea distraídamente con sus pequeños dedos. El móvil de la mayor, que descansa sobre el colchón, vibra y la pantalla se enciende, mostrando un recordatorio que los ojos grises logran leer velozmente.

—Mañana tienes cita con el médico— dice la cangreja, deslizando el peine por las hebras indigo—. ¿Ya le has dicho a Escorpio?

Piscis resuella, llevándose una mano a la boca con sorpresa.

—No. Lo he olvidado.

—Está bien— la mayor ríe suavemente—. En cuanto termine iremos a avisarle. ¿De acuerdo? Oh, Capricornio tampoco lo ha de saber, ¿no?

—Tampoco le he dicho. Últimamente parece ocupado. ¿Debería?

—Estoy segura de que él quiere saber sobre esto, Piscis. Se preocupa por ti.

La menor profiere un ruido de afirmación, pero no agrega nada más al tema. ¿De verdad Capricornio se preocupa por ella? Desde que todo ese caos ha comenzado, es decir, desde que ha perdido la vista debido al glaucoma, Piscis siente que el signo tierra está distante. Quisiera pensar que son imaginaciones suyas, sin embargo, no está segura. Quizás piensa que es una molestia. ¿Cómo no lo haría?

Cáncer parte los largos cabellos de la contraria en dos, por la mitad de la cabeza, para poder atar cada porción con dos ligas, consiguiendo así dos coletas de caballo que emergían desde la zona cercana a la nuca y que caían como cascada sobre sus hombros.

—Venga— le dice ella, tomando a Piscis de la mano para ponerla en pie.

La menor entrelaza su brazo con el de su hermana, aferrándose a éste como si fuera de vital importancia, y puede percibir como se ponen en marcha. Caminan fuera del cuarto; la menor escucha la puerta abrirse y cerrarse, al igual que sus pasos y los de Cáncer que avanzan por el pasillo hasta que se detienen. La de ojos plateados golpea lo que Piscis supone que es una puerta, porque se escucha como madera chocando con algo más, y, tras unos instantes, ésta se abre.

—¿Qué? — pregunta Escorpio.

Su voz suena ligeramente impaciente y la menor puede casi asegurar que hay un deje de angustia. La verdad sea dicha, Escorpio ha estado ligeramente paranoico desde que han obtenido el diagnóstico de la menor de su casa, por lo que siempre se pone alerta si ella o Cáncer se aproximan para hablar de algo con respecto a esto.

—Mañana debo ir al médico— Piscis avisa, jugando distraídamente con la manga de la cangreja.

—¿A qué hora?

Abre la boca, en amago de contestar, pero cae en cuenta de que no sabe la respuesta.

—A las cinco— es Cáncer quien habla, pero no se gira hacia él, al contrario, evita siquiera mirarle.

—Bien— el único varón cruza sus brazos, pensativo por un instante e, igualmente, no mira a la más grande de ellos, fijándose únicamente en la peliazul de menor estatura—. Yo te llevo.

—Gracias— Piscis le obsequia una sonrisa—. ¿Entrarán conmigo?

—Seguro, pero tú hablarás.

—Mh. Está bien.

—Si estás siguiendo las indicaciones, ¿verdad?

—Sí, sí. Puse un recordatorio en el celular para no olvidar los medicamentos ni nada.

En parte, la alarma es útil, pues el sonido resonante del celular le indica que debe hacer algo, sin embargo, a veces olvida qué es lo que debe hacer y apagar la alarma resulta difícil sin mucha práctica, por lo que se queda un buen rato presionando todo en la pantalla.

Estrellas juntasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora