Inseguridades

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Había estado caminando con su madre por la ciudad pues requerían comprar múltiples cosas para el hogar. El sitio se encontraba lleno de gente, pero no al punto en el que eran incapaz de moverse con facilidad. Podía ver todo tipo de personas, hombres, mujeres, niños, ancianos, familias, parejas, etc. Sin embargo, se fijó sin remedio en una joven que era bellísima. Debía tener unos 16 o 17 años, Libra no estaba muy segura. Su cabello era largo y del color de las castañas, sumamente cuidado y brillante bajo los rayos del Sol. Desde donde estaba podía ver que sus ojos brillantes de color verdes como dos piedras preciosas estaban enmarcados por espesas pestañas, largas y curveadas. Sus mejillas lucían un adorable color rosado al igual que sus labios que tenían una bonita forma de corazón.

podía ver a la gente observándola con inmenso interés y más de un hombre, ya fuese de su edad o no, se le acercaba para hablar con ella, de manera coqueta.

¿Qué se sentiría ser así de guapa?

Luego, cuando llegaron a casa, se miró en el espejo de su habitación, observando sus facciones aun infantiles pues en edad humana apenas estaba entrando a la pubertad. Pensó que se veía como una bebé aun, porque la única curva que su cuerpo tenía era la barriguita de niña pequeña que permanecía. Ella quería el cuerpo de aquella chica que había observado en la ciudad, deseaba su cara atractiva y su aire accesible. Pero, ¿cómo lo iba a lograr una niña horrible como ella?

Su reflejo muestra una mueca de decepción y tristeza conforme pasa su mano por el abdomen plano. Un suspiro escapa pesadamente de sus labios a la par que pellizca el "exceso" de piel y grasa que tiene en el torso, junto al ombligo, en los costados y cerca del borde del pantalón de mezclilla azul oscuro. Se baja la blusa blanca de olanes en las mangas y se dirige al baño de su cuarto, subiéndose descalza en la báscula ya de varios años que descansa junto al cesto de ropa sucia. Espera impaciente que el display del aparato muestre su peso y, cuando lo hace, se lleva las manos a la cara, tallándose con frustración la frente y los parpados. Hace lo mismo un par de veces, obteniendo el mismo resultado una y otra vez.

A continuación, Libra regresa a su habitación y abre uno de los cajones de un mueble para extraer del interior de éste, quitando los calcetines que le ocultan, un pequeño cuaderno de pasta rosada y hojas punteadas. Con una pluma roja que ha estado descansando sobre el mismo mueble, anota su nuevo peso y lo compara con el de hace unas semanas, notando que indudablemente ha subido un poco.

Para cualquier otra persona aquello sería algo de menor importancia, pero para Libra es casi una cuestión de vida o muerte.

Desanimada y molesta consigo misma, la rubia deja todo donde antes y se dirige al pasillo de la casa, avanzando por éste hasta bajar por las escaleras y llegar, posteriormente, al cuarto de Aries que ni siquiera alza sus ojos de su celular cuando la escucha entrar.

—¿Qué sucede? — pregunta él, con las cejas fruncidas.

—¿Podemos salir a caminar?

Al escuchar la respuesta de ella, el pelirrojo detiene lo que ha estado haciendo y sus ojos oscuros se clavan irremediablemente en su persona, bajando las manos hasta su estómago.

—¿Es otro día de esos?

—He subido— Libra parece triste y apenada, ocasionando que el mayor suspire con fuerza a la par que lanza el móvil hacia una de sus almohadas.

—¿Cuánto has podido subir? — se jacta él, bajándose de la cama para calzarse los zapatos—. ¿Dos kilos? Joder, mierda, de verdad que no lo entiendo. Llama a Tauro en lo que me alisto.

—Uhm...

—Ah, entiendo— le ve ajustarse las agujetas con movimientos bruscos—. Está bien. No le diré a nadie por el momento.

Estrellas juntasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora