Beth y el espantapájaros caminaban por el paseo mientras las olas acariciaban el muro del puerto que tenían a su izquierda. En lo alto del cielo de la noche brillaba una luna de color azul, rodeada por unos oscuros nubarrones de lluvia que daban la impresión de estar deseosos de reventar, pero que, respetuosos, se mantenían alejados de la luna, como si no quisieran ocultarla a la vista de los paseantes.
En toda su vida, Beth no se había sentido nunca tan viva, tan emocionada. Su madrastra había conseguido ahuyentar a todos los chicos que alguna vez se le habían acercado, de modo que jamás había podido tener siquiera una conversación como es debido con un joven. Después de haber recibido las clases a domicilio desde su temprana infancia, había adquirido una educación decente, pero prácticamente no había tenido ninguna experiencia de la vida hasta hacía poco, cuando comenzó a acudir al instituto. Y ahora, por primera vez en su vida, tenía un chico que le rodeaba los hombros con el brazo y que paseaba con ella junto al mar. Si los cielos tuvieran números escritos, se puede decir que ella se dirigía hacia el séptimo. Charlar con el espantapájaros no había resultado, ni con mucho, tan difícil ni tan estresante como ella había temido. Todavía le retumbaba el corazón en el pecho, a duras penas capaz de controlarse a sí mismo por culpa del poderoso torrente de adrenalina que lo inundaba. Era una sensación cálida y confusa que parecía que no iba a disiparse nunca, y desde luego ella esperaba que así fuera.
—Entonces, a ver, señor Espantapájaros, ¿vas a decirme cómo te llamas o qué? — preguntó al tiempo que le apretaba la cintura con gesto juguetón.
—¿Pero es que no sabes cómo me llamo? —respondió él, sorprendido.
—No. Lo único que sé es que eres el que me ayudó a levantarme del suelo una vez que me pusieron la zancadilla.
—Vaya. ¿Sabes?, desde el mismo día en que llegaste al instituto me propuse averiguar cómo te llamabas tú. Y resulta que llevas aquí... ¿cuánto? ¿Dos meses? ¿Y sigues sin saber cómo me llamo?
—Sí. Pero no te lo tomes a mal. No sé cómo se llama casi nadie. Nadie habla conmigo.
—¿Nadie? —volvió a decir en tono de sorpresa.
—Sí. Todas las otras chicas me ignoran, por culpa de esa Ulrika Price. Me tiene manía desde el primer día, así que nadie más me dirige la palabra.
El espantapájaros dejó de andar y retiró el brazo de los hombros de Beth. A continuación se plantó delante de ella para impedirle que siguiera avanzando y entonces, cuando los dos estuvieron tan cerca el uno del otro que casi se tocaban y Beth notaba el aliento de él en la cara, le pasó la mano izquierda por la larga melena castaña.
—JD—dijo. Beth alzó una ceja.
—¿Perdona?
—JD. Así es como me llaman mis amigos.
—Ah, vale. ¿Y qué significa?
—Eso tendrás que adivinarlo.
—De acuerdo —contestó Beth sonriendo. Levantó la vista hacia la luna y procuró pensar en un nombre interesante que correspondiera a las iniciales J y D.
—¿Ya lo tienes? —le preguntó él.
—¿Jack el Destripador?
JD dejó de acariciarle el pelo y le dio un empujón de broma. —¡Por eso nadie quiere hablar contigo!
Beth le sonrió a su vez. La verdad era que charlar con JD resultaba divertido y sorprendentemente fácil. Por lo visto, dijera ella lo que dijese, sabía que él lo iba a pillar. A lo mejor los chicos no eran tan complicados, después de todo. Por lo menos, éste parecía encontrarse exactamente en la misma onda que ella. Jamás había conectado así con nadie, y mucho menos con un chico. JD daba la impresión de que la entendía, y por primera vez en su vida no tenía ningún miedo de decir alguna idiotez. De hecho, estaba empezando a experimentar una sensación de seguridad en sí misma. Aquello era nuevo.
—Voy a decirte una cosa, Beth —dijo JD retrocediendo unos cuantos pasos—. Si descubres qué significa JD, te llevo a salir por ahí.
Beth ladeó la cabeza.
—¿Y qué te hace pensar que yo quiero salir contigo? —replicó encogiéndose de hombros.
JD movió la lengua por el interior de la boca durante unos momentos, pensando cómo contestar. No tardó mucho en decidirlo.
—Que tú quieres salir conmigo —dijo guiñando un ojo. Beth echó a andar de nuevo y le rozó con el hombro al pasar por su lado.
—Puede —respondió.
JD contempló cómo se alejaba por el paseo en dirección al embarcadero abandonado que había un centenar de metros más adelante. Cuando la tuvo a unos diez metros empezó a andar tras ella, muy despacio, admirando el suave contoneo de sus caderas. Beth, por su parte, sabía que JD la estaba mirando fijamente y exageró el movimiento de caderas un poquito más para cerciorarse de que él no apartara la vista de su trasero.
—¿Vas a quedarte ahí toda la noche? —dijo al final.
—¡Mierda! —oyó exclamar a JD. Dejó de andar y se volvió. El tono de voz del otro denotaba auténtico fastidio.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—¡Son casi las doce! —JD parecía presa del pánico y miraba alrededor.
—¿Y por qué es tan grave? ¿Tienes que irte a casa?
—No, no, no es nada de eso. Oye, tengo que irme pitando. Tengo que recoger a mi hermano pequeño en la iglesia. Si me retraso se asustará y se pondrá hecho una furia.
Beth dio un paso hacia él.
—Si quieres te acompaño.
—No. Gracias por ofrecerte, pero como te vea mi hermano se pondrá como loco y no habrá manera de llevarlo a casa. Y si llega tarde, mi madre se cabrea que no veas.
—Bueno, puedo esperarte aquí, si es que puedes volver. —Beth no pudo disimular que no deseaba que terminara la noche, y desde luego en aquel momento no le apetecía nada volver a casa con su madrastra.
—¿Estás segura? —le preguntó JD.
—Segura del todo. Y voy a decirte una cosa. Si consigues volver aquí antes de la una, cuando acaba la hora de las brujas, aceptaré salir contigo.
JD le sonrió de oreja a oreja.
—Pues hasta la una. Espérame en el embarcadero. Pero ten cuidado, esta noche hay mucho loco suelto por ahí. —Y con esta observación todavía flotando en el aire, JD dio media vuelta y echó a correr en dirección al pueblo.
El paseo continuaba desierto y las olas rompían suavemente contra el muro del puerto, situado a escasos metros de donde se encontraba Beth. El aire del mar le llenaba de frescor los pulmones y aprovechó para aspirar varias bocanadas. Por fin estaba descubriendo lo que era ser verdaderamente feliz.
Al cabo de menos de un minuto llegó al embarcadero y subió a los poco sólidos tablones de madera que se extendían por encima del agua. El embarcadero no tenía más de cincuenta metros de largo y estaba un tanto destartalado, pero el alcalde aún no lo había declarado inseguro. Beth paseó por él hasta llegar al final, donde permaneció unos momentos apoyada en la barandilla y contemplando el océano.
La luna seguía brillando con intensidad, y Beth se dejó embriagar por ella, observando cómo se reflejaba en las olas, sonriendo tanto por dentro como por fuera. Las suaves gotas de lluvia que le habían salpicado en la cara de forma intermitente en los últimos minutos comenzaron a caer con más intensidad. Pero no le importó. Y tampoco le importó que hubiera prometido a su madrastra que estaría en casa antes de las doce de la noche.
Por desgracia, en Santa Mondega hay numerosas reglas no escritas, y una de ellas estipula con claridad que nadie tiene permiso para ser feliz durante mucho tiempo. Siempre hay algo malo en el horizonte. Y en el caso de Beth, lo malo estaba mucho más cerca que el horizonte que ahora contemplaba.
A pocos metros de ella se encontraba uno de los habitantes más desagradables del mundo de los no muertos. Si hubiera mirado hacia abajo, habría visto las puntas de los dedos de dos manos huesudas aferradas al final de la pasarela. Aquellas manos pertenecían a un vampiro. Las garras de sus pies colgaban en el agua. Las olas le acariciaban los tobillos porque la marea había subido de forma significativa mientras aguardaba pacientemente a que llegara alguien crédulo e inocente y se pusiera a contemplar el mar. Beth era ese alguien crédulo e inocente.
Hora de comer.

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El Ojo de la Luna
Mystery / ThrillerQuiero compartir este maravilloso libro, que es la secuela de "El libro sin nombre". Después de este libro, le siguen "El Cementerio del Diablo" y "El libro de la Muerte". Ya los he leído todos y quiero compartirles este, ya que nadie más lo ha pub...