—Te juro que vas a lamentar haberme hecho venir hasta aquí a buscarte —rugió Olivia Jane a Beth al tiempo que la arrastraba de la melena castaña por el tortuoso sendero que llevaba a lo alto de la colina, donde se encontraba su casa. Beth se fijó en que su madrastra estaba hecha un desastre, cosa que resultaba sumamente contraria a lo normal, por no decir otra cosa. Lo achacó al viento y a la lluvia, y sin duda al hecho de que estaba tremendamente agitada.
—Pero, madre, he conocido a un chico —suplicó—. Le he prometido que me encontraría con él en el embarcadero, a la una. ¿Por qué no me dejas volver y quedarme hasta esa hora, y luego me vengo directa a casa?
—No te atrevas a contestarme, señorita. Tú te vienes a casa conmigo y no hay más que hablar. No me he pasado quince años criándote para que ahora, en el último momento, te largues y me eches a perder el plan.
La tormenta se encargó de que ambas mujeres estuvieran ya empapadas y exhaustas para cuando llegaron a la puerta de la casa. Beth llevaba el vestido blanco y azul pegado al cuerpo. Se alegró de que no hubiera nadie por allí, porque la ropa se le había vuelto casi transparente y dejaba poco a la imaginación. Su madrastra llevaba una túnica larga de color rojo que ella no le había visto nunca. Y también la tenía pegada al cuerpo como una segunda piel.
Cuando alcanzaron la puerta principal de la enorme casa, Olivia Jane extrajo una llave de gran tamaño que guardaba en el bolsillo de la túnica y la introdujo en la cerradura. Acto seguido empujó la puerta, tiró de su desesperada hijastra obligándola a entrar a trompicones y la arrojó con violencia al suelo. Beth aterrizó de bruces sobre la moqueta roja y sintió un rasponazo en la piel de la barbilla y de la nariz.
Rodó de costado y se alarmó al descubrir que tenían visita. Por la puerta que se abría a su izquierda y que daba al salón, vio un grupo de hombres y mujeres enmascarados y ataviados con túnicas largas, blancas en el caso de los hombres, rojas en el de las mujeres. Uno de los hombres, que llevaba una complicada máscara en forma de cabeza de carnero, cruzó el umbral y salió al recibidor para dirigirse a Olivia Jane.
—¿Así que ésta es la virgen destinada al sacrificio? —tronó una voz profunda desde el otro lado de la máscara—. ¡Es muy guapa!
—No tardará en dejar de serlo.
Beth vio que se movían los labios de su madrastra y oyó su voz, pero le costó trabajo creer lo que estaba diciendo. Observó que el hombre enmascarado entregaba a Olivia Jane una pequeña daga de oro. Esta la aceptó gustosamente y miró a su aterrada hijastra con una expresión de maldad pura.
—Durante quince años he soportado tus quejas —rugió—. Durante quince años te he dado de comer, te he vestido, te he educado, he escuchado tus tonterías. Ahora ha llegado el momento de que me compenses de todo ello, de que demuestres lo que vales... y de que yo ocupe el puesto que me corresponde de Suma Sacerdotisa.
Miró al hombre enmascarado, de pie junto a ella, y se permitió esbozar una sonrisa. Él, a modo de respuesta, le dio un pellizco juguetón en el muslo.
—Adelante. Hazlo —la instó—. La hora de las brujas está a punto de finalizar.
Y como confirmación de lo que acababa de decir, comenzaron a oírse las campanadas del reloj de una iglesia lejana. Beth, tirada en el suelo, vio que en el rostro de su madrastra desaparecía la sonrisa y regresaba la expresión de maldad. Entonces habló de nuevo el hombre de la máscara:
—Rápido, Olivia Jane. Hay que sacrificarla antes de que dejen de doblar las campanas.
Beth contempló horrorizada a la mujer desaliñada, casi irreconocible, que se abalanzaba sobre ella blandiendo la afilada daga de oro, dispuesta a acabar con la vida de su hijastra.
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El Ojo de la Luna
Mystery / ThrillerQuiero compartir este maravilloso libro, que es la secuela de "El libro sin nombre". Después de este libro, le siguen "El Cementerio del Diablo" y "El libro de la Muerte". Ya los he leído todos y quiero compartirles este, ya que nadie más lo ha pub...