Veintinueve

125 3 0
                                    


Kacy no era capaz de meter nada en el estómago. Estaba poniéndose mala de preocupación pensando en lo que pudiera estar metido Dante. Robert Swann había sido un cielo al convencer a su colega, la agente Valdez, de que estaría bien permitir que Kacy cenase con él en el restaurante del hotel. Así que mientras Dante andaba por ahí bebiendo en compañía de una horda de muertos vivientes con la esperanza de no ser descubierto, ella estaba tomándose una comida de tres platos con Swann.
El restaurante del hotel era gigantesco, un salón imponente que con frecuencia se utilizaba para bodas de lo más exclusivo y para otros eventos sociales que tenían lugar en Santa Mondega. Había por lo menos cincuenta mesas de diferentes tamaños, y como mínimo se hallaban ocupadas la mitad mientras Kacy y Swann compartían una cena para dos. Cada mesa tenía un mantel blanco inmaculado, y todas las que tenían gente sentada estaban iluminadas por velitas de color rosa colocadas en candelabros de dos brazos. Se oía una suave música clásica que salía discretamente de unos altavoces ocultos, y siempre había un miembro del servicio a mano para satisfacer las necesidades de los clientes, como añadir más hielo al cubo en el que reposaba el vino que estaban compartiendo Kacy y Swann. En Santa Mondega, si un caballero deseaba impresionar a una dama, aquél era el lugar indicado al que llevarla.
También la comida era exquisita, pero Kacy estaba haciendo un esfuerzo para tragarla. Debajo del elegante, si bien un tanto abreviado, vestido negro que llevaba puesto, tenía el estómago hecho un nudo, de tal modo que intentar deglutir algo demasiado seco, como el pan que les habían puesto en la mesa nada más sentarse, resultaba punto menos que imposible. Se había obligado a tragar un par de gambas de la ensalada de marisco, pero vio que su paladar rechazaba todo lo que supiera a pescado. Lo único que por lo visto podía pasar con facilidad era el vino, y Swann, como si percibiera lo tensa que estaba, le iba rellenando la copa de tanto en tanto. Y no sólo estaba actuando como un caballero; además lo parecía físicamente. El director del hotel le había proporcionado un traje gris y una corbata roja por muy poco dinero. El efecto que tuvo fue que aquel violador en serie y saco de escoria de los pies a la cabeza consiguió hacerse pasar por un hombre de buen gusto y exquisitos modales. Hasta se había peinado el pelo hacia atrás con una especie de gel que le había prestado Valdez.

Cuando llegó el plato principal, a base de pollo y pasta, lo cierto era que Kacy se sentía mejor que en mucho tiempo desde que Dante y ella regresaron a Santa Mondega.
—No hay nada como unas cuantas copas para calmar los nervios y poner las cosas en perspectiva, ¿a que sí? —sonrió Swann al tiempo que sacaba la segunda botella de chardonnay del cubo de hielo.
—Yo normalmente no suelo beber mucho —repuso Kacy con una sonrisa forzada —. Pero la verdad es que este vino entra muy bien. Gracias por conseguir que su colega nos haya permitido cenar aquí. Esa habitación estaba empezando a volverme loca. Por lo general soy una persona acostumbrada a estar activa, así que quedarme sentada sin hacer nada más que ver películas de mierda estaba empezando a darme dolor de cabeza...
Swann le sonrió.
—Era lo menos que podía hacer. Tienes muchas cosas que te preocupan. Es justo que tengas una oportunidad para relajarte y dejar de dar vueltas a lo que pueda estar haciendo tu novio Danny.
—Es Dante.
—Como sea. Procura olvidarte de él durante unas horas. No le va a ocurrir nada, es un tipo duro. No le gustaría que tú estuvieras sentada todo el tiempo sin moverte, angustiada por él, ¿no crees? Además, lo más probable es que esté otra vez más borracho que una cuba, de modo que no haces nada malo con tomarte unas copas tú también. ¿Por qué va a acaparar él toda la diversión?
Kacy contempló cómo Swann le rellenaba de nuevo la copa, y aunque sabía que estaba poniéndose un tanto achispada —ya notaba que se trababa un poco al hablar —, lo cierto era que el alcohol la estaba ayudando a disipar la preocupación que sentía por Dante. Claro que, por supuesto, Swann estaba resultando ser un tipo bastante agradable. Por lo menos le estaba prestando un poco de atención, cosa que Dante no había podido hacer durante los últimos días.
—Tiene razón —dijo a la vez que cogía su copa de vino y la chocaba con la que sostenía en alto Swann—. Pienso que yo también puedo emborracharme. Así, esta noche, cuando vuelva Dante, los dos estaremos en la misma onda por primera vez en muchísimo tiempo.
—Vaya por Dios —dijo Swann solícito, depositando su copa en la mesa—, últimamente no van muy bien las cosas entre vosotros, ¿verdad?
Kacy bebió un buen trago de vino y reflexionó durante unos segundos. Qué diablos, no tenía a nadie más con quien hablar. La otra agente, Valdez, por lo visto sentía un interés malsano por Dante, de modo que en aquel momento Swann era lo que más se acercaba a un amigo de confianza. Así que pasó el resto de la cena bebiendo cada vez más y contándole a su compañero de mesa sus miedos respecto de Dante y los detalles de la misión que tenía entre manos, y lo mucho que la irritaba él con su temeridad y con aquellos envalentonamientos que de forma invariable terminaban causándole problemas. Sí, amaba a Dante más de lo que creyó poder amar a nadie, pero aun así el joven tenía unas irritantes costumbres que ella se veía obligada a limar para impedir que acabase muerto. Eran aquellas leves imperfecciones las que lo convertían en un problema y al mismo tiempo en una persona divertida. Y por una vez, esta noche, tenía la oportunidad de confesar sus miedos respecto de todo aquello al agente especial Swann mientras cenaba y disfrutaba de un buen vino.
Swann, por su parte, fingía interés y continuaba sirviéndole vino generosamente, como si éste saliera del grifo. Mientras hacía eso, a medida que iba estando cada vez más borracho, escuchaba menos lo que decía Kacy y miraba más el escote que exhibía. Y, si no se equivocaba, la chica le estaba ofreciendo aquel espectáculo un poco a propósito. A aquellas alturas ya estaba convencido de que ella se inclinaba hacia delante cada vez con mayor frecuencia conforme avanzaba la velada.
Cuando por fin terminaron de cenar y llegó el momento de regresar a la suite, Swann ya había alcanzado un estado en el que le costaba trabajo controlar su impulso sexual. Kacy tenía un polvo fantástico, y cuando se terminó el postre, un Banana Surprise que tenía una pinta tirando a provocativa, estaba más borracha de lo que había estado en varios años.
Sintiéndose muy animado y tremendamente cachondo, Swann contempló a Kacy con mirada anhelante, fijándose en cada palmo de piel perfecta que lucía al aire. Desde que el señor E le aseguró que iba a quedar libre de la condena perpetua que le había caído por ser un violador en serie, ni siquiera había olido lo que era un polvo. Y ahora tenía delante a aquel bellezón coqueteando abiertamente con él, prácticamente invitándolo a que se aprovechara de ella. Sabía que no podía regresar con ella a la suite compartida porque seguía estando Valdez y porque Dante podría presentarse en cualquier momento; pero si pudiera conseguir en recepción la llave de otra habitación, era casi seguro que Kacy aceptara echar un polvo. Probablemente tendría que engañarla un poquito, pero percibía que en el fondo aquello era lo que deseaba la chica. Una vez que estuviera a solas con él en una habitación, seguro que se mostraba más que deseosa de permitirle que la follara. En realidad, el solo hecho de imaginarlo ya le estaba excitando de lo lindo, tanto que, para levantarse de la mesa sin exhibir el enorme bulto que se le había formado en lo pantalones, iba a tener que pensar durante unos minutos en Barbra Streisand.
Ya llevaba aproximadamente ese ratito haciendo lo propio cuando, en el momento más inoportuno, apareció Roxanne Valdez. Llevaba puestos unos leggins negros y un jersey también negro, y daba miedo verla cruzar a zancadas el restaurante. Valdez no era ninguna idiota. Sabía a la perfección lo que él se proponía hacer porque el jefe, el señor E, la había prevenido para que vigilase a Swann por si mostraba exactamente aquel comportamiento. Con un movimiento vertiginoso, perfectamente ejecutado para que pareciera un accidente, volcó el cubo de hielo encima de la mesa y se quedó mirando con una ancha sonrisa mientras el agua fría y los cubitos de hielo se derramaban sobre el pantalón de su colega.
—¡COOOOÑO!
Swann se puso en pie de un brinco y empezó a frotarse frenéticamente la entrepierna y a despegar la tela del pantalón de la piel para atenuar la impresión del agua helada. Kacy, sentada al otro lado de la mesa, y en su estado de embriaguez, lo señalaba con el dedo entre risitas histéricas. Entretanto, Valdez continuó controlando la situación y le retiró la silla a Kacy para obligarla a ponerse de pie.
—Vamos, Kacy, es el momento de volver a la habitación —le dijo al tiempo que dirigía una mirada fulminante a Swann, el cual estaba demasiado atareado secándose la entrepierna empapada y congelada para darse cuenta.
Swann, hirviendo de furia, contempló a Valdez mientras ésta se llevaba a Kacy a la suite del tercer piso. Valdez era una cabrona.
Había llegado a aquella conclusión a los pocos minutos de conocerla. Pero Kacy, en fin, la había invitado a cenar y a beber y se había portado con ella lo mejor que sabía, para que al final se riera de él igual que una hiena cuando su colega le volcó encima el cubo de hielo. Se había regodeado al verlo humillado. Ya pagaría más adelante por ello, la muy calientapollas
Lo único que tenía que hacer era pillarla a solas.

El Ojo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora