Cincuenta y tres

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Fueron muchas las veces en que Dante tuvo que mirar hacia otro lado durante la tortura y la ejecución del detective Randy Benson. No le cupo duda de que fue una operación cruel, asquerosa y desagradable, por no decir más.
Peto y él habían abrigado la esperanza de no tener que pringarse demasiado en aquel asunto, pero una vez que Kid se hubo servido de la bayoneta para cortarle a Benson la mano a la altura de la muñeca, su participación resultó esencial. Siguiendo las instrucciones de Kid, tumbaron a Benson de espaldas mientras él se cobraba venganza. Mientras el vampiro profería alaridos, empezó por arrancarle los párpados con un cuchillo pequeño, para cerciorarse de que pudiera ver todo lo que se le hiciera a continuación. Desde el principio mismo empezó a correr la sangre, y Dante volvió la cabeza cuando la cuchilla se empleó a continuación para cortar los labios de la víctima. Volvió a mirar ocasionalmente, cuando notó algún cambio en la forma de gritar de Benson, pero probablemente se perdió la mitad de lo ocurrido. Estaba claro que le habían rebanado los pezones, pero la peor parte que presenció Dante fue la extirpación de las uñas de la mano que le quedaba al vampiro. Kid introdujo un cuchillo por debajo y las arrancó de un tirón. Seguidamente le tocó el turno al ombligo. A aquellas alturas, ya era obvio que Kid estaba centrando la atención en la zona de la cintura de Benson para abajo. A partir de aquel momento, los chillidos de dolor que lanzaba éste obligaron a Dante y a Peto a mirar hacia otra parte.
Dante sabía que Benson era malvado, vampiro y demás, pero lo que le había hecho al hermano de Kid, fuera lo que fuese, seguro que no justificaba el infame y repugnante castigo que se le estaba infligiendo. ¿O sí? A Dante le caía bien Kid Bourbon, todo lo bien que puede caer un individuo capaz de matar en cualquier momento y sin ninguna razón, y que probablemente había quitado la vida a muchísimas personas que no se lo merecían. Personas que tenían una familia. Pero cada vez tenía más ganas de largarse de allí y rescatar a Kacy de los del Servicio Secreto. No le gustaba nada la idea de que llevara tanto tiempo a solas con Swann y Valdez. En especial con Swann. ¿Qué estaría haciendo con ella aquel saco de escoria mientras él le hacía el trabajo sucio? A lo mejor, lo de llevarla a cenar y emborracharla aquella noche fue sólo la primera parte de algún sórdido plan que tenía por fin seducirla. Así y todo, se dijo esperanzado, ya no iba a tardar mucho en presentarse con la caballería para llevarse a su chica de allí.
La existencia de muerto viviente del detective Randy Benson finalmente tocó a su fin cuando transcurrieron los cinco minutos y veinticinco segundos de puro infierno que le había prometido Kid. En los treinta últimos segundos Kid no utilizó más armas que sus propios puños, que se estrellaron una y otra vez contra la cara de su víctima hasta convertirla en una masa informe. El último acto llegó cuando Peto, siguiendo instrucciones de Kid, estampó El libro sin nombre contra el pecho del vampiro. Todos contemplaron cómo se prendía fuego en su maltrecho cuerpo y se transformaba en humo y finalmente en cenizas. Los chillidos fueron reemplazados por suspiros de alivio cuando se fueron consumiendo los últimos momentos de su existencia en la tierra.
Ahora que su misión parecía haberse cumplido, Dante y Peto estaban deseosos de marcharse de allí. Era absurdo quedarse en una comisaría cuando uno era un asesino de policías buscado por la justicia, ¿no?
Peto había recuperado del bolsillo de la chaqueta de Benson una bolsa de plástico sellada que contenía sangre. Dicha prenda había sido arrojada a un lado junto con el resto de su ropa, mientras tenía lugar su prolongada ejecución a manos de Kid.
—¿Qué quieres hacer con esto? —preguntó al torturador, el cual, con cara de agotamiento, se había quitado la camiseta blanca y la estaba usando para limpiar los diversos cuchillos y demás herramientas que había manchado de sangre para acabar con Randy Benson.
—¿Qué es? —inquirió Kid.
—Una bolsa de sangre, por lo que parece. De las que se usan para las transfusiones y cosas así.
—A la mierda. Déjala por ahí.
—¿Y si es importante?
—Vale, pues llévatela a casa y métela en el congelador, si quieres.
Peto hizo caso y tiró la bolsa de sangre al suelo. Ésta aterrizó con un ruido sordo y rebotó una vez, y a continuación resbaló sobre las baldosas y terminó desapareciendo debajo de uno de los alargados bancos de madera que estaban apoyados contra la pared, detrás de una hilera de taquillas.
—Bueno, y ahora, ¿qué? —preguntó el monje.
Kid no le hizo caso y se encaminó hacia el cuarto secreto. El cáliz dorado refulgía en el centro de la antigua mesa de madera que había dentro. Kid lo cogió y se lo lanzó a Peto, el cual lo atrapó con una sola mano.
—¿Qué se supone que he de hacer con esto? —preguntó el monje rastafari.
—Llévate el cáliz y El libro sin nombre a donde no los pueda encontrar nadie. Entiérralos en alguna parte. Ya puestos, ¿por qué no te vuelves a Hubal con ellos? Allí es donde deberían estar guardados el Ojo de la Luna, el Santo Grial y toda esa mierda. Es el sitio en el que deben estar, y también en el que debes estar tú.
Peto se encendió. No le gustó que le hablasen de aquella forma, ni Kid ni nadie. Había luchado mucho para encajar en Santa Mondega, y no le hizo ninguna gracia la insinuación de que no era su sitio.
—Así que, según tú, debería regresar a Hubal, ¿no?
—Sí.
—¿La isla de Hubal, la que actualmente está deshabitada porque hace un año se dejó caer por allí un individuo —miró furioso a Kid— que mató a todos los monjes?
—Sí, esa Hubal.
—Ya, pues seré yo quien decida adonde coño he de irme, gracias. No necesito que tú me des una opinión de lo más barata e inútil. Además, cuando llegamos aquí estaba lloviendo a mares. No puedo irme llevando encima ese mamotreto de libro con la tromba que está cayendo.
—Pues guárdalo en una de esas taquillas y vuelve a buscarlo mañana, cuando haya escampado. Peto lanzó un profundo suspiro.
—¿Cómo es posible que conquistaras Hubal? ¿Alguna vez reflexionas sobre las cosas? Ese libro es valiosísimo. Es capaz de matar a los vampiros más feroces, por Dios.
—Sí, pero el que acabamos de matar era el nuevo jefe de los vampiros. Ese libro ya no sirve para nada. De hecho, ni siquiera estoy seguro de que hayamos matado a este tipo. Cuando tú le estampaste el libro contra el pecho, ya estaba prácticamente muerto.
—Sí, pero así y todo...
Dante, cansado de la discusión, recogió El libro sin nombre de encima de las chamuscadas cenizas de Randy Benson. Se fue con él hasta las taquillas que había en la otra pared y lo guardó en la que tenía el número 65, situada en la fila de arriba de todas. Los otros dos observaron la maniobra, ligeramente desilusionados de que la trifulca hubiera terminado.
—Muy bien. ¿Estamos listos? —preguntó Dante.
—Yo, sí —respondió Kid Bourbon encogiéndose de hombros.
—Esperad, una cosa más —dijo Peto, y señaló al asesino, que estaba desnudo de cintura para arriba—. ¿Todavía quieres que te preste la piedra azul que llevo al cuello mientras hay luna llena, o qué?
—Sí. Sí que quiero. Vamos a hacerlo fuera —repuso Kid. Recogió su gabán y se lo echó sobre un brazo, y la camiseta manchada de sangre la metió en un bolsillo interior de dicha prenda. Después, dejando a Dante a un costado, se encaminó hacia el ascensor.

Dante carraspeó. Había llegado el momento de recordar a los otros un asunto que para él era de suma importancia.
—Esto... no se os habrá olvidado que vamos a rescatar a mi novia, ¿verdad?
Kid lanzó un suspiro.
—Por supuesto. Pero déjame que utilice esa piedra para librarme de estos impulsos de vampiro que tengo, porque en este momento me están entrando ganas de arrearle un mordisco a ese gilipollas de ahí —indicó con la cabeza a Peto—. ¿Vienes con nosotros, monje?
Peto se encogió de hombros.
—Sí. Pero ten clara una cosa: si voy, es sólo para prestarte la piedra. Nada más terminar con ella, me la devuelves.
Los tres se metieron en el inmundo ascensor y se dirigieron a la planta de la calle. Dante estaba más empeñado que nunca en recuperar a Kacy. Su chica lo necesitaba, y él necesitaba estar otra vez con la mujer que amaba.
La cual, dado el actual estado de cosas, probablemente era la única persona cuerda que conocía.

El Ojo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora