Sánchez estaba cansado de la misma mierda de siempre. Apenas transcurría un mes sin que lo arrastraran a la comisaría de policía para que examinase fotos de fichas de delincuentes que pudieran ser Kid Bourbon. En el pasado siempre era el veterano y desgastado policía Archie Somers el que lo obligaba a llevar a cabo dicho ritual. Y los resultados eran siempre los mismos: le mostraban aquellas caras tan conocidas en la pantalla del ordenador. Sánchez los conocía a todos, y ninguno de ellos era Kid Bourbon.
En esta ocasión lo había llamado el detective Hunter, uno de los tres policías que habían visitado el Tapioca el día anterior. Mostrando una amabilidad que era poco característica de él, Sánchez le llevó una botella de su mejor «whisky casero», en vista de lo mucho que le había gustado durante la reciente visita que había hecho a su bar. Hunter aceptó la botella de buena gana, y ahora estaba degustando placenteramente a sorbitos aquel líquido de color amarillo oscuro. Hasta se las había arreglado para derramar unas gotitas en el jersey, en su avidez por acercarse la botella a los labios.
Sánchez no tenía muy claro qué lo irritaba más, si que lo llevaran por la fuerza a mirar las mismas fotografías una y otra vez o el hecho de que Hunter disfrutara bebiéndose la orina reciente que había producido aquella mañana.
—Oye, tío, me estás haciendo perder mucho tiempo—suspiró. Hunter no le hizo caso y volvió a pulsar el ratón para poner otra cara más en la pantalla.
La sala de interrogatorios en la que se encontraban era un agujero de mierda, por no decir algo peor. Anteriormente era el despacho que había compartido Archie Somers durante una temporada con Miles Jensen, antes de que ambos perecieran en circunstancias inusuales en la noche del eclipse. Hunter estaba sentado a la mesa situada frente a la ventana, la cual, a fin de dar un máximo efecto al interrogatorio, tenía las persianas bajadas. Había girado la pantalla del ordenador para que Sánchez, que estaba sentado al otro lado de la mesa, pudiera ver bien las fotografías que iban apareciendo. Ya el atuendo que llevaba el camarero daba fe de que no sentía el menor interés por todo aquello. La mugrienta camiseta blanca que llevaba puesta lucía una frase muy sencilla cuyo mensaje iba dirigido directamente a Hunter: «¡QUE TE JODAN!», rezaba en letras negras y grandes.
—Ése es Marcus la Comadreja —dijo Sánchez mirando la última foto que había salido en pantalla—. Y está muerto, joder. Lleva un año muerto. Dios, ¿es que nunca actualizáis estas cosas?
Hunter pulsó el ratón y apareció otra foto distinta. —Muerto. Luego otra.
—Muerto. Y otra más.
—Muerto —repitió Sánchez.
—Y una mierda —saltó Hunter—. Este tipo estuvo aquí la semana pasada. Sánchez se encogió de hombros.
—Si tú lo dices... Apareció otra foto más.
—Muerto.
Hunter soltó el ratón y frunció los labios mirando furioso a Sánchez.
—¿Estás diciendo «muerto» con todos los que van saliendo, sólo por fastidiar?
—Sí.
—Jodido gordinflón de mierda. ¿Te crees que me gusta que me hagas perder el tiempo?
—Mira, tío —dijo Sánchez inclinándose sobre la mesa—. El que está haciendo perder tiempo a los dos eres tú. En tu base de datos no hay ni una puta foto de Kid Bourbon, ¿vale? No la ha habido nunca, ni la habrá. Ya he proporcionado descripciones a tus dibujantes un montón de veces para que hagan composiciones por ordenador.
—Las he visto —replicó Hunter—. La verdad es que eres un jodido comediante, por si no lo sabías.
A lo que se refería el detective era a una costumbre particularmente molesta que tenía Sánchez. En no menos de cinco ocasiones había ofrecido a los dibujantes de la policía descripciones trucadas para engañarlos y que terminasen componiendo retratos de sí mismos en lugar de la cara de Kid Bourbon. No dejaba de ser una broma barata, pero era el único modo que tenía Sánchez de vengarse de aquellos cabrones por obligarlo una y otra vez a acudir a la comisaría. Se reclinó en el sillón y cruzó los brazos.
—¿Ya hemos terminado?
—No.
Hunter sacó otra foto más en pantalla. Ésta atrajo la atención de Sánchez, que se incorporó y descruzó los brazos.
—¡Dios mío! —susurró—. Es él. A Hunter se le iluminó la cara. —¿Kid Bourbon?
—No, el chico que me trae el periódico. Esta semana el muy cabrón se ha retrasado tres veces.
—Vale. Ya estoy harto —rugió Hunter—. Voy a matarte, hablo en serio.
Estaba a punto de lanzarse por encima de la mesa para agarrar a Sánchez cuando de pronto, detrás del camarero más irritante de todo Santa Mondega, se abrió una puerta. Por ella entró Michael de la Cruz, vestido con una camisa de color rojo vivo y un elegante pantalón negro y holgado.
—¿Ha habido suerte? —preguntó.
—¿Estás de coña? Este tío es un puto graciosillo. No va a decirnos una mierda. De la Cruz agarró a Sánchez del hombro y apretó un poco.
—¿Sabes que Kid Bourbon no va a tardar mucho en volver a dejarse caer por tu bar si no lo atrapamos? Sólo que esta vez es posible que no te deje vivo. Y como eres la única persona viva que sabe cómo es físicamente, técnicamente eres la única persona que puede salvarse de morir a sus manos la próxima vez que te visite.
Sánchez se volvió para mirar a De la Cruz.
—¿Se supone que ése es un comentario irónico? —le preguntó. —No se supone. Es irónico.
—Mira —dijo el camarero, ya cansado de la conversación—. Hay dos cosas en la vida que no quiero ver. Y una de ellas es el blanco de los ojos de ese tipo. Ni siquiera en una puta foto.
—Bueno, pues entonces a lo mejor empiezas a colaborar un poco más —le sugirió De la Cruz—. Tanto por tu bien como por el nuestro, ¿vale?
—Claro.
—Bien, has dicho que hay dos cosas que no quieres ver jamás, ¿cierto? ¿Cuál es la otra?
—Cómo se hace el pastel de carne.
De la Cruz le propinó un cachete a Sánchez en el cogote.
—Eres un gilipollas y un inútil.
—¿Me permites que lo mate? —solicitó Hunter.
—Resulta tentador, pero tenemos problemas más importantes. Ha tenido lugar un incidente.
—¿Un incidente?
—Sí. ¿Te acuerdas del hospital para enfermos mentales Doctor Moland, el que está en el extrarradio? ¿Del que Igor y Pedro secuestraron al hermano de Kid Bourbon?
—Sí.
De pronto intervino Sánchez.
—¿Kid Bourbon tiene un hermano? ¡Os estáis quedando conmigo! ¿Quién es?
—Eso no es asunto tuyo —saltó Hunter. Pero Sánchez no había terminado su interrogatorio particular.
—¿Es el tío al que matasteis anoche vosotros y los hombres lobo, después de beber su sangre usando el Santo Grial? Los dos agentes se lo quedaron mirando.
—¿Cómo coño estás tú enterado de eso? —le preguntó Hunter.
—Yo no sé nada. No es más que un rumor. De hecho, es un rumor que ni siquiera ha llegado aún a mis oídos. Olvida lo que he dicho.
—¿Sabes una cosa? —dijo Hunter—. Un día, esa lengua floja que tienes te va a meter en un embrollo del que no vas a poder salir.
—Por lo menos, mi lengua distingue a qué sabe el whisky.
—¿Y qué cojones quieres decir con eso? De la Cruz ya no aguantó más memeces.
—¿Os importa cerrar la boca un rato? —ladró—. ¿Quieres saber lo que ha sucedido en el hospital o qué?
—Claro. Perdona. Continúa —repuso Hunter.
—Anoche, el hospital quedó destruido en un incendio.
—¿Qué?
—Ardió hasta los cimientos. Los bomberos encontraron en el interior del edificio ciento veinticinco cadáveres.
—Joder. —Hunter sacudió la cabeza en un gesto negativo—. Esos hombres lobo están locos de atar. ¿Prendieron fuego al hospital?
—Pues no. —De la Cruz negó agitando el dedo—. No fueron ellos. Cuando se marcharon, el edificio estaba todavía más tranquilo que una tumba. El incendio se declaró en las primeras horas de la madrugada, mucho después de haberse ido ellos.
—¿Entonces fue un accidente? ¿O qué? —No. No fue un accidente.
—¿Ha habido muchos supervivientes? —Ninguno.
—¿Ni uno solo?
—Ni uno solo.
Sánchez seguía en medio de los dos agentes, escuchando con atención. Un cotilleo de primera mano, ciertamente una rareza. Y De la Cruz daba la impresión de tener mucha más información que comunicar.
—No ha habido ni un solo superviviente. ¿Quieres saber por qué?
—¿Porque estaban bloqueadas todas las salidas de emergencia? —aventuró Hunter.
—No.
—¿A ver, me estás diciendo que las ciento veinticinco personas que había en el hospital se quemaron vivas? ¿Que ninguna de ellas logró escapar?
De la Cruz negó otra vez con la cabeza.
—No. No se quemaron vivas. Ha sido una cremación.
—¿Qué? No entiendo.
—Las ciento veinticinco víctimas ya estaban muertas antes de que se iniciara el incendio.
Hunter se removió en su asiento y echó los hombros hacia atrás.
—Pero ¿qué coño...? ¿Cómo pudo ser?
—Adivina.
El detective sudafricano y medio calvo frunció el entrecejo unos segundos antes de ofrecer una respuesta:
—¿Una fuga de gas?
—¿Tú sabes de alguna fuga de gas que haya sacado los ojos a alguien? ¿O que lo haya decapitado? ¿O que le haya volado la tapa de los sesos o le haya rebanado el cuello?
—Repítelo.
—Ya me has oído.
A Hunter se le descolgó la mandíbula.
—¿Estás diciendo que a toda esa gente la mató alguien? ¿Y que ese mismo alguien después pegó fuego al hospital?
Para atraer la atención de los dos agentes, Sánchez carraspeó y señaló la fotografía del chico de los periódicos, que todavía estaba en pantalla.
—Bueno, él no habrá sido —dijo.
De la Cruz le propinó otro cachete en la nuca y se volvió hacia el otro detective. —Hunter, tiene que haber sido Kid Bourbon. Él es el que ha hecho esto.
—Sí, pero ¿por qué? Ninguna de las personas de ese hospital le había hecho nada. Excepto tal vez los guardias de seguridad que dejaron entrar a Igor y a Pedro. Ha matado a ciento veinticinco personas inocentes sin motivo. ¿A qué coño viene eso?
De la Cruz se encogió de hombros.
—No lo sé. ¿Quién sabe por qué hará esas cosas ese tío?
—Yo sí que lo sé —terció Sánchez.
—¿Qué sabes? —preguntó De la Cruz.
—Sé por qué ha matado a toda esa gente. Y por qué ha sido tan brutal y tan despiadado.
—Este tío es un puto payaso —replicó Hunter—. Venga, Sánchez, haz el chistecito y lárgate. ¿Por qué ha matado Kid Bourbon a toda esa gente? Vamos, suelta la gracia.
—No hay ninguna gracia —contestó Sánchez con gesto serio—. Esto es real. ¿Queréis saber por qué ha matado a todas esas personas inocentes y las ha hecho sufrir horriblemente, a cada una de una manera distinta, antes de que murieran? ¿O no?
—Sigue. —De la Cruz tenía más interés que Hunter. Por una vez hacía bien en tenerlo, porque Sánchez no estaba hablando de coña.
El camarero se puso de pie y cogió su cazadora de ante marrón del respaldo del sillón en que había estado sentado. Empezó a ponérsela mientras los dos agentes esperaban a que contestara. Cuando ya tenía los brazos metidos por las mangas y se disponía a marcharse, respondió por fin:
—Ha matado a esa gente para dejar claro un mensaje. Y ese mensaje, amigos detectives, es el siguiente: el mayor asesino en masa que ha existido en toda la historia no necesita tener un motivo para matar. Mata por diversión. Pero vosotros... en fin, vosotros habéis matado a su hermano y con ello le habéis dado un motivo. Imagino que el mensaje que quiere transmitir es que vosotros vais a sufrir mucho más que esas ciento veinticinco personas que nunca hicieron nada para cabrearlo. — Sánchez esquivó a De la Cruz y se dirigió hacia la puerta—. Tengo que salir de la ciudad a hacer unas compras —dijo sonriente.
—¡Espera un minuto! —le gritó Hunter desde la mesa—. ¿Y cómo es que a ti no te mata nunca, eh? Tú te lo has encontrado dos veces y las dos veces has salido vivo. ¿Qué eres tú, amigo suyo o algo así?
Sánchez se detuvo y reflexionó sobre lo que le preguntaba Hunter. Los dos policías aguardaron a que les diera una explicación.
—Sabéis —contestó Sánchez tras estudiar su respuesta unos instantes—, la razón de que yo siga vivo es que con ese tipo nunca rebaso los límites.
Hunter hizo un gesto con la mano como desechando aquella contestación.
—¡Menuda chorrada! ¿Que no rebasas los límites? —se burló—. Pero si ni siquiera sabes lo que es eso.
—Sé dónde pone el límite Kid Bourbon —replicó el camarero sin alterarse. —No me digas. ¿Y dónde lo pone?
—Mira detrás de ti.
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El Ojo de la Luna
Mystery / ThrillerQuiero compartir este maravilloso libro, que es la secuela de "El libro sin nombre". Después de este libro, le siguen "El Cementerio del Diablo" y "El libro de la Muerte". Ya los he leído todos y quiero compartirles este, ya que nadie más lo ha pub...