Sánchez sabía que no debería haber agarrado a aquel chico retrasado mental para arrastrarlo consigo al suelo. Ahora el muchacho estaba abrazado a él con todas sus fuerzas, igual que un perro cachondo se aferra a la pierna de algún pobre idiota. Se agarraba con los dos brazos al cuello del camarero y lo miraba con adoración.
—Me ha salvado —dijo Casper sonriendo como tonto.
—Sí. Sí, así es —contestó Sánchez. Si el chico quería creer que él lo había tirado al suelo por su propia seguridad, ¿para qué hacer pedazos dicha fantasía diciéndole la verdad? En realidad, sencillamente se había servido de él a modo de escudo para que no se le acercara ningún vampiro que pasara por allí. Y resultó que no tenía por qué haberse tomado dicha molestia, porque ahora los vampiros estaban todos concentrados en atacar a Elvis y en esquivar su mortal puntería. Dos sentimientos recorrieron a Sánchez de arriba abajo. El primero fue de alivio, por haber sobrevivido hasta aquel momento. El otro, para ser sincero, fue de profunda vergüenza por el hecho de que lo vieran abrazando a un chico en la iglesia.
—Es usted mi héroe —dijo Casper, radiante.
—Sí, sí. Ya está bien, ¿vale? Quítate de encima, ¿quieres? No me apetece que nos vean así. Resulta de lo más embarazoso.
Pero las demostraciones de vergüenza de Sánchez sólo consiguieron animar aún más a Casper, el cual se abrazó a él con más fuerza todavía. Ambos estaban tumbados en el suelo, entre dos filas de bancos, prácticamente acurrucados, con las piernas entrelazadas como una pareja de jóvenes amantes.
—No quiero seguir con esta mierda —gruñó Sánchez empujando al chico—. ¡Venga, muévete!
Con un fuerte empellón, se quitó al muchacho de encima y lo metió debajo del banco que tenían detrás. Apenas había hecho esto cuando se lanzó sobre ellos un vampiro que revoloteaba en lo alto, agarró a Sánchez por el cuello con una mano y lo levantó del suelo.
—¡joder!
Pálido y con los ojos enrojecidos, el chupasangre acercó la cabeza con la boca abierta de par en par y enseñando los colmillos, listo para hundirlos en la apetitosa carne del cuello de Sánchez. El joven camarero, aterrorizado, cerró los ojos con una mueca de dolor. Seguidamente oyó un agudo chasquido, pero no sintió dolor alguno. Ni tampoco dientes que se le clavaran en el cuello. Volvió a abrir los ojos y quedó asombrado de lo que vio. El vampiro tenía enrollado alrededor del cuello el extremo de un látigo de cuero y estaba siendo arrastrado rápidamente hacia atrás, entre bufidos de rabia, en dirección al hombre que asía la empuñadura del látigo, que tampoco era un hombre corriente. ¡Sólo era el reverendo, por amor de Dios! A estas alturas, a Sánchez sí que le caía bien el nuevo predicador. Había sido un soplo de aire fresco para la ciudad desde que llegó, pero nadie habría esperado verlo dominar a un vampiro únicamente con un látigo. «Ahora sí—pensó Sánchez—. Tengo que dejar de mear en la pila de agua bendita del reverendo.»
Sánchez y el chico, refugiado debajo del banco, contemplaron pasmados a aquel santo varón sin afeitar que tiraba poco a poco del vampiro, el cual forcejeaba como loco todavía con el látigo enroscado en el cuello. Cuando por fin lo tuvo lo bastante cerca de la cara como para que la criatura sintiera el roce de su barba, sucedió una cosa aún más inverosímil. El reverendo se sacó una escopeta de cañones recortados de alguna parte de la sotana y se la incrustó al chupasangre en la piel tirante de debajo de la barbilla.
¡BUM!
Sangre, masa encefálica y fragmentos de hueso del cráneo, todo salió volando por los aires. Un instante después, lo que quedaba del cuerpo del vampiro explotó en llamas y cayó al suelo. El sacerdote, como si nada, miró en derredor buscando a su siguiente víctima.
Durante los dos minutos siguientes, los atónitos fieles de la congregación contemplaron cómo Elvis y el reverendo destruían a los demás vampiros encapuchados. Durante todo ese tiempo Elvis no dejó de cantar «Steamroller Blues» ni de tocar la guitarra, la cual apuntaba de tanto en tanto hacia un vampiro para dispararle uno o dos dardos. Sánchez, en particular, lo miraba todo asombrado y con la boca abierta.
«Alucinante.»
Por fin la desigual pelea llegó a su término y se hizo el silencio entre la conmocionada congregación. El tufo a cementerio había desaparecido, y ahora flotaba un olor a chamusquina y una neblina azul provocada por el humo de las armas. El reverendo empezó a revisar a su congregación para asegurarse de que todos los fieles estuvieran bien y de que ninguno de ellos hubiera sido mordido. Cuando llegó a Sánchez —al cual se había vuelto a enganchar Casper— lo recorrió de arriba abajo con la mirada.
—Estoy orgulloso de usted, Sánchez. Ha sido una acción muy valiente.
—¿Qué?
—Le he visto arrastrar al chico al suelo con usted y luego meterlo debajo de los bancos al ver que el vampiro se lanzaba sobre él. Para hacer eso se necesita valor de verdad. Debe estar orgulloso de sí mismo.
Sánchez no vio la necesidad de empañar la visión que tenía de él aquel santo varón.
—Ah, ya, no ha sido nada, reverendo, cualquiera habría hecho lo mismo. —Se encogió de hombros con la esperanza de que dicho gesto sirviera para sacudirse de encima al pegajoso muchacho. Pero no. El reverendo les sonrió a los dos.
—No es necesario que me llame reverendo. Mis amigos me llaman Rex —dijo.
—¿Reverendo Rex? Es un nombre con bastante gancho para un predicador, ¿no? —señaló Sánchez.
—Bueno, para decirle la verdad, lo cierto es que no soy predicador. Me limito a matar a los malos en nombre de Dios, ¿sabe?
—Ah. Ya. Bien.
—En fin, ¿desean tomar una habitación ahí detrás? Aquél era el pie que necesitaba Sánchez para intentar una vez más librarse del chico de la parka.
—Sánchez me ha salvado —le dijo Casper a Rex con una sonrisa de oreja a oreja.
—Sí, así es. Supongo que le debes una.
Casper sonrió a Sánchez, su nuevo héroe. Aunque la sonrisa fue un tanto inquietante, y una vez más vino acompañada de un relámpago y del estampido de un trueno, también resultó levemente entrañable. Sumada a la expresión de desamparo y de profunda gratitud que vio en los ojos del chico, la verdad fue que empezó a ablandarle un poquito el corazón. En realidad el pobre era muy dulce... para ser un chiflado.
—Está bien. Ya basta —gruñó Sánchez—. ¿Tú no deberías estar en la cama?
—Tiene razón —ratificó Rex, y a continuación se volvió para dirigirse a la masa de desconcertados fieles, muchos de los cuales estaban emergiendo entre las filas de bancos—. Escuchadme todos. Sugiero que os vayáis a casa o que os acostéis aquí para pasar la noche. Ha estallado una tormenta muy fuerte, y no va a hacer otra cosa que empeorar.
A pesar del mal tiempo, a nadie le gustó la idea de pernoctar en la iglesia, después de los horrorosos acontecimientos que acababan de presenciar, así que la mayor parte de los fieles se dirigieron hacia la puerta que había al fondo de la iglesia. Cuando empezaron a desfilar hacia el exterior del edificio haciendo comentarios sobre lo ocurrido, Elvis se bajó del escenario de un salto.
—Gracias a todos. Muchas gracias —exclamó dirigiéndose a la masa de gente que se iba. Acto seguido, dejó la guitarra a. un lado y fue por el pasillo central para reunirse con Sánchez, Rex y el chico, Casper.
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El Ojo de la Luna
Mistério / SuspenseQuiero compartir este maravilloso libro, que es la secuela de "El libro sin nombre". Después de este libro, le siguen "El Cementerio del Diablo" y "El libro de la Muerte". Ya los he leído todos y quiero compartirles este, ya que nadie más lo ha pub...