Cuarenta

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Robert Swann quería terminar de una vez su misión, y también quería echarle la zarpa a Kacy. Había dos cosas que podían dejar cerrado aquel caso. La primera era que Dante lograra encontrar e identificar al monje llamado Peto. Pero, en su opinión, aquello no tenía pinta de que fuera a suceder lo que se dice pronto, porque Dante era más bien un perdedor. La segunda cosa que podría poner fin al caso era que los vampiros descubriesen que Dante era un impostor y acabasen con él. Aquella noche iba a ocurrir una de la dos cosas, Swann estaba convencido de ello. Mientras retiraba la jeringa del brazo de Dante tras administrarle la inyección de suero enfriador que le ponía todas las tardes, miró detenidamente a Kacy. Esta contemplaba al imbécil de su novio igual que una adolescente enamorada. Swann anhelaba que llegara el día en que una mujer lo mirase a él de aquel modo. Sobre todo una que estuviera tan buena como Kacy. Se había puesto el pantalón más elegante que tenía, uno holgado y de color gris, y una camisa negra limpia, porque se acordó de cómo se ablandó con él Kacy la noche anterior, al verlo vestido de traje.
—Que tengas buena noche, colega —le dijo a Dante al tiempo que se llevaba la jeringa al cuarto de baño para limpiarla y esterilizarla.
Dante ignoró a Swann y se estiró la manga de la sudadera negra. Estaba sentado junto a Kacy en la cama de matrimonio de la habitación, ambos acompañados por Roxanne Valdez. Ésta le había contado todo lo sucedido la noche anterior, cuando Kacy y Swann se emborracharon juntos cenando. Dante no se lo había tomado muy bien, de modo que Kacy no quiso irritarlo más poniéndose algo sexy que hiciera que a Swann se le salieran los ojos de la cara. Se vistió simplemente con unos vaqueros y una sudadera blanca. Dante le tiró de la manga para atraerla hacia sí y darle un beso en los labios.
—Esta noche va a terminar todo, nena, lo noto —dijo con seguridad en sí mismo —. Estoy empezando a acostumbrarme a la sensación que me produce este suero, y ahora que ya me he integrado entre esos vampiros podré empezar a hacerles unas cuantas preguntas más. Esta noche me da buena espina.
Kacy se arrodilló en la cama y besó a Dante en la frente. —Te esperaré despierta. Sé bueno.
—Te quiero, Kacy.
—Yo también.
Valdez se aproximó a ellos.
—Vamos, Dante —apremió—. Ningún momento es mejor que éste. Cuanto antes te pongas en marcha, antes encontrarás al monje. Estamos en Halloween, y todo el mundo andará por ahí borracho y de juerga. Así que existen muchas posibilidades de que el monje establezca contacto contigo si se pone igual de ciego que los demás.
Dante besó a Kacy en los labios y se levantó de la cama. Roxanne le pasó el chaleco de cuero negro y sin mangas que lo identificaba como miembro de las Sombras; él lo atrapó en el aire y se lo echó al hombro al tiempo que salía de la habitación. Cuando llegó a la puerta de salida, la abrió y miró una vez más a Kacy. Ésta permanecía sentada de rodillas en la cama, mirándolo con ojos amorosos, así que le guiñó un ojo con intención sexy y salió al pasillo.
Justo cuando Dante cerraba la puerta, salía Swann del cuarto de baño con la jeringa esterilizada en la mano.
—¿Ya se ha ido? —preguntó con una amplia sonrisa. Kacy afirmó con la cabeza desde el dormitorio al tiempo que se le entristecía la expresión al imaginar a Dante moviéndose una vez más en el peligroso mundo de los vampiros. Y se habría entristecido aún más de haber sabido por qué estaba Swann tan contento. Cuando le puso a Dante la inyección de suero, lo que había realmente dentro de la jeringa, en lugar de un líquido que enfriara la sangre, era agua.
Swann quería quitar a Dante de en medio, y al inyectarle únicamente agua se cercioraba de que los vampiros se dieran cuenta por fin de que en realidad era un impostor.

El Ojo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora